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Entrevista central, martes 6 de febrero: Gustavo Perednik

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RA —Ese fue su primer libro vinculado a Nisman.

GP —Correcto, y apareció en el año 2009 ese primer libro sobre Nisman en su conjunto. Después continuó nuestra amistad, lo llevé en su primer viaje a Israel, donde dictó muchas conferencias, yo seguía interesado en el caso, viendo su evolución y llevándole mis alumnos hasta que en su tercer gran obra –yo llamo a esto la “trilogía Nisman” en un artículo que está en internet–, que fue su denuncia al gobierno kirchnerista por su complicidad con Irán, terminó en su asesinato y el asesinato hizo que el libro Matar sin que se note se transformara en un bestseller, porque mucha gente estaba más interesada en saber cuál había sido la obra de Alberto, pero además me motivó a escribir un libro que lo complementara acerca de su asesinato. Y este se llama Morir por la Argentina.

RA —¿Nisman le comentaba sus investigaciones sobre el último tramo de su trabajo, de sus investigaciones, a propósito de las implicancias del gobierno kirchnerista en el acuerdo con Irán?, ¿venían hablando en los últimos tiempos antes de su fallecimiento?

GP —Sí, sin ninguna duda. Ese es precisamente el material que utilizo para escribir Morir por la Argentina. Es más, en nuestro último encuentro, en un bar de Buenos Aires, me anunció concretamente que iban “a caer todos presos”, en sus palabras. Eso despertó un poco mi escepticismo, pero él insistía en que las pruebas eran contundentes y en que o iban a caer en la cárcel o iban a tener que exiliarse, eran las alternativas que preveía para Cristina, Timerman y los seis acólitos a los que denuncia en la tercera parte de su investigación, que le costó la vida.

RA —¿Qué establecía allí del vínculo y de la responsabilidad que tenían?

GP —¿El vínculo que tenían los kirchneristas?

RA —Sí.

GP —El acuerdo que firmó la Argentina con Irán, el memorando de entendimiento –que yo llamo tanto en el libro como en mis artículos “el memorracho”, para resumir en una palabra lo que significaba– del 27 de enero de 2013, establecía que se iba a fijar una especie de “comisión de la verdad” que tenía que investigar, iraníes y argentinos juntos, cómo había sido el atentado. No sé si se entiende el absurdo, pero es más o menos como que la Gestapo y la resistencia francesa juntas investigaran los crímenes alemanes durante la ocupación de Francia. Pero además lo establecía [de un modo] –es lo que se muestra claramente en la denuncia– que iba a hacer absolutamente imposible avanzar ni un milímetro en ese memorracho, porque estaba todo muy trabado burocráticamente –no había plazos, no había marcos que acotaran cómo se debía establecer cada una de las funciones de los que tenían que ver con el memorracho–, era simplemente una pantalla para que todo quedara enterrado en la incertidumbre y nunca nadie supiera nada.

Agrego como complemento a la información que dieron ustedes en la introducción que en realidad el pacto más brutal, al que perfectamente el juez Bonadío ha catalogado como “traición a la patria”, se perpetró dos años antes. Ese fue realmente el momento en que el gobierno argentino perpetró una traición que no tiene ningún precedente en la historia de las democracias.

RA —¿Por qué?

GP —Porque en ese momento se entrevistaron secretamente el canciller argentino, Timerman, y el canciller iraní, [Ali Akbar] Salehi, en la ciudad siria de Alepo y concordaron, en palabras del canciller argentino, que la Argentina no tenía interés en resolver los atentados. Lo sabemos porque el canciller iraní informó por escrito a su presidente, Amadineyab, y porque ese memorando de informe interno trascendió a alguna embajada occidental y después se filtró a la prensa, como ocurre habitualmente. En la Argentina hubo un periodista que lo publicó, por supuesto que el gobierno reaccionó airadamente y descalificando todo lo que se decía acerca de él, y en ese momento fue que el gobierno kirchnerista, de Cristina concretamente, decidió vender la Justicia argentina, incluyendo a su fiscal, Alberto Nisman, de quien pasaban información a los agentes iraníes. Imaginate la dimensión de la traición en este caso, el gobierno entrega a su propio fiscal a quien perpetró el peor atentado de la historia de América Latina. Ese fue el punto de inflexión que marcó la indispensabilidad de la denuncia de Nisman.

