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Segunda mirada
La lógica y azarosa muerte de Bruno G.

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Por Rafael Porzecanski ///

Tengo sobre mi mesa, desperdigadas en caóticos colores, las fichas de un rompecabezas que también rompe corazones: la vida y muerte de Bruno G. Para comenzar a armarlo, quizás podría recurrir al azar. A fin de cuentas, fue una ruleta de acontecimientos la que determinó que con sólo dieciséis años Bruno perdiera su vida en un supuesto enfrentamiento con la policía el pasado viernes 27 de mayo.

Ese viernes, la policía buscaba una moto robada, una moto que nunca encontró. Sí se topó en cambio con la moto en que viajaban Bruno y un amigo, según parece también robada. Lejos de obedecer la voz policial de alto, Bruno se habría enfrentado a tiros con los efectivos a cargo del operativo.

A partir de ese encuentro inesperado entre policías y Bruno, se desencadenaron una serie de eventos cuyo saldo, entre otros males, es: una madre que llora la muerte de un hijo (Bruno); otra madre lamentando que su hijo perdiese un ojo (el amigo de Bruno); un chofer de taxi y un médico que aún cicatrizan sus heridas y sus penas por culpa de haber estado trabajando en el lugar inadecuado a la hora inadecuada; otro chofer de ómnibus (que a la postre terminaría incendiado) que siente con razón haberle escapado a la muerte por fortuna; y cientos de niños sin escuela durante un par de días. Ese auténtico “viernes negro” para la sociedad uruguaya, el barrio Marconi volvió a las tapas de los diarios como casi siempre: como una mala noticia y una realidad que nos estalla en la cara.

Quién sabe: si aquel viernes la policía hubiese dado con la moto correcta o no hubiese dado con ninguna otra, otro podría haber sido el desenlace de la triste historia finalmente escrita. Qué mala suerte, ¿verdad? Ese viernes 27 de mayo Brunó “ligó” mal. Pero si la muerte de Bruno tiene algo que ver con el azar, toda su vida se vincula con una lógica implacable. En el paciente largo plazo, en el casino gana la casa y en la vida pierden los Brunos. Cada tanto, es cierto, algún apostador hace saltar la banca o algún muchacho del Marconi sortea todas las vallas del sistema y obtiene un título universitario y un buen trabajo. Esas excepciones no desafían la lógica implacable; al contrario, son las que permiten que la rueda de la escandalosa asimetría siga girando.

La lógica implacable dicta que Bruno vivió su adolescencia como muchos de sus compañeros de esa pandilla barrial conocida como “Los Pibes del Puente”: a los balazos, delinquiendo y vanagloriándose de sus proezas delictivas, con un odio visceral hacia la policía (la “yuta”) como institución y hacia los policías “de a pie” que en su gran mayoría vienen de sus mismos barrios y sus mismos entramados familiares. La lógica implacable dicta que esa llamada “subcultura” juvenil que despide a sus muertos como “angelitos pibes chorros” al son de la banda Fuerte Apache va ganando más y más adeptos cuando una sociedad observa impávida cómo grandes zonas geográficas viven durante largos años de espaldas a un Estado que les asegure servicios básicos decentes como educación, salud y seguridad.

La lógica implacable dicta que Marconi, donde vivía Bruno, está según el Censo de 2011 dentro de la zona montevideana con el porcentaje más elevado de hogares con alguna necesidad básica insatisfecha (60 %), a años luz no sólo de las zonas más favorecidas de la capital sino de la media montevideana, igual que lo estaba en el Censo de 1996. A esa brutal concentración geográfica de la pobreza, que los sociólogos llamamos “segregación socioespacial”, la dejamos alegremente consolidarse durante décadas. Entre 1996 y 2004, por ejemplo, mientras la población de Montevideo creció sólo un 1 %, la Cuenca del Casavalle creció 56 % con la complicidad de una planificación urbana inexistente.

La lógica implacable dicta que en más de una década de gobierno frentista (que tanto se enorgullece de la evolución de indicadores sociales durante su gestión) la segregación socioespacial no mejoró un ápice, así como tampoco mejoró un ápice la educación pública secundaria para nuestros Brunos y Brunas. Un día, dicho sea, un técnico en educación propuso que los mejores profesores enseñaran en los liceos de los barrios más pobres (como el Marconi) a través de incentivos salariales especiales. Como era esperable, la “revolucionaria” Federación Nacional de Profesores de Secundaria (Fenapes) se opuso vivazmente y respondió que un profesor novato y otro experimentado están igualmente capacitados para brindar una educación de calidad.

La lógica implacable nos enseña cada día que Marconi no está solo. Lo acompañan por ejemplo “El Tobogán”, el “40 Semanas” y “Cerro Norte”. Y lo acompañan también, cruzando fronteras, cientos de villas miserias en Argentina y de favelas en Brasil. Podríamos seguir escalando el mapa y encontrando muchísimos Marconis y Brunos en cada uno de los países de América Latina.

Podríamos incluso llegar a EEUU, donde (independientemente del componente racial) muchos guetos pobres afroamericanos han desarrollado señas de identidad y vida muy parecidas a las de nuestros “asentamientos”, con un narcotráfico cómodamente instalado, un Estado cuyo menú del día usualmente consiste en malas escuelas y brutalidad policial, y una sociedad que teme, discrimina y da la espalda a sus habitantes. Hasta París podríamos llegar en esta aventura de brutal segregación, como nos ilustra Rafael Mandressi en su última columna.

“A la suerte hay que ayudarla” dice el sabio refrán popular. “A la desgracia también”, me permito acotar.

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Segunda mirada es el blog de Rafael Porzecanski en EnPerspectiva.net. Actualiza el sábado en forma quincenal.

Sobre el autor
Rafael Porzecanski es sociólogo, magíster por la Universidad de California, Los Angeles, consultor independiente en investigación social y de mercado, jugador profesional de póker y colaborador de EnPerspectiva.net.

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