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Elecciones municipales: Cinco conclusiones

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Por Rafael Porzecanski ///

Con la celebración de las elecciones municipales el pasado domingo 10 de mayo se cerró un nuevo ciclo electoral en nuestro país. En tiempo de reflexiones y balances, quisiera dejarles lo que entiendo son cinco conclusiones salientes de este último hito electoral del ciclo.

1. Un ciclo extenuante

Desde la aprobación de la Reforma Constitucional en 1996 (que instauró el balotaje, las elecciones primarias y la separación de las elecciones presidenciales y legislativas con las municipales) el ciclo electoral uruguayo transcurre durante casi todo un año.

La experiencia de cuatro ciclos vividos bajo este régimen ha sido suficiente para concluir que se trata de un período demasiado extenso, agotador tanto para votantes como para políticos. Aunque la mayoría de la clase política ha reconocido varias veces el carácter insoportablemente largo de la ingeniería electoral uruguaya, ha llegado el momento de pasar del dicho al hecho y propiciar una nueva reforma donde, como mínimo, debería instaurarse la simultaneidad del voto presidencial y municipal con posibilidad de ejercicio del voto cruzado.

2. Un experimento incierto

La elección municipal montevideana conoció una nueva figura política, la Concertación, una alianza entre blancos y colorados procurando tener mayor competitividad frente a la larga hegemonía del Frente Amplio en el departamento.

A juzgar por los fríos números, esta apuesta novedosa no dio los frutos esperados: en las municipales capitalinas de 2010, el Partido Nacional y el Partido Colorado sumados obtuvieron un porcentaje muy similar al que obtuvo la Concertación en esta elección (37 %). Algunas voces consideran que la estrategia electoral fue correcta pero la táctica empleada fallida. En esta línea, por ejemplo, hay una crítica casi unánime en cuanto a diferentes aspectos en lo relativo al proceso de selección y apuntalamiento de los candidatos de la Concertación, destacándose principalmente la “bajada” tanto de un firme candidato desde tiendas blancas (Jorge Gandini) y la escandalosa renuncia de Ney Castillo a pocas semanas de la elección en filas coloradas. Otras voces, en cambio, insisten en disolver a futuro la Concertación y apuntar a otras estrategias en la pelea por el gobierno municipal (quizás el dirigente colorado Fernando Amado es el defensor más conocido en esta línea).

Como quiera que sea, para el caso particular de Montevideo, queda claro que con o sin Concertación, los partidos tradicionales no han logrado en un cuarto de siglo convencer a un porcentaje significativo del electorado frenteamplista sobre la necesidad de establecer un cambio de mando en la gestión de la ciudad, más allá que no sean pocos los votantes de izquierda insatisfechos con las últimas administraciones frentistas. Quien ha quedado perfilado para cumplir con este desafío en la próxima elección es Edgardo Novick, el ganador-perdedor de la Concertación, aunque varias interrogantes se abren dada su condición de relativo “outisder” de la política uruguaya en relación a cómo realizará el necesario trabajo de tejido de alianzas y mayor estructuración de su corriente política.

3. Del FA a los partidos tradicionales: ¿Una cortina de hierro?

Usualmente, consultores de opinión pública y politólogos han destacado, para los últimos tiempos de la política uruguaya, la fuerte permeabilidad de la frontera que distingue a blancos y colorados en contraste a la frontera “dura” que divide a partidos tradicionales del Frente Amplio.

La distinción, en lo global, es correcta: los votantes de partidos tradicionales han demostrado tener relativa facilidad para alternar su voto entre candidatos blancos y colorados en unas u otras instancias pero ha sido más inusual el pasaje de votos tradicionales a frenteamplistas y viceversa. Los resultados de las elecciones municipales, fundamentalmente para el interior del país, establecen un interesante matiz. Comparando los porcentajes de votación del Frente Amplio en las elecciones de octubre de 2014 y mayo de 2015, se observa una caída en porcentajes significativos en varios departamentos y una consecuente ganancia de votos para los partidos tradicionales.

