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El Quijote IV: La venganza literaria

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Por Marcelo Estefanell ///

Grabado col 4

“Para Stalin, los Rembrandt del Ermitage pertenecen a la época de Rembrandt; para Picasso, pertenecen también a la época de Picasso. Para un lector de novelas policiales, Don Quijote pertenece a la época de Cervantes; para Flaubert, pertenece también a la época de Flaubert. Y para muchos Flaubert desconocidos.”

André Malraux: El Hombre precario y la literatura.

La furia que se debe de haber agarrado Cervantes cuando se enteró de la aparición de un Quijote apócrifo, no está escrito. De todas maneras, podemos llegar a imaginarlo, puesto que sabemos que en esos días don Miguel estaba metido de cabeza en su propia segunda parte, en el Quijote que vendría a marcarnos para siempre. Por lo menos, podemos suponer que ya había escrito más de cincuenta capítulos de los setenta y cuatro que completarían la obra.

Y más bronca se debe de haber agarrado al no saber quién fue el osado que se atrevió a meterse con sus personajes, porque el falsario se escondió —y aun se esconde— detrás de un nombre falso: Alonso Fernández de Avellaneda. Nombre largo, por cierto, que ha llevado a que todo el mundo mencione la novela como “el Quijote de Avellaneda”.

Pero el sumun de la ira le debe de haber brotado de lo más hondo cuando llegó a sus manos un ejemplar del Quijote apócrifo, porque entonces pudo comprobar que el falsario lo trata de charlatán y de mentiroso desde el prólogo. Además, todas las alusiones personales transmiten envidia, rencor y ojeriza.

Luego surgirán otros elementos que deben de haber alimentado su rabia y su ofuscación, pero estos detalles, aunque no menos importantes, ya son de carácter literario: a vuelo de pájaro resulta evidente, luego de leer el Quijote de Avellaneda, de que el falsario conocía la primera parte del Quijote cervantino de memoria, por eso comienza su novela exactamente donde la dejó Cervantes: (…) Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras auténticas; sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote, la tercera vez que salió de su casa, fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad hicieron (…). En consecuencia, el autor apócrifo comienza su Quijote en unas justas en Zaragoza. Y Cervantes, luego de haber leído al detalle la versión de su colega huidizo, tuvo que cambiar el plan de su obra, rescribir y elaborar —con gran ingenio— un desagravio y una venganza de gran altura, porque don Miguel recurre a lo que sabe y se detiene donde importa: en el plano estrictamente literario. Para que no queden dudas de semejante afirmación, vayamos a los ejemplos concretos:

En el capítulo LIX (segunda parte), don Quijote y Sancho llegan a una venta; luego, cuando se disponen a cenar en su cuarto, oyen desde el aposento de al lado a otro huésped que le dice al ventero:

—Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que trae la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

(Detalle: el lector ocasional de la segunda parte del Quijote cervantino se da de cara con lectores que están leyendo otra segunda parte ¿? Quien no sabía de la existencia de la versión del falso Avellaneda puede llegar a dudar de lo que está leyendo. En caso contrario, igual es sorprendente.)

El narrador nos dice que don Quijote (…) se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo que dél trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió:

—¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates? Y el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda.

El tal don Juan agrega algo que hará reaccionar a don Quijote: (…) dice que el autor de ella pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.

Nuestro caballero, lleno de ira y de despecho, desde la otra habitación, retruca fuertemente:

—Quienquiera que dijere que don Quijote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar, a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna.

Los vecinos quedan azorados, se acercan para averiguar quién les respondió e inmediatamente reconocen a nuestro héroe, y uno de ellos, echando los brazos al cuello de don Quijote, le dijo:

–Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia: sin duda, vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego.

Inaudito: ¡don Quijote tiene en sus manos un ejemplar de la versión falsa! Por si esto fuera poco, junto a sus compañeros de hospedaje, el Caballero de la Triste Figura hará una crítica despiadada de la versión “trucha”. Es más, al enterarse de que su homónimo falso fue a las justas de Zaragoza, decide cambiar de itinerario  y no poner jamás sus pies en esa cuidad; en su lugar irá hacia Barcelona, localidad donde lo recibirán con estas palabras:

Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores.

Saludo que causará en don Quijote este comentario a su escudero:

—Éstos bien nos han conocido: yo apostaré que han leído nuestra historia y aun la del aragonés recién impresa.

Dicho de otra forma, el ingenioso Cervantes inventa en el género lo que bien podríamos llamar venganza puramente literaria. No sabemos de otro novelista que se haya desquitado anteriormente de sus plagiarios de esta manera.

Pero esto no es todo, nuestro hijo de Alcalá de Henares llevará la venganza a su máxima expresión casi al final de su obra, en al capítulo LXX, donde pone en boca de Altisidora —una doncella que hace creer a nuestro héroe que volvió de la muerte— una descripción del infierno de lo más sugestiva: La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas (…) y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían. ¿Una versión adelantada del fútbol? Pero lo sublime, el gol de media cancha, como quien dice, surge enseguida cuando la doncella cuenta lo que más le maravilló, a saber:distinguir un libro nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: "Mirad qué libro es ése". Y el diablo le respondió: "Ésta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas". "Quitádmele de ahí –respondió el otro diablo–, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos". "¿Tan malo es?", respondió el otro. "Tan malo –replicó el primero–, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara" (…).

Cervantes siempre va más allá y por eso nos sorprende, pues condenar una obra apócrifa a todos los infiernos se le puede ocurrir a cualquiera, pero que los diablos no la soporten porque es peor de lo que ellos pueden concebir, parece una genialidad.

Y hay más aun, la revancha ante el plagiario no termina aquí, resta una vuelta de tuerca de extremada originalidad y agudeza. Miremos estos detalles: en el antepenúltimo capítulo (LXXII) el autor pone en manos de don Quijote la tarea de realizar el desagravio final: cuando estaban en un mesón, caballero y escudero presencian la llegada de un señor a caballo con tres o cuatro criados; al dirigirse a su amo uno de ellos dice:

Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.

Nuestro héroe para la oreja y le comenta a Sancho

Mira (…) cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Álvaro Tarfe.

¡Álvaro Tarfe! Nada más y nada menos que el amigo íntimo del Quijote falso. Pero allí no se detiene el asunto: el Quijote cervantino se las ingeniará para acercarse a don Tarfe, y entre pregunta va y respuesta viene le hace saber que él es el verdadero don Quijote de la Mancha.

Don Tarfe, por su parte, se rectificará de todo, renegando hasta de su existencia en la novela falsa. Como quien dice, se cambia de cuadro sin ningún escrúpulo (la magia de la creación literaria), y ante el pedido de nuestro don Quijote de que firme sus dichos frente al alcalde y al escribano del pueblo, no tiene ningún empacho en aceptar:

Eso haré yo de muy buena gana —dice—, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.

Y el narrador agregará, siempre con cierto aire socarrón:

Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres (…).

En síntesis, esta reivindicación literaria, fruto de una contingencia inesperada como lo fue el hecho de que apareciera una segunda parte apócrifa de su novela, es otro de los elementos que le da ese aire moderno a la novela; y así como a su personaje las cosas le van mal por culpa de supuestos “encantadores” que le tienen envidia e inquina, al autor le aparecieron “otros encantadores” que pretendieron quitarle fama mediante un plagio que solo se lo recuerda porque el verdadero Quijote se volvió universal.

Viene de…
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