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Don Quijote IX: Vida de Miguel de Cervantes

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por Marcelo Estefanell ///

(Primera parte: 1547-1604)

A don Miguel de Cervantes Saavedra se lo puede describir como el arquetipo ibérico del siglo de oro porque en su vida reunió los oficios y las artes más representativos de su tiempo: fue soldado, fue funcionario público (nada menos que recaudador de impuestos para la Armada Invencible), fue poeta, dramaturgo y, casi sin quererlo, fue un novelista de vanguardia.

Si viviera en nuestros tiempos, habría que pedirle que incluyera en su currículo ingeniería de sistemas y diseño de portales; además tendría que integrar una banda de rock, debería de tener blog activo y, por si esto fuera poco, debería saber y comprender lo básico de la física cuántica.

Hagamos un juego de imaginación y situémonos en al año 1547, al fin de reinado de Carlos V, durante una jornada que se desarrolla en Alcalá de Henares, por entonces conocido burgo gracias a su Universidad, fundada en 1499 por el Cardenal Cisneros. En esa localidad, luego de siglos de historia celtíbera, romana, cristiana, mora y judía, sería bautizado el domingo 9 de octubre, en la iglesia de Santa María Mayor, el cuarto hijo de don Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas, a quien le pondrían de nombre Miguel (hecho que nos lleva a suponer que nuestro genial escritor nació el 29 de setiembre por ser el día de San Miguel).

Los biógrafos meticulosos han indagado tanto en los antepasados de Miguel que hoy sabemos de su genealogía más que el propio biografiado. Pero, en realidad, con documentos históricos en la mano, poco se conoce de nuestro fundador de la novela moderna. A grandes rasgos, podemos afirmar que desde niño sufrió los traslados de su padre, cirujano y ayudante de medicina, según lo describen eufemísticamente cuando, en verdad, era un saca muela y realizaba sangrías para bajar las calenturas. Con ese oficio el hombre tenía que ofrecer sus servicios donde hubiera más gente, y esto sucedía por lo general donde se hallaba la Corte. Por eso lo sabemos a veces en Valladolid, ora en Córdoba, luego en Sevilla, Toledo, Madrid y vuelta a la ciudad Complutense. Así las cosas, hasta cierto punto se puede conjeturar que, desde niño, Miguel de Cervantes conoció diferentes realidades en aquella España de la Contra Reforma, con guerras lejanas en Flandes, moros levantiscos en Granada, las Indias Occidentales ofreciendo productos nuevos como la papa, el café, el tomate y el tabaco, por no mencionar los metales preciosos, las crónicas exuberantes y las leyendas inverosímiles; mientras tanto, por oriente, el imperio Otomano pretendía dominar el Mediterráneo.

No sabemos a ciencia cierta dónde aprendió a leer y a escribir don Miguel pero, en 1564 —el año en que nace Shakespeare, muere Miguel Ángel y, por entonces, Lope de Vega era un niño de dos años—, se tiene casi la certeza de que estudió en Sevilla con los Jesuitas; tuvo de maestros al padre Acebedo y a quien luego sería secretario e influyente consejero del Rey Felipe II a partir de 1573: Mateo Vázquez de Leca.

Sabemos también que Cervantes fue discípulo de Juan López de Hoyos en el Estudio de la Villa de Madrid a partir de 1568. Allí aprendió las reglas de la poesía y participó, a pedido de su maestro, con cuatro poemas funerarios en el conjunto de la Relación oficial de las exequias de Isabel de Valois, quien había dejado viudo a Felipe II.

Sin embargo, al año siguiente encontramos a Cervantes en Roma oficiando de camarero de Monseñor Giulio Acquaviva, nombrado Cardenal en 1570, con solo 24 años. Todo hace pensar que nuestro escritor en ciernes tuvo que huir apresuradamente de Madrid porque había una orden de captura sobre alguien que llevaba su nombre. Parece ser que de muchacho era hábil con su espadín y muy enamoradizo. Lo cierto es que un hombre llamado Miguel de Cervantes estaba requerido en 1569 por haber herido en un duelo a un tal Antonio de Sigura.

Luego de prestarle servicios al Cardenal Acquaviva y de haberlo acompañado por ciudades como Palermo, Florencia, Milán, Venecia y Ferrara, Miguel de Cervantes y su hermano Rodrigo se alistan en la tropas comandadas por Diego de Urbina, en Italia, y parten a dar apoyo al contingente veneciano que, a su vez, integraba la Liga Santa bajo el mando de Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos V y hermanastro de Felipe II. Más de 200 embarcaciones se reúnen en Messina y desde allí se dirigen a lo que actualmente es el golfo de Corintios, en Grecia, donde enfrentarán, el 7 de octubre de 1571, a la armada Turca en lo que se llamó, desde entonces, la Batalla de Lepanto.

