Editorial

Una foto contra la violencia

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Por Emiliano Cotelo ///

Este domingo jugaron, una vez más, Peñarol y Nacional. Y, afortunadamente, vivimos un clásico atípico. Tan atípico como los otros dos clásicos que se jugaron el sábado: Rampla – Cerro y Defensor Sporting- Danubio.

¿Por qué digo atípicos? Porque esta fecha del Torneo Clausura dejó tres fotos, cada una de las cuales muestra juntos a los 22 jugadores de los dos clubes, tradicionales rivales, que se enfrentaban en cada uno de esos encuentros.

La iniciativa había surgido de la Asociación Uruguaya de Fútbol y la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales y buscaba bajar las revoluciones de las hinchadas y, de ese modo, prevenir la violencia, tan temida y tan frecuente en estas ocasiones. Pero no fue sencillo hacerla realidad.

Cuando sólo faltaba el partido entre los dos grandes, el rumor entre los periodistas era que la imagen con albos y carboneros no se concretaría porque Peñarol se negaba. Incluso se llegó a señalar al capitán aurinegro, Antonio Pacheco, como quien había tomado la decisión.

Finalmente sí hubo una foto conjunta en el centro de la cancha del Estadio Centenario, y muchos de nosotros pudimos ver -quizás por primera vez- que, por unos segundos, los jugadores de Nacional y Peñarol le ponían una barra de hielo a la tensión y el drama que rodea a estos enfrentamientos que, en teoría, deberían ser sólo deportivos. Y cuando digo “drama”, utilizo esta expresión dotada de un doble sentido. En primer lugar porque la violencia en el fútbol es, efectivamente, un drama de la sociedad. Y también porque este deporte está cargado de una excesiva actuación de la rivalidad.

Luego del partido, y de la foto, el Tony Pacheco dijo (palabras más, palabras menos) que inicialmente se habían negado porque él entendía que si se quería prevenir “en serio” la violencia, había que hacerlo “en serio” y “no acordarse solamente en los clásicos” porque para erradicar la violencia debe trabajarse todos los días.

La argumentación de Pacheco tiene aspectos atendibles. Pero, por lo visto, la idea de la foto conjunta no era ninguna banalidad. Antes de que Pacheco le diera el “ok” al juez Darío Ubríaco había dicho que no en dos oportunidades, a las dos instituciones que promovían este gesto. El simple hecho de que haya sido necesaria tanta negociación para convencer a los dos equipos permite comprobar que la foto, esa simple foto, venía a remover un lastre muy pesado.

El partido terminó bien. Fue aburrido, es verdad, y muchos analistas apuntaban a que se salvó por los dos golazos de Iván Alonso y Hernán Novick. Pero muchos otros pensamos que se salvó porque no hubo incidentes. Después del clásico reinaba una especie de alivio, y se distendió el nerviosismo que imperaba desde el jueves, cuando algunos hinchas de Boca y sus jugadores protagonizaron una noche lamentable en el superclásico argentino.

Algunos pueden pensar que ese antecedente nefasto del otro lado del Río ayudó para que en nuestro clásico reinara un clima aceptable. Tal vez jugó un poco eso de diferenciarnos de los argentinos.

Pero yo quiero destacar la importancia de la foto. Para mí, fue un gesto con mayúscula, un símbolo muy potente.

Yo, francamente, no podía entender cómo costaba tanto esa imagen de jugadores de Peñarol y Nacional mezclados. A mi la resistencia me sonaba a algo lisa y llanamente infantil. Pero lo cierto es que el domingo los jugadores estuvieron dispuestos a dar ese paso y ayudaron a construir un mensaje más proactivo en el camino de erradicar la violencia de las canchas. Aunque sea por un rato, se rompió esa manija acumulada que rodea a jugadores e hinchas de Nacional y Peñarol y que los hace exacerbar sus diferencias hasta presentarse no como rivales sino como enemigos y, además, irreconciliables.

Claro, en algo tiene razón Pacheco: la violencia y ese caldo de cultivo que la propicia no se arreglan con una foto, ni con un día de preocupación. Pero, al menos, la foto valió por este domingo. Y también valió como metáfora: a la violencia hay que dejarla afuera del cuadro.

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