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Una sociedad con alzhéimer

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Por Fernando Butazzoni ///

El vértigo y la frivolidad que predominan hacen que todo se olvide casi en el mismo momento en que sucede. Lo que se recuerda, si acaso, es aquello asociado al escándalo efervescente, ese que dura poco y sirve para entretener. Con la invaluable ayuda de algunos poderosos medios de comunicación se ha logrado la proeza de planchar el cerebro social y eliminar de la memoria lo importante junto con lo banal. La fugacidad manda. Con los restos del almuerzo casi siempre tiramos a la basura los cubiertos y hasta el plato. Una bataclana en la cabina de un avión vale lo mismo que la masacre de Charleston: cero.

La difusión de un video en el que una pequeña horda de adultos reduce, golpea y humilla a varios adolescentes en un centro del INAU ha provocado conmoción en nuestra sociedad. Pero es una conmoción hipócrita, porque las denuncias sobre esos horrores han sido reiteradas a lo largo del tiempo: tráficos, violencia y torturas son allí el pan de cada día. Entonces, ¿por qué nos escandalizamos ahora? ¿Por qué no pusimos el grito en el cielo antes? La respuesta es desoladora: porque nos olvidamos.

La sociedad global de la que formamos parte olvida a toda velocidad. Nos olvidamos de lo que falta y nos olvidamos de lo que tenemos. Nos olvidamos de la impunidad consagrada en dos plebiscitos por el soberano, pero también nos olvidamos de los enormes avances realizados institucionalmente en materia de derechos humanos. Nos olvidamos de las estafas de cuello blanco, de las matufias en el puerto, del negocio de Sol Petróleo, de las hormigas en la Intendencia, de Granja Moro, de los bancos Pan de Azúcar, Comercial y Montevideo, del Hipotecario y del Banco de Seguros, de U Air, de Varig, de los casinos, de los presos quemados vivos en Rocha, de los hoteles, de los shoppings, de los aviones y hasta del caballero de la derecha. Todo va al tacho del olvido.

Lo mismo ocurre en todas partes. En algunos países se ha calculado el tiempo que tarda el cuerpo social en olvidar el prontuario de los personajes públicos. Ese cálculo no se hace por interés científico sino para analizar las posibilidades de un candidato para determinado cargo: ha ocurrido en Brasil, en México y en Estados Unidos. Donald Trump debe de estar en eso ahora.

Somos una sociedad que ha construido sus relaciones con la gracia del olvido instantáneo. Padecemos una especie de alzhéimer colectivo que nos lleva a conocer todos los días lo mismo, a asombrarnos y escandalizarnos una y otra vez con hechos que ya sabíamos. De esa materia están construidos los noticieros de la televisión. La pregunta para este caso, inquietante por cierto, es: ¿los jóvenes vapuleados el otro día en un local del INAU, ante mirada lerda del vicepresidente del PIT-CNT, olvidarán el episodio con la misma facilidad que nosotros?

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