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Al rescate de Cervantes

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Sabemos muy poco sobre la vida de don Miguel de Cervantes Saavedra. A lo largo de la historia, sus biógrafos han incursionado en olvidos, inventos y especulaciones. Esta serie de columnas de Marcelo Estefanell se propone narrar los diferentes relatos sobre la vida del autor del Quijote. Como dice el propio Estefanell: "Para aproximarnos a este genial escritor, conviene ir desbrozando el camino".

Por Marcelo Estefanell ///

El hombre se estaba muriendo y lo sabía. A tal punto era consciente de su situación que en la dedicatoria de su última novela, Persiles y Sigismunda, fechada el 19 de abril de 1616, citó estos versos:

Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.

Y en prosa continúa:

Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto (…).

Tres días más tarde, don Miguel de Cervantes Saavedra nos dejaría a los mortales con su obra trascendente y, a la postre, universal.

Sin embargo, el autor como tal fue prácticamente olvidado y si bien sus textos sobrevivieron en sucesivas traducciones al italiano, al francés, al alemán y al holandés, predominó el silencio anónimo de innumerables lectores sin que tengamos registros de reediciones en su lengua.

Tuvieron que pasar 122 años de su muerte para que en Inglaterra, en 1738, se publicara en cuatro tomos una edición ilustrada y muy cuidada de Don Quijote en español por iniciativa de John Carteret (1690-1763), Barón de Granville, un lord inglés políglota, erudito y ministro de la corte, que no tendrá ningún empacho en gastar 1.200 libras esterlinas con ese fin (una fortuna en aquellos tiempos).

Carteret le encargó el trabajo al editor y librero más destacado de la época: J. y R. Tonson. Este realizó una publicación ilustrada por los dibujantes y grabadores más conocidos de su tiempo, como lo fueron los pintores John Vanderbank y William Kent (autor del retrato –inventado– de Cervantes), y grabadores de la talla de Vertue, Gerard Vandergucht y Claude du Bosc, sumando 67 láminas a toda página, un frontispicio y un retrato de Cervantes. Lord Carteret no solo impulsó esta estupenda edición en castellano de Vida y obra del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, sino que además incluyó la primera biografía de Cervantes a cargo de Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781), un valenciano culto, historiador y jurista, exponente destacado de la ilustración española.

Así pues, paradojas de la literatura, de la historia y de la vida (que, a veces, es lo mismo), tuvo que ser un lord inglés quien trajera desde el olvido al Caballero de la Triste Figura y a su autor con el fin de regalarle esa novela extraordinaria a la reina Carolina (1683-1737), quien contaba con una colección notable de novelas de distintos autores europeos.

Al mismo tiempo que Carteret promovía a Cervantes y a su Quijote en la corte de Jorge II, no dejaba de presionar junto a otros poderosos hombres de la nobleza inglesa para romper el monopolio comercial español en Sudamérica. Los intereses económicos y políticos seguían por otro carril a sus entusiasmos literarios, de tal suerte que al año siguiente de la publicación de la primera biografía de Cervantes, lord Carteret promovió la guerra entre Inglaterra y España (1739).

Esta edición, junto a la primera traducción al inglés del Quijote por Thomas Shelton en vida de Cervantes (1612), tendrá una influencia notable en autores ingleses como Henry Fielding, Laurence Sterne y, por sobre todos, en el poco difundido Tobías Smollett (1721-1771), un escocés médico, historiador y novelista, quien además, por conocer el castellano perfectamente, se animó a hacer otra traducción al inglés de Don Quijote en 1755; con tanto atino realizó la tarea que muchas ediciones anglosajonas posteriores se basaron en aquella versión revisada por él mismo en 1761.

En suma, a 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, justo es reconocer la influencia de su obra en los enemigos de España en los mares, en los incendiarios de Cádiz y en los conquistadores de Gibraltar, confirmando aquello de que el arte no tiene frontera y nos hermana para siempre más allá de lo circunstancial.

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Continúa en…
Cervantes y sus biógrafos, primera parte

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