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Cervantes, el liberalismo y la mutación de las palabras

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Por Marcelo Estefanell ///

El Quijote es una obra tan vasta que no nos da la vida para abarcarla. Lectura tras lectura uno va descubriendo detalles que, más allá de la intención del autor, causan asombro. Si nos detenemos en la ortografía los ejemplos son numerosos: cronista se escribía coronista, asunto se escribía asumpto (y, probablemente, se pronunciaba así), por no mencionar todas las palabras que sustituyeron la efe por la hache, como fermosa/hermosa, fechos/hechos y fanega por hanega. Pero lo más interesante es cuando la misma palabra cambia –o agrega– nuevos significados, como sucede en el instante que don Quijote, dirigiéndose a su escudero, pondera a Dulcinea con estas palabras:

Es liberal en estremo, y si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela (…)

¿Liberal? Usted ¿qué entendería por liberal? ¿Acaso la dama de nuestro caballero era algo “lijera de cascos”? ¿O practicaba conductas “abiertas”? Pues no, mi estimado lector. Liberal, por entonces, solo tenía un significado: generosidad. O, como dice el diccionario: persona que obra con liberalidad.

A su vez, el concepto liberal estaba asociado desde la Edad Media a lo que en la antigüedad se denominó “trivio”, a saber: las tres artes liberales, gramática, retórica y dialéctica; materias a las que solo podían acceder los hombres libres, en franca oposición a los oficios “serviles y mecánicos” asignados a los esclavos y a los siervos.

Así pues, como en muchos otros casos, aquí vemos una metamorfosis completa de un témino que desde el comienzo del silgo XIX sufre otro cambio rotundo y comprobable, puesto que basta con preguntarle a la primera persona que usted tenga cerca qué significa para ella ser liberal y, seguramente, le dirá cualquier cosa menos ser generoso; lo más probable es que se refiera a una concepción política, a la defensa de la libertad o al liberalismo propiamente dicho.

Pero lo más curioso todo, me parece, es que el término tal como lo usó Cervantes en 1605 troca también en España doscientos años más tarde. Los promotores de la Constitución de Cádiz, quienes se movilizaron al grito de "¡Viva la Pepa!" cuando se aprobó la primera Carta Magna española el 14 de marzo de 1812, día de San José, eran llamados despectivamente “liberales” por los “absolutistas”, por ser “generosos con los bienes ajenos” y con los “derechos inalienables de la nobleza”. Sin embargo, en el resto de Europa, a los partidarios de la Constitución de Cádiz los llamaron “españoles partidarios de la libertad”.

Desde entonces el término seguiría por el carril de la política, de la economía, de la filosofía y de infinitas variantes modernas. Pero lo cierto es que como sinónimo de generosidad, el término quedó anclado en el Siglo de Oro español, hecho que jamás sospechó Cervantes y menos su Quijote, pese a que profetizó otros aconteceres como el que su obra sería traducida “a todas las lenguas del mundo”.

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