Editorial

La confianza perdida

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

“Boletas de compra de pañales y un puñado de tickets de estacionamiento alteraron el curso de la política sueca la semana pasada”.

Con este párrafo, un artículo del diario The New York Times fechado en Estocolmo empezaba a explicar a los lectores del periódico estadounidense el estricto código de confianza que existe entre los ciudadanos suecos y sus políticos, un acuerdo muchas veces tácito, muy flexible en algunos puntos y extremadamente exigente en otros.

La historia en cuestión ocurrió en 1995. La viceprimera ministra de entonces, Mona Sahlin, iría a suceder en el cargo al primer ministro Invar Carlsson. La decisión, relata el diario, fue del propio Carlsson quien vio en aquella joven política a la candidata para continuar su gestión.

Sorpresivamente, con el puesto más relevante de su país en sus manos y luego de una carrera política brillante, Sahlin se apartó. La razón: utilizó una tarjeta de crédito oficial para comprar pañales y chocolates, y objetos de uso personal. Además admitió que omitió pagar 19 tickets de estacionamiento y también cuentas de guardería.

“Aunque los suecos aceptan muchas prácticas que podrían sentenciar a un político en otros sitios (…) tienen poca tolerancia en asuntos financieros que puedan ser incluso ligeramente irregulares”, continuó explicando el diario a sus lectores. Al mismo tiempo, les recordaba el caso de un político que se llevó una reprimenda pública por viajar a Londres y alojarse en un hotel de lujo; e informó que incluso el primer ministro debe abrir sus archivos de correspondencia a quien lo pida.

En su conferencia de prensa, Sahlin pronunció una frase que el artículo destaca, luego de explicar que la mujer “pareció aceptar su destino”.

Mona Sahlin se preguntó: “¿Es posible tener un Primer Ministro que no paga sus cuentas? Por supuesto que no”, respondió ella misma. En otras palabras, se sometió al código, al acuerdo tácito con sus ciudadanos. Y su ambición terminó allí porque era importante reconstruir la confianza y la admisión de un error es una forma de conseguir este objetivo.

La semana pasada en Uruguay, el semanario Búsqueda publicó los gastos con tarjetas corporativas de algunos integrantes del directorio de ANCAP. La información fue luego ampliada por Radio Carve. Los dos medios tuvieron que recurrir a sendos pedidos de acceso a la información pública para obtener datos relacionados con el uso que jerarcas públicos hacen del dinero público. Eso es así porque aquí no existe la costumbre o tradición de dar a conocer este tipo de información motu propio por quienes ocupan cargos en los que la razón por lo menos, hace pensar en que deberían tomar este tipo de detalles que hacen a la confianza de la ciudadanía en consideración, y proceder en consecuencia.

¿Existe algún dato, en alguno de los informes presentados por estos medios que establezca claramente un ilícito? No lo vi. Pero en todo caso es bueno aclarar que no es la función de medios y periodistas convertirse en jueces. Y ni Búsqueda, ni Carve, lo hicieron. Solo cumplieron con una función que es la de dar a conocer el uso de dineros públicos en un formato que muchos ciudadanos ignoraban que existía: el de las tarjetas corporativas del Estado.

El más afectado por esta información fue el vicepresidente Raúl Sendic, por la variedad de los gastos señalados, por su cargo, y también porque su contrato de confianza con buena parte de la ciudadanía está roto desde el episodio de su título universitario.

Sendic se explicó. Y solo la Justicia podría determinar si hubo o no alguna ilegalidad.

El presidente del Frente Amplio, Javier Miranda, argumentó no obstante que hay en curso “una ofensiva de desprestigio de las fuerzas progresistas”. Es una expresión similar a la que utilizó el Plenario del Frente Amplio cuando el mismo jerarca no logró explicar por qué se presentaba con aquel título que no tenía. En aquel caso, “era una campaña de la oposición” y de “medios” que buscaban “debilitar la estabilidad democrática” del Uruguay. Nada menos.

El Frente Amplio, públicamente, parece no ver, no entender el porqué del fastidio de mucha gente con la figura del vicepresidente. Y no logra elaborar fórmulas para respaldar a uno de los suyos sin señalar enemigos. Son personas de izquierda y de derecha, y de centro y apolíticos quienes piden explicaciones y exteriorizan su decepción. Basta darse una vuelta por las redes sociales para saber que eso no es una “sensación térmica” ni un sentir exclusivo de simpatizantes de la oposición. Que por supuesto hay quien aprovecha estos asuntos políticamente, no quepa duda. Pero no se puede pretender que la culpa sea siempre de los demás. A veces hace bien una pizca de autocrítica.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 14.06.2017

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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