La audiencia opina…

“Disculpe, gracias, con permiso…”

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Desde la audiencia, Diego recuerda hábitos que ya formaban parte de “la fisiología” de –dice– “los que nacimos hace muchos, muchos años”, y que entiende que generaban felicidad por dar y recibir respeto.


Yo soy del tiempo en que se diferenciaban los buenos de los malos modales. Era el tiempo en que los hábitos se trasmitían de padres a hijos sin necesidad de wi-fi ni de WhatsApp. Simplemente los íbamos cosechando de nuestros progenitores y personas mayores – familiares y/o amigos. Los íbamos incorporando –como nuestros propios hábitos– de la misma manera que aprendíamos a utilizar los utensilios para comer, a vestirnos, a bañarnos o a peinarnos. Era todo muy sencillo. Nadie se daba por enterado de que se estaba estableciendo una comunicación de hábitos. De la misma manera se transmitían los valores. Pero esto es otro tema y mucho más preocupante.

Entre esos hábitos se encontraban los que tenían que ver con el relacionamiento con otras personas, fueran o no del entorno familiar. Entre esos hábitos se encontraban las expresiones que menciono en el título y tantas otras, como “por favor”, “me permite”, “no faltaba más”, “si fuera tan amable”, “después de usted”, “sírvase”, “usted lo merece” o “por nada”, etc. etc. Nadie hacía un esfuerzo especial al pronunciar esas breves palabras. Surgían de nuestras cuerdas vocales en forma casi automática. Y así como se pronunciaban, se escuchaban, también con toda naturalidad.

Hoy en día, los que nacimos hace muchos, muchos años, antes de pronunciar esas palabras que están dentro de nuestra propia fisiología, tenemos que observar a quién están destinadas. Si es una persona de nuestra época o un poco más joven, podemos dar rienda suelta a nuestros hábitos relacionales pero, si no corresponde a ese rango etario, es necesario considerar que estamos corriendo un riesgo. La respuesta puede ser el silencio, o una mirada extrañada siempre que nuestra expresión no genere molestia y podamos recibir una expresión por lo menos desatenta.

Otro hábito que nuestros antepasados nos trasmitieron es la cortesía, en actitudes como, por ejemplo, permitir pasar primero por una puerta o ascender a un ómnibus o a un ascensor o ceder el asiento a personas mayores o niños o señoras embarazadas y, en el caso de los varones, a las personas de sexo femenino. Como en los hábitos en el uso de las expresiones, estas actitudes estaban dentro de nuestra propia fisiología.

Otro hábito que se ha perdido es el saludo. Recuerdo perfectamente que los varones que usaban sombrero, cuando saludaban, se sacaban el sombrero como una cortesía adicional al saludo. Hoy en día, las personas entran a un recinto (salón, ascensor, vestuario, sala de duchas, etc.) donde se encuentran otras personas y no se les ocurre decir “buenos días” (tardes o noches). Me pasa todos los días cuando voy al club a hacer gimnasia.

Es el momento de preguntarnos: ¿esos hábitos nos hacían felices o infelices? Yo debo responder que me hacían muy feliz porque esos hábitos no eran otra cosa que la expresión del respeto a los demás y de la intención de generar en el otro la satisfacción de merecer ese respeto.

Pero los hábitos han cambiado totalmente. No es mi intención acusar a las personas más jóvenes de mala educación o falta de respeto. En absoluto. Yo creo que el cambio de hábitos tiene que tener alguna explicación y nadie puede considerarse culpable. Indudablemente, los cambios en la forma de vivir han sido continuos y permanentes. Se vive más rápido, ha aumentado la variedad de ocupaciones, ha aumentado considerablemente la oferta de bienes y servicios destinados al consumo de las personas, han aumentado considerablemente las comodidades para realizar la mayor parte de nuestras actividades cotidianas, han aumentado considerablemente las oportunidades de goce de entretenimientos y expresiones artísticas, deportivas, etc.

Todo este cambio tiene un fin central que es generar más y mejores condiciones de vida a la vez que se impulsa la rueda del sistema económico-social en que vivimos. En términos generales, creo que la mayor parte de la población encuentra satisfactorio el cambio.

Es probable que el cambio en los hábitos haya venido acoplado en los cambios en la forma de vivir. De todos modos, para las generaciones más jóvenes ese cambio no se percibe porque es gradual.

Quienes lo percibimos en toda su intensidad y lo sufrimos somos los más veteranos y ello tiene su importancia porque, porcentualmente, los veteranos representamos hoy día una mayor proporción de la población que en décadas pasadas. Quizás por ello debiera reflexionarse al respecto.

Diego Nelson Sosa
Vía correo electrónico

 


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