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Nueva Troya
La Torre Eiffel de Montevideo

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Palacio Salvo. Crédito: Ricardo Antúnez/adhoc Fotos.

Palacio Salvo. Crédito: Ricardo Antúnez/adhoc Fotos.

Por Alfredo Ghierra ///

Todos habrán visto alguna vez, en las promociones de las agencias de viajes, dibujos o montajes fotográficos donde aparecen, en un conjunto único que se abre en abanico, una sucesión de íconos de la arquitectura mundial: el Big Ben, la torre de televisión de la Alexander Platz, la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad, el Cristo sobre el Corcovado. Inmediatamente nos viene a la mente la ciudad a la que están haciendo referencia. No se necesita más: esos íconos son, además del monumento representado, la ciudad a la que representan. La Torre Eiffel “es” París, y esa asociación mental, que nos resulta tan fácil de hacer, es fruto de años de trabajo de esas ciudades para imponer sus íconos en el imaginario mundial.

De hecho, la Torre Eiffel era una escenografía destinada a durar apenas el período en que se desarrollaba la Exposición Universal de 1889, que celebraba el centenario de la Revolución Francesa. Pero fue quedando, y empezó a formar parte del skyline de Paris de tal forma, que hoy nos sería imposible representarnos esa ciudad sin su famosa torre de hierro.

Dijeron, en su momento, que era horrible, que había que dinamitarla, que no había sido hecha para durar, que era desproporcionada y un largo etcétera de motivos que no pudieron contra su aplomada mole de 300 m de altura, la estructura mas alta del mundo desde su construcción hasta que en 1930 fue destronada por el edificio Chrysler de Nueva York.

Y no pensemos que los opositores al emprendimiento eran solamente ciudadanos comunes: la lista es larga y llena de los mas grandes nombres venidos de diferentes círculos artísticos como Guy de Maupassant, Charles Garnier, François Coppée, William Bouguereau además de Alexandre Dumas (hijo), Ernest Meissonier, Joris-Karl Huysmans y Paul Verlaine.

Hoy recibe la escalofriante cifra de siete millones de visitas por año y da empleo directo a 500 personas: 250 empleados directos de la Société d’Exploitation de la Tour Eiffel, SETE por sus sigla en francés) y 250 de los distintos concesionarios instalados sobre el monumento.

Lo interesante de todo este asunto de los íconos urbanos es que las ciudades que los tienen ya han hecho la parte mas difícil del trabajo, que es justamente el haberlos construido. Muchas otras ciudades que no los tienen, los inventan lo mas rápidamente que pueden, conscientes de la importancia que representa en el mundo actual, la asimilación de una ciudad a un monumento relevante.

Lo vi con mis propios ojos en Guangzhou, la antigua ciudad de Cantón al sur de China, que vive en carne propia la extraordinaria transformación que el país viene experimentando en las últimas dos décadas. Con sus mas de 13 millones de habitantes y un proceso de transformaciones urbanas que parecen no tener fin, la ciudad ha preparado para su presente, pero sobretodo para su futuro, una espectacular "Torre Eiffel", o mejor dicho, un ícono urbano que ha de representarla de aquí en mas. La torre en cuestión, que sirve de antena de televisión, es una estructura reticulada de forma hiperboloide que alcanza los 600 m de altura. Contiene plataformas de observación, jardines colgantes, cines, restaurantes y una iluminación de carácter espectacular.

Una estructura de estas características requiere una inversión que solo economías como la China pueden encarar. Pero lo hacen en el entendido de que tendrán un retorno a mediano y largo plazo no solamente económico, sino también relativo a la construcción de un mito, de una referencia urbana ineludible.

Montevideo supo tener, en las primeras décadas del siglo XX, un espíritu abierto y optimista, fruto de la conjunción de un alud inmigratorio muy importante y una situación económica holgada. Ese espíritu, que si bien no ha desaparecido en el presente pero que sí aparece bastante menguado, hizo que en la ciudad se sucedieran en pocos años la construcción de íconos urbanos que hoy nos sería muy difícil llevar a la práctica.

