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¿Por qué a mí?
Un dentista incisivo

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Por Carol Milkewitz ///

Llega la hora de ir al dentista y me lavo los dientes como nunca en la vida. Muevo el cepillo de arriba para abajo y de abajo para arriba (no me acuerdo cuál de las dos opciones era la correcta). Lo friego rapidísimo, al punto que parece eléctrico cuando en realidad tengo el mismo desde la Edad Media. Y entre la espuma de la pasta y los espasmos, cualquiera que me viera pensaría que estoy en pleno ataque de epilepsia.

Cinco minutos antes de la consulta, paso por la farmacia a comprar ese cepillo fantástico que me recomendó la vez pasada. Todos sabemos que cuando un dentista te “recomienda” un cepillo, no comprarlo significa herir sus sentimientos en lo más profundo. Y, por alguna razón, los pacientes buscamos que el dentista piense que no somos tan malas personas, tan irresponsables, que somos capaces de hacer lo único que espera de nosotros: comprar el cepillo 4-27, ¿o era el 4-29? La vendedora de la farmacia me muestra los dos y no reconozco la diferencia, ¿por qué habré perdido esa receta?

La sala de espera es lo peor. Si hay gente, apenas entrás ya sabés que perdiste tu tarde ahí adentro (y tu noche, tu mañana y el resto de tus días). Si no hay gente, te quedás sin un segundo de margen para respirar hondo y preparate para lo que se viene. Apenas entrás al consultorio está él, con su túnica blanca y esa mirada de “sé que no sabés lavarte los dientes”, y la asistente, que te mira con lástima.

—¿Y, Carol?, ¿te portaste bien?

—Sí, sí, compré el cepillo nuevo y todo.

—¿Usaste la placa de noche?

No me da el tiempo de inventar una excusa. Cuando me doy cuenta, estoy con la boca  abierta y ni puedo hablar. Me apunta con un objeto metálico que zumba como un mosquito a 430 decibeles. Es como estar secuestrada y tengo que confiar en el grado de psicopatía del dentista, a quien por supuesto casi no conozco. Cierro los ojos y en un acto de rebeldía me tiro para atrás y trato de respirar, mientras me repite una y otra vez:

—Carol, tú ya estas grande.

Y la verdad que no entiendo por qué pretende que me comporte como una persona madura, cuando él mismo me acaba de pedir que me ponga un babero.

***

¿Por qué a mí? es el blog de humor de Carol Milkewitz. Actualiza los viernes.

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