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¿Por qué a mí?
Ser vegetariana…

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Ser vegetariana y comer como un cerdo

Por Carol Milkewitz ///

Cuando sos vegetariana todo el mundo piensa que vivís a lechuga, pero no. Vivís a harina. En vez de adelgazar por dejar la carne terminás engordando. Y “terminás” es un decir. Nunca terminás de engordar.

Tenés hambre todo el tiempo. Y vayas a donde vayas, nunca hay nada que puedas comer. A lo que no le ponen jamón, le ponen carne, lo que no tiene carne tiene pollo y ves una tarta divina por fuera, preguntás de qué es y te dicen “pescado”. “Ay, bueno, Carol. Pescado podrías comer al menos”, es el comentario recurrente. Por alguna razón, la gente cree que los pescados son menos animales que las vacas. “El pescado es sanísimo. Si no comés te va a faltar energía”, insisten. No sé qué tiene que ver el pescado. A mí me falta energía porque salgo de mi casa a las 6 de la mañana y vuelvo a las 10 de la noche.

Cerca de la facultad, en una callecita escondida, está mi confitería preferida. La única en 100 km a la redonda que vende empandas de choclo sin queso ni jamón. Agotada, sabiendo que me espera toda una tarde de estudio, se me ocurre la brillante idea de pasar por ahí.

Desde la esquina, veo a un hombre parado frente al local. Tiene sobretodo negro y una mano en el bolsillo. Mira rápido a los costados y después queda con la vista fija en la puerta de cristal. “Una actitud claramente sospechosa”, pienso, pero el hambre puede más. Me digo: “Siempre pensando lo peor, no puede ser… seguro solo quiere comprarse unas empandas, pero claro, ya estoy pensando que va a robar, qué exagerada, solo porque tiene un sobretodo y cara de asesino serial”.

Cuando entro, una de las vendedoras se acerca rápido y cierra la puerta. La otra pregunta: “¿Llamamos a la policía?”. Lo vuelvo a mirar. Observa cada uno de nuestros movimientos. A la vendedora le tiembla la mano cuando mete mis dos empanadas vegetarianas en una bolsa. Abro apenas mi cartera y rezo tener cambio. Saco los $ 80 exactos así no piensa que tengo más plata. “Si se mueve, llamamos”, le dice una vendedora a la otra. En un intento de ser amable, las trato de calmar: “¿En serio les parece peligroso? ¡No creo que pase nada!”. Me miran como si fuera la cómplice.

Cuando salgo, sigo determinada a negar lo que estoy viviendo. Me voy lento, camino tranquila, le sonrío al psicópata. Solo falta que lo convide. Cuando me alejo lo suficiente, respiro hondo, me siento en un banco de plaza y abro la bolsa. Muerdo una empanada. Es de carne.

***

¿Por qué a mí? es el blog de humor de Carol Milkewitz. Actualiza los viernes.

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