Así surgieron la Rambla Sur, el Palacio Legislativo, el Estadio Centenario, por nombrar algunos. Y el Palacio Salvo, claro está, al cual considero es a Montevideo lo que la Torre Eiffel a París.

Sin embargo, el Salvo es un edificio privado, donde viven decenas de personas, y no solamente una torre emblemática de la ciudad. Pero aún con estas características deberíamos tener a bien hacernos cargo, la ciudad en general, de este ícono, que al igual que la Torre Eiffel sufrió (y sufre) las críticas mas feroces de parte de buena parte de la academia uruguaya, enarbolada desde el año 1929 tras la opinión de Le Corbusier –el suizo genio del marketing que, sin ser arquitecto, ha logrado durante casi 90 años encantar con sus opiniones a cohortes de arquitectos a lo largo y ancho del mundo– cuando en su legendaria visita a Montevideo se burló del rascacielos de Mario Palanti y hasta sugirió que debería ser demolido.

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Bola de nieve con miniatura del Palacio Salvo. Ampliar (+)

Digan lo que digan, el Palacio Salvo está ahí, bastante maltrecho por cierto, con sus adornos siempre en peligro de ser erradicados del todo cada vez que alguno se desprende, con su coronamiento cercenado, sus espantosas sustituciones de ventanas originales por vidrios blindex, y un largo etcétera que habla a las claras del malentendido o la falta de entendimiento de la sociedad montevideana acerca de la importancia de construir los mitos de la ciudad y porqué no, de fomentar la creación de fuentes de recursos novedosos para Montevideo.

Para ser justos, de un tiempo a esta parte, son varias las organizaciones que intentan mejorar la situación actual del edificio, pero a decir verdad, lo que le hace falta al Palacio Salvo es tener un presupuesto anual propio, fruto de la contribución de públicos y privados, que sirva para su mejoramiento y preservación y que además permita la consolidación de otros emprendimientos en su seno que terminen logrando la autosuficiencia de su manutención.

Al final de cuentas, la Plaza Independencia de Montevideo es la única plaza principal de una capital latinoamericana que no está presidida por una iglesia católica. Este detalle debería ser suficiente para defender al Salvo como una de los signos mas interesantes del laicismo del Estado uruguayo, en un mundo que cada vez encuentra mas dificultades en alcanzar acuerdos de cualquier tipo. En el Palacio Salvo conviven hoy oficinas que trabajan con alta tecnología, estudios de grabación, radios, prostíbulos, artistas, viviendas familiares y un largo etcétera que lo convierten en una especie de maqueta de la sociedad montevideana actual.

El Palacio Salvo sería nuestra versión nacional de una catedral, pero laica, ecléctica, cívica, un emblema acerca de la pluralidad y la apertura que estaría bueno conservar y fomentar como uno de los mejores rasgos uruguayos.

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Nueva Troya es el blog de Alfredo Ghierra sobre la ciudad de Montevideo y su patrimonio arquitectónico. Actualiza el sábado en forma quincenal.

Sobre este blog
Montevideo vive en el presente un asedio muy particular, similar a los que supo resistir durante el siglo XIX, que la enclaustraron e impidieron por décadas su normal desarrollo extramuros. Pero el de hoy tiene un signo muy diferente en cuanto a la naturaleza de sus sitiadores: mientras que en el pasado los enemigos eran “los de afuera”, en el presente parecen ser muchos de sus propios habitantes y el sitio que sufre, lejos de ocurrir al aire libre, se desarrolla subrepticia pero incansable en una mente colectiva que no logra verse en el espejo de la realidad.

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Foto principal: Palacio Salvo, junio de 2015. Crédito: Ricardo Antúnez/adhoc Fotos.

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