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El diario del lunes
En Guadalajara nadie quiere olvidar

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Por Fernando Butazzoni ///

La semana pasada estuve en México, así que no cumplí con mis lectores. Hoy vuelvo, y lo hago con un raro sabor de boca, como si todo siguiera adelante y, a la vez, todo tuviera que ser revisado. México también tiene eso que con tanto acierto enunciara Real de Azúa: el impulso y su freno. Lo que le da, le quita. El esplendor de una cultura convive con el apenas disimulado desprecio a sus portadores. La riqueza más fastuosa se codea con miserias sin cuento.

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en su edición número 29, repitió las apabullantes cifras de años anteriores, y en algunos rubros las superó con creces: casi 800.000 visitantes (entre ellos, medio millón de niños y adolescentes), US$ 40 millones en ventas de libros, 44 países representados y 1.980 editoriales presentes.

Es abrumador, sobre todo si tenemos en cuenta que México es un país de 125 millones de habitantes en el que cada año un millón de personas se añaden a la ya extensa lista de pobres (más de 60 millones de personas, casi un 50 % de los habitantes del país), y que la política económica del presidente Enrique Peña Nieto se caracteriza, a tres años de haber asumido, por los recortes presupuestales y la postergación de las promesas efectuadas durante la campaña electoral.

La zona metropolitana de Guadalajara ronda a estas alturas los 5 millones de habitantes, lo que es más de la mitad de la población de todo el estado de Jalisco. En su mayor parte son jóvenes, iletrados y pobres. En ese marco, es doblemente extraordinaria la proeza de la Feria del Libro. Primero, por no arredrarse ante las evidentes dificultades que ello supone. Segundo, por obtener resultados que harían palidecer de envidia a casi todas las ciudades que organizan este tipo de eventos. También esas cifras tienen un toque irracional que dispara preguntas incómodas: ¿Para quién se hace la Feria? ¿De dónde sale toda esa gente? ¿Quiénes leen hoy en México?

En los últimos años se ha verificado una tendencia que, en este 2015, alcanzó altos niveles de tensión y a la vez de popularidad: me refiero a la profunda ligazón entre las actividades que se desarrollan en Feria de Guadalajara y el pulso político, tanto de México como del resto de América Latina. Algunas conferencias, charlas y debates se realizaron con miles de personas siguiendo las palabras de los participantes, tanto desde las propias salas donde se llevaban a cabo como desde pantallas gigantes ubicadas en distintos puntos del enorme recinto ferial. Había aplausos, consignas y un estado de excitación bastante generalizado durante tales encuentros.

Ese fue el caso del homenaje al recientemente desaparecido periodista mexicano Julio Scherer García, el fundador de la revista Proceso y uno de los referentes éticos de la profesión en aquel país. La escritora Elena Poniatowska, la periodista Carmen Artistegui y el hijo del propio Scherer, Julio Scherer Ibarra, asumieron el homenaje como un reto propicio para proyectar la ética del periodismo en estos tiempos que son, para muchos en México, bastante aciagos. La propia Aristegui, quien hace poco destapó una maniobra de corrupción conocida como “la casa blanca” y que salpica al propio presidente mexicano, ha recibido fuertes represalias por ello: se quedó sin trabajo.

Pero la sombra que planeó durante toda la Feria fue la de Ayotzinapa, la de esos 43 muchachos y muchachas que desaparecieron en la noche y en la niebla del poder paramilitar del Estado y de los narcos, que para muchos es casi la misma cosa. Hubo charlas, reflexiones, vigilias y cientos de referencias a lo acontecido en Iguala, la ciudad del estado de Guerrero donde ocurrieron los hechos en setiembre de 2014. No había manera de esquivarle el bulto a ese grave episodio. Aún los políticos más cercanos al poder federal, y algunos escritores vinculados a ellos y a la formidable maquinaria propagandística del “aquí no ha pasado nada”, debieron rendirse ante la evidencia: los desaparecidos de Ayotzinapa eran una presencia ineludible.

Como muestra contundente de ello baste un ejemplo: ya al final de esos ajetreados días de Feria, cuando la viuda de Eduardo Galeano recibió el diploma del doctorado honoris causa que la Universidad de Guadalajara le entregó post mortem al escritor uruguayo, ella dijo que esa distinción póstuma estaba destinada a mantener viva la memoria de los estudiantes desaparecidos. Helena Villagra subrayó que en estos tiempos todavía “hay muchos corazones decentes”. La ovación que siguió a esas palabras duró varios minutos. Los mexicanos, por suerte, no parecen dispuestos a resignarse al olvido.

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El diario del lunes es el blog de Fernando Butazzoni en EnPerspectiva.net. Como no podía ser de otra manera, actualiza todos los lunes.

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