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Entrevista central, viernes 25 de agosto: Rafael Mandressi

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Entrevista con Rafael Mandressi, corresponsal de En Perspectiva en París.

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EN PERSPECTIVA
Viernes 25.08.2017, hora 8.23

Video de la entrevista

ROMINA ANDRIOLI (RA) —Cuando el mundo entero buscaba explicaciones para el triunfo del empresario Donald Trump en las elecciones estadounidenses y se recuperaba del shock, Emmanuel Macron sorprendió ganando las presidenciales en Francia.

El país cuna de los principios que rigen el mundo occidental dejaba a un lado los viejos partidos y políticos tradicionales e innovaba con una propuesta electoral y política fresca y poco cargada de la vieja ideología del siglo XX.

(Audio Emmanuel Macron.)

RA —En sus primeros meses Macron desplegó una personalidad diferente, firme, novedosa, un aire fresco soplaba en la vieja Europa. Importantes gestos diplomáticos, discursos proeuropeos y hasta la invitación a científicos a seguir investigando contra el cambio climático y a favor del medioambiente llevaron a Macron a ser la antítesis de su homólogo del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos.

Pero la hora del deslumbramiento empieza a terminarse y comienza el tiempo de mostrar su capacidad política para gobernar Francia y mejorar la vida de sus conciudadanos. Y las encuestas de aprobación de su gestión ya no son tan auspiciosas para el joven mandatario.

Está claro que no solo los franceses siguen con atención el devenir de la presidencia de ese país, el mundo entero lo hace. Por eso vamos a conversar con Rafael Mandressi, nuestro corresponsal en París.

Para empezar, ¿cómo definirías en términos generales estos primeros meses del mandato de Macron? ¿A qué estuvo abocado principalmente?

RAFAEL MANDRESSI (RM) —Estuvo instalándose, primero, con bastante éxito en las primeras semanas, desde que ganó la presidencia hasta poco después de las elecciones legislativas, con toda una serie de gestos simbólicos, con actividad diplomática como la que recordabas en tu introducción, y con la consagración en principio de su mayoría parlamentaria muy holgada en las elecciones de junio.

Después llegó el verano, y eso implica, entre otras cosas –como ocurre en Uruguay también y supongo que en muchos otros lugares del mundo–, que hay una suerte de paréntesis, una especie de calma general. Y el comienzo de algunos anuncios y de ciertas torpezas también, sobre todo de sus legisladores, empezó a colocar alguna mancha en el cuadro. Sus primeras iniciativas tienen que ver con promesas de campaña, como la aprobación de una ley que en su momento se iba a llamar “de moralización de la vida pública” y que después se llamó “de confianza en la vida pública”, que consiste básicamente en reforzar y aumentar una serie de controles para limitar los casos eventuales de prácticas no demasiado claras y de eventuales casos de corrupción. Y después lanzó el buque insignia, que es la reforma laboral que está en este momento en elaboración. Pero ocurre que también ha aparecido una suerte de dualidad, hay un Macron doméstico y un Macron internacional, con imágenes bastante diferentes en estos días y en particular con la caída en las encuestas de popularidad, que mencionabas.

RA —Si uno mira las últimas encuestas, Macron cumple los 100 primeros días de gobierno –ya los cumplió– y según los últimos números, por ejemplo del Instituto Demoscópico IFOP para el diario Le Figaro, solo el 36 % de los franceses están contentos con la gestión de Macron durante sus primeros tres meses en el Elíseo. ¿Cómo ven estos números desde una perspectiva un poco más amplia? ¿Qué significan con relación a la aprobación que había tenido en los primeros días?

RM —En primer lugar, es una caída muy importante, empezó con 62 % de aprobación, lo cual quiere decir que bajó a la mitad. Tampoco es tan alta la desaprobación, según las encuestas que he visto hay un 50 % de personas que dicen “hay que esperar para ver y concluir algo, todavía es muy pronto”. En todo caso, los números actuales, esos que mencionabas recién, son inferiores a los que tenían François Hollande y Nicolas Sarkozy a la misma distancia de su elección en sus períodos respectivos.

También hay una aceleración de los tiempos. Ya no hay mucho tiempo de período de gracia o de luna de miel o de romance, eso dura cada vez menos. Por lo tanto el aterrizaje en una cota de popularidad más o menos razonable –porque es impensable que un presidente mantenga en una duración larga más de 60 % de aprobación, son casos muy excepcionales– se produce muy rápidamente. Con el agregado que yo mencionaba recién, que hay un parate, el parate veraniego en el hemisferio norte de este último mes y medio, que corta el impulso inicial y desconecta la acción gubernamental de la preocupación cotidiana, entonces cuando la gente se empieza a acordar dice “sí, está bien, pero ¿qué hizo hasta ahora? No hizo gran cosa”. Se aceleran los tiempos en las conclusiones y se aceleran también en la demanda de resultados. A alguien que por lo menos va a estar cinco años se le piden resultados ya, no al término del mandato. Eso explica buena parte de esta reacción.

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