Algunos ejemplos elocuentes donde el FA votó claramente peor en mayo que en octubre (generalmente en beneficio del Partido Nacional con la excepción de Rivera) son los departamentos de Artigas, Cerro Largo, Colonia, Durazno,Flores, Florida, Soriano y Rivera, Tacuarembó y Treinta y Tres e incluso en departamentos donde ganó la elección municipal como Salto y Paysandú. Se puede concluir, los partidos tradicionales han sabido presentar una oferta atractiva para la elección (fundamentalmente el PN) permitiendo que un sector significativo del electorado del FA en octubre atravesara las grietas de la supuesta “cortina de hierro” existente entre la partidos tradicionales y Frente Amplio.

4. Una vez más: los líderes y sus consejos electorales desatendidos

La política uruguaya de la post-dictadura está repleta de ejemplos que exhiben la incapacidad de ciertos líderes y caudillos para convencer a sus votantes de seguir sus preferencias electorales en tiempos en que dichas figuras están en la posición de “consejeros” en lugar de candidatos. Cuando Julio María Sanguinetti quiso catapultar a Enrique Tarigo como su sucesor en 1989, el votante colorado prefirió a Jorge Batlle como su candidato. Cuando Luis Alberto Lacalle propulsó a Juan Andrés Ramirez como su heredero, el votante blanco se inclinó mayormente por Alberto Volonté.

En estas elecciones municipales, el ejemplo más elocuente de la independencia de criterio del votante fue el de Lucía Topolansky y su candidatura a la Intendencia de Montevideo. Pocos meses atrás, todos los análisis otorgaron un triunfo electoral resonante al Movimiento de Participación Popular liderado por José Mujica. En esta elección municipal, si los votantes frenteamplistas montevideanos hubieran seguido a sus referentes parlamentarios (fundamentalmente Sendic y Mujica) en sus preferencias, el triunfo de Topolansky sobre Daniel Martínez hubiese sido claro.

Pues bien, no fue claro ni fue triunfo: fue una contundente derrota a manos de un candidato propulsado por los sectores comparativamente más moderados de la interna frenteamplista y por el peculiar sector de Constanza Moreira (que probablemente ejerció una suerte “vendetta” electoral a sus ex compañeros del MPP). Aunque naturalmente la voz de los líderes importa en política, el electorado uruguayo ha dado muestras una vez más de una independencia de criterio muy significativa, relegando en el misterioso acuario de la política a los “delfines del comisario”.

5. La regionalización de las preferencias electorales

Los hombres hacen la historia pero no la hacen a su entera voluntad. Lo mismo, naturalmente, puede decirse del electorado que al tiempo que razona y elige sus candidatos también tiene sus preferencias condicionadas por su particular historia individual y colectiva.

En Uruguay, un país comparativamente pequeño y homogéneo, hay sin embargo regiones con niveles de desarrollo, urbanización y educación bastante diferentes. Los estudios socio-económicos en la materia han, en particular, marcado un mayor desarrollo global en Montevideo, Canelones, Maldonado y el litoral uruguayo en comparación al resto de los departamentos.

Pues bien, aunque con algunas excepciones, tanto la elección de octubre como de mayo deja en claro que hay una asociación importante entre nivel de desarrollo y votación. Particularmente, el Frente Amplio ha logrado posicionarse como la opción electoral predilecta en la mayoría de los departamentos comparativamente más prósperos y urbanizados del país, mientras que el Partido Nacional lo es en el resto del país.Esta comprobación no debe pasar por alto que el Frente Amplio tuvo una excelente votación en todo el país durante octubre pasado (que lo terminó de transformar en un partido de alcance genuinamente global en todo el territorio uruguayo). Al mismo tiempo, la constatación de la existencia de factores estructurales incidentes es un buen punto de partida para aquellos que sobre-dimensionan la capacidad de los políticos para moldear las preferencias de los votantes a su antojo.

En el Partido Colorado, donde actualmente existen algunas figuras sentadas en el banquillo de los acusados dada su bancarrota electoral, no estaría por ejemplo de más una reflexión que fuese más allá de las acciones concretas de líderes y opositores, instalándose la pregunta sobre las condiciones estructurales que facilitaron que en el Uruguay de la posdictadura se fuese dando un progresivo proceso de transferencia del voto colorado al voto frenteamplista (el cambio más importante, a mi juicio, de todos los que han existido a lo largo de estos años en materia electoral en nuestro país).

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