Cervantes se destacó en esa contienda porque a pesar de estar enfermo subió a cubierta, combatió, fue herido de dos disparos de arcabuz en el pecho, un tercero en la mano izquierda y, aun en esas condiciones, no dejó de luchar. La batalla comenzó a prepararse a media mañana y culminó a las 4 de la tarde con el triunfo de España y de sus aliados a costa de miles de muertos y heridos. La derrota turca, con un centenar de embarcaciones hundidas y treinta mil bajas, significó el fin de la expansión otomana en el Mediterráneo y el comienzo de un largo declive.

Cuesta imaginar las impresiones de Cervantes cosechadas luego de una batalla de esa naturaleza, donde más de quinientas naves de distinto porte combatieron durante cuatro horas. Pero lo que sí sabemos es que lo marcó para siempre y le daría, junto a sus lecturas mientras permaneció en Italia, material para sus futuras obras.

Una vez superadas las heridas, Miguel vuelve a integrar un Tercio español y participa como “soldado aventajado” en otras campañas militares en Orán, en Navarino y la Coleta. En suma, todos estos destaques en el ejército le jugarán en contra cuando, ya de baja y de retorno a España (1575), navegando en la galera El sol que había abordado en Nápoles junto a su hermano Rodrigo y a otros españoles licenciados de la armada, son capturados por corsarios bereberes cuando ya tenían al alcance de la vista las costas catalanas. Todos son llevados cautivos a Argel. Al ver sus captores los documentos laudatorios hacia Miguel, avalados —nada más y nada menos— que por Juan de Austria, piden 500 ducados de oro por su rescate creyendo que es un personaje importante.

Así eran los secuestros extorsivos de la época.

Durante cinco años Cervantes permaneció cautivo en los baños de Argel. Intentó fugarse en cinco ocasiones pero siempre terminó traicionado. Hecho que le costaría ser engrillado y azotado en más de una oportunidad. Su hermano fue liberado al poco tiempo porque el rescate fue más sencillo reunirlo (50 ducados). Sin embargo, por nuestro escritor en ciernes, su madre mentiría a las autoridades haciéndose pasar por viuda para tener obtener fondos.

Al fin, el 19 de setiembre de 1580, los padres Trinitarios lograron reunir el dinero y Cervantes quedó libre. El 27 de octubre llegó a España; desembarcó en el puerto de Denia (al sur de Valencia) y a finales del año lo sabemos en Madrid en procura de que se lo recompense por los servicios prestados y por su cautiverio. Solo consiguió que se le confíe una misión de espionaje en Orán al año siguiente, y quedan registros de su estadía en Lisboa, al regreso, donde fue a dar cuenta de los resultados a Felipe II quien, por herencia, se había hecho cargo del reino de Portugal.

Más tarde continuó buscando algún cargo público en Madrid. Sabemos que Cervantes se vinculó poco a poco a los círculos literarios de la Corte y comenzó a escribir La Galatea. De esa época son también sus primeras obras teatrales, al menos las que sobrevivieron: El trato de Argel y La Numancia (no olvidemos que estando él cautivo, en 1579, se inauguraron los primeros teatros en Madrid).

Como todo habitante del Sacro Imperio Romano Germánico, por orden del Papa Gregorio XIII, Miguel de Cervantes se acostó un jueves 4 de octubre de 1582, del calendario impuesto por Julio César, y se despertó un viernes 15 de octubre del calendario que hoy rige en casi todo el mundo.

El 12 de setiembre de 1584 se casa con Catalina de Salazar, en la localidad de Esquivias. Por entonces, Cervantes rondaba los 37 años y su esposa tenía 19. Durante tres años su vida será un peregrinaje entre Madrid y su nuevo hogar. En Marzo de 1585 publica su primera obra, La Galatea, novela pastoril que no tiene mayor éxito pese a ser un género de moda. De todas maneras, Cervantes siempre le tuvo mucha estima y prometió, hasta último momento, una segunda parte que jamás concretó.

