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Urquiza esq. Abbey Road
Crónica de un milagro

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Video: The Beatles

Por Eduardo Rivero ///

Si una ventaja tiene llegar a los 60 es haber sido testigo directo de muchos sucesos que las más jóvenes generaciones conocen por los libros o los relatos de sus mayores. Vi en directo las peleas de Muhammad Ali, escuché en la radio la noticia de la muerte de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King, viví día a día en los noticieros el desarrollo de la Guerra de Viet-Nam, y frente al televisor me asombré una madrugada con los primeros pasos, ingrávidos y torpes, de Neil Armstrong en la superficie lunar. Nací en un mundo todavía habitado por Charles De Gaulle y Winston Churchill, Pablo Neruda y Marilyn Monroe, Luis Batlle Berres y Luis Alberto de Herrera. Pero si se trata de definir el hecho que marcó mi vida diría sin la más mínima duda que fui testigo de un milagro llamado The Beatles.

Una banda de provincia que cambió al mundo, manejada por un comerciante judío que jamás había sido manager de rock -Brian Epstein- y grabada por un productor -George Martin- que solo había realizado discos de actores cómicos. Y no solo cambió la música del mundo; también la moda, el diseño gráfico y la forma de entender el negocio del espectáculo.

Fui testigo de una revolución, de un terremoto creativo de tal magnitud que sólo puede ser comprendido en su real dimensión por quienes hayan sido, como yo, testigos directos del fenómeno.

The Beatles fueron una monarquía absolutista, dioses de un Olimpo habitado solo por ellos, agentes de cambios estéticos asombrosos, y, claro, también una “moda para la juventud”, por más que este último aspecto importe a esta altura bastante menos.

Eight days a week, el notable documental que, dicho sea de paso, estará en cartel muy pocos días en salas montevideanas, es la crónica de una parte sustancial de ese milagro y ofrece una aproximación más que razonable para quienes no hayan vivo el período que va de 1962 a 1966. Es a la vez una invitación al disfrute y la emoción para quienes sí lo vivimos.

Dirigido por el cineasta estadounidense Ron Howard, retrata, como dice su subtítulo, “los años de las giras”, cuando The Beatles movieron multitudes jamás vistas hasta entonces -y diría que desde entonces- en los EEUU, en la Europa continental y en lugares remotos como Japón, Hong Kong, Nueva Zelanda, Filipinas o Australia, provocando escenas de histeria colectiva inéditas, sorprendentes y en especial atemorizantes para las generaciones mayores.

A través de un montaje que funciona como un mecanismo de relojería, vemos a The Beatles en vivo, viajamos con ellos dentro de sus aviones, los acompañamos en las habitaciones de los hoteles y el estudio de grabación Abbey Road, presenciamos sus contactos con la prensa y medimos la intensidad y las aristas más peculiares de un fenómeno que difícilmente sea igualado jamás.

Suena rotundo, pero la razón es muy sencilla: difícilmente los mejores, los más innovadores, los de mayor avanzada estética vuelvan a ser, como ellos, los más populares. Otro caso así podría ser el del inmenso Carlos Gardel: era el mejor y además el más popular.

Viendo el filme de Howard a nadie le pueden quedar dudas de esa popularidad, pero tampoco del genio musical de esa banda nacida para ser única, de esa banda que lo tenía todo: una música nueva y enriquecedora, habilidad y sentido del humor frente a una prensa aburguesada y mediocre que solo preguntaba lugares comunes y se preocupaba de su peinado, su flequillo, sus botas, sin reparar -al menos al principio- que estaban en presencia de un talento fenomenal; como si fuera poco, tenían un enorme carisma visual, “fotografiaban” bien, era apuestos y cada uno de ellos tenía una personalidad diferente que era básica para conformar un total que, como bien lo definió una vez Mick Jagger, era “un monstruo de cuatro cabezas”.

Aviso para fanáticos de la primera hora o estudiosos y coleccionistas varios: el filme de Ron Howard no trae grandes novedades.

En 1995 -21 años atrás- la colección de videos The Beatles Anthology ya incluía el grueso de las imágenes que vemos en esta nueva película. Imágenes que, de todas formas, quienes las vean por primera vez valorarán y disfrutarán y que quienes vuelvan a verlas las gozarán como siempre. Hay apenas un par de breves entrevistas “nuevas” con