RA —Usted dice que en varias oportunidades habían hablado a propósito del riesgo que corría su vida por esta investigación que estaba llevando a cabo.

GP —Sí, por supuesto, él fue amenazado muchas veces y lo vivía con gran entereza. Por eso el libro se llama Morir por la Argentina, porque era un hombre muy obcecado, nada lo iba a detener, absolutamente nada, él iba a seguir con la investigación hasta el final. Y precisamente de eso se dio cuenta el gobierno argentino y por eso entendió que había una sola manera de detenerlo, que fue la que finalmente lo detuvo.

RA —El 18 de enero de 2015, el fiscal Nisman fue encontrado muerto en el baño de su departamento en Puerto Madero en la noche, cuatro días después de denunciar a la expresidenta Cristina Fernández por el presunto encubrimiento de los iraníes, acusados por el atentado de la AMIA, y cuando incluso tenía pronto su documento para presentar ante el Congreso. Desde un primer momento se habló de suicidio o de que lo habían presionado para que se suicidara. ¿Qué lo lleva a usted a afirmar que lo que pasó esa noche fue un homicidio? ¿Qué pruebas tiene de ello?

GP —Lo que acabás de decir. Esto fue cuatro días después de que él presentara la denuncia en tribunales, pero un día antes de que la presentara en el Congreso nacional. Iba a hacerla mucho más pública, a difundirla, iba a tener un diálogo con los congresales argentinos acerca del caso. Ese iba a ser el momento de la gran difusión. Entonces lo atajaron a tiempo.

Me preguntás qué me hace pensar [que fue un homicidio]. Te diría que no hay nada, absolutamente nada, absolutamente nada, que pueda hacerle pensar a alguien que no hubo un asesinato. Que esto fue un asesinato estuvo claro desde el comienzo, pero en ese momento el Gobierno envió una troupe para que embarrara literalmente la escena del crimen, para ocultar toda la información, para difamarlo a Nisman en la prensa y para intentar el mito del suicidio, que fue un mito, nunca pasó de ser eso, y además no se lo creía nadie, ni siquiera los que lo sostenían. La idea del suicidio era simplemente para confundir a todos para que abandonaran la posibilidad de saber finalmente qué ocurrió.

Tenés un hombre que está en la cúspide de su carrera, que después de presentar una denuncia la va a hacer pública en el Congreso, que nunca dio ningún indicio de ninguna depresión ni mucho menos, que era el antisuicidio en su personalidad, un tipo que mantuvo diálogo con sus más allegados hasta último momento, que tenía planes a corto, mediano y largo plazo, de los que dejó registro pleno, y de repente, justo antes de lograr el gran fruto de su obra, va y decide pegarse un tiro.

Además hay cuestiones objetivas que desmienten este mito inmediatamente. La pistola con la que fue asesinado Nisman deja siempre pólvora en las manos, se demostró, y no había pólvora en las manos de Nisman. El cuerpo fue movido, se demostró, es difícil que esto ocurriera después de que él estuviera muerto. Su computadora había sido vaciada, había mil datos. Todos los custodias se habían ido durante las 10 horas claves para poder defenderlo o protegerlo. No funcionaron las cámaras de seguridad del edificio. No había nada, absolutamente nada que pudiera hacerle creer a alguien que aquí hubo un suicidio.

Por eso hasta la misma presidenta, que empezó con el mito del suicidio, debió desdecirse cuando se dio cuenta de que nadie podía creer eso, y empezó a arrojar versiones diversas. Primero suicidio, después suicidio inducido, después aceptó que lo mataron pero que los que lo habían matado tenían como objetivo primordial hacerla quedar mal a ella, esa fue su versión. En fin, arrojaron una serie de versiones encontradas y contradictorias para que la gente se confundiera y abandonara la esperanza de que se resolviera el caso.

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