Al fin, como de la literatura y el teatro no podía vivir, en 1587 lo encontramos en Sevilla con el cargo de Comisario Real de abastos para la Armada Invencible. Trabajo que lo llevará a recorrer durante años toda Andalucía y le costará muchos sinsabores, puesto que cada vez que llegaba a un pueblo para cobrar el diezmo en trigo, cebada y aceite, solía tener problemas con las autoridades locales y con los campesinos que escondían sus productos o declaraban menores cantidades (la evasión de impuestos es un fenómenos tan antiguo como los impuestos mismos). Sobre todo, tuvo problemas en el cobro de impuestos con los granos y aceites pertenecientes al clero, esto le costó varias excomuniones. Por si fuera poco, las discrepancias en los balances con sus superiores lo condujo varias veces a juicios y a la cárcel. Se dice también, que en una ocasión, cuando arribó a una villa con el fin de recaudar cebada y aceite, los campesinos lo tiraron a un aljibe y tres días más tarde un lugareño lo rescató; vivencia esta que, junto a otras como comisario real, usará en sus Novelas ejemplares y en don Quijote.

En 1590, harto de tantos problemas y riesgos, solicita al Rey, por intermedio del Consejo de Indias, que se le de un puesto del otro lado del océano: aspiraba a ocupar alguna de las bacantes que había en Granada (Nicaragua), en Cartagena de Indias (Colombia) e, incluso, en La Paz (Bolivia).

Ante notario público, se presenta y ruega:

“Señor: Miguel de Cervantes Saavedra dice que ha servido a Vuestra Majestad muchos años en las jornadas de mar y tierra (…), particularmente en la batalla Naval donde le dieron muchas heridas de las cuales perdió una mano de un arcabuzazo (…), fueron llevados a Argel donde gastaron el patrimonio que tenían en rescatarse y toda la hacienda de sus padres y dotes de dos hermanas doncellas que tenía, las cuales quedaron pobres (…) y fue a Orán por orden de Vuestra Majestad y después ha estado sirviendo en Sevilla en negocios de la armada (…) y en todo este tiempo no se le ha hecho merced ninguna. Pide y suplica humildemente cuanto puede a Vuestra Majestad sea servido de hacerle merced de un oficio en las Indias de los tres o cuatro que al presente están vacantes (…) porque su deseo es continuar siempre en el servicio de Vuestra Majestad y acabar su vida como lo han hecho sus antepasados, que en ello recibirá muy grande bien y merced.”

Afortunadamente para nosotros, sus lectores, la respuesta que recibe a su petitorio rezaba así:

"Busque acá que se la haga merced".

Por lo tanto, este digno hijo de su tiempo, estuvo condenado por una década más a sobrellevar muchos sinsabores, disputas económicas, períodos en la cárcel y pocas satisfacciones. Aun así, entre fines del siglo y comienzos del siguiente, es acertado sospechar que escribió las novelas Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño. Y, lo que es más importante, comenzó a elaborar la novela que le granjearía un lugar sobresaliente en la literatura universal: Las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Al mismo tiempo, en 1598 muere Felipe II y le sucede su hijo, Felipe III. España se debate en la crisis con fuertes fenómenos de inflación y quiebras en la casa real por los crecientes préstamos a los que acuden estos nietos y bisnietos de los reyes Católicos para financiar sus guerras. Para peor,  la peste bubónica llega por Bayona a la península Ibérica y se cierran los teatros hasta mediados de 1600. La epidemia le costará a España más de 55 mil muertos en una población estimada, por entonces, en 8 millones de habitantes.

Todo hace pensar que en 1604 los manuscritos de la primera parte de don Quijote ya andaba de mano en mano en ciertas tertulias madrileñas, puesto que Lope de Vega, en una carta fechada en agosto de ese año, menciona los textos de don Miguel, diciendo:

“No conozco ningún poeta tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”.

Era común en aquellos tiempos que los autores mandaran sus originales a copistas con el fin de que los tipógrafos tuvieran una lectura más clara de los originales. Entonces no era extraño que algunas obras se leyeran en círculos literarios antes de ir a imprenta. No se sabe a ciencia cierta la causa de las desavenencias entre ambos escritores, sin embargo, algunos estudiosos aventuran que fue el mismísimo Lope de Vega quien se escondió detrás del nombre Alonso Fernández de Avellaneda  como autor del Quijote apócrifo (1614).

Sin embargo, a pocas semanas de esa carta de Lope, se expidió el permiso Real (26 de setiembre de 1604) para que pudiera imprimirse la novela que resultaría la más importante de la lengua castellana; y cuatro días antes de esa navidad, el escribano de la Cámara del Rey, Juan Gallo de Andrada dará fe del libro “El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel; y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y para que dello conste, di el presente en Valladolid, a veinte días del mes de diciembre de mil y seiscientos y cuatro años.”

En consecuencia, a partir de 1605, con la publicación de su novela, Cervantes comenzará otra etapa de su vida que merece, por sí sola, otro capítulo.

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