Editorial

Los adioses

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Por Rafael Mandressi ///

Frente a cámaras, el presidente de la República anuncia que tomó la decisión de no presentarse a su reelección. La mirada triste, la voz apagada, el tono crepuscular del presidente traducen las largas horas de duda solitaria, colocando pesas en los platillos de la balanza, hasta que el fiel acabó inclinándose hacia el lado de la renuncia. El momento tiene olor a derrota, y es, por lo demás, un estreno: nunca antes un presidente saliente había dado un paso al costado a la hora de intentar, con suerte o sin ella, su reelección. François Hollande no será candidato a su propia sucesión en abril del año que viene, el presidente francés se va con solo un mandato en la mochila.

Nicolas Sarkozy tampoco será candidato. El expresidente, que no había terminado de digerir su fracaso electoral de 2012 – el sí se había lanzado entonces en la carrera por la reelección – pretendía volver, pero quedó tercero en las primarias de la derecha, eliminado ya en la primera vuelta. No habrá pues partido revancha, Hollande versus Sarkozy. Los franceses parecen no querer volver a ver la misma película de hace cinco años, y lo han hecho saber votando o respondiendo a los encuestadores. El presidente más impopular de la historia contemporánea de Francia y el dirigente político que mayor rechazo genera fuera del núcleo duro de sus simpatizantes dejan la escena, a su pesar, y en ambos casos ofrecen, en sus despedidas respectivas, uno de los mejores discursos que hayan pronunciado.

En el año de las sorpresas electorales, no puede decirse que estas dos desapariciones políticas lo sean del todo. Hollande naufragó en el mar de sus errores, indecisiones y claudicaciones, y no le quedaba otro camino que someterse a la elección primaria del oficialismo en enero. Pero un presidente no baja esos peldaños a menos que sepa de antemano que tiene la victoria asegurada. Hollande podía perder esa primaria, y la dignidad de la renuncia se habría transformado en humillación. Sarkozy no tenía alternativa, corrió el riesgo, y se rompió los dientes contra el espejo que le decía que era imbatible.

Aunque parezca increíble, a Sarkozy le ganaron por derecha. Su antiguo primer ministro, François Fillon, un señor apocado y gris, se quedó con la primaria prometiendo una purga liberal en economía y conservadurismo radical en el resto, con pinceladas de clericalismo y nostalgias del mundo de ayer. Una mezcla de la señora Thatcher y Vladimir Putin, bajo la apariencia de un notario de provincia que no le hace asco a la brutalidad programática. He ahí el candidato de la derecha sin complejos, que quiere bajar los impuestos que pagan los más ricos y aumentar los de los pobres, llevar la duración legal del trabajo de 35 a 48 horas semanales, privatizar en parte el sistema de salud, aumentar la edad mínima para jubilarse, y que en las escuelas se enseñe una historia patriótica.

La izquierda gobernante no tiene aún candidato, y el asunto se dirimirá entre los huérfanos de Hollande y quienes torpedearon su mandato desde adentro. Hecho añicos, el partido socialista debate la profundidad ideológica de desplazar una coma en un programa que aún no existe, sus dirigentes buscan sin pausa ni convicción el gradiente un poco más o un poco menos a la izquierda que les permita definir una identidad política disuelta en el vinagre del último quinquenio, y saldrán al ruedo, sin fe, a vender papel mojado.

Todo esto es una buena noticia para un partido que no organiza primarias para designar a sus candidatos, un partido que recoge adhesiones entre los jóvenes y los obreros, un partido que marca primero en las encuestas, y a veces en el voto, hace ya bastante rato. El Frente Nacional, con Marine Le Pen a la cabeza, a quien todos ven en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales dentro de pocos meses. Los pronósticos han fallado lo suficiente en los últimos tiempos como para asumirlos sin reserva. Esos mismos pronósticos auguran, por otro lado, que en esa segunda vuelta, sea quien sea su contendor, Marine Le Pen perdería. Pero el año de las sorpresas puede no acabar el 31 de diciembre, y frente a François Fillon, la verdadera sorpresa sería – y no es imposible – que la ultraderecha ganara con votos de izquierda. Ya extrañaremos a François Hollande.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 05.12.2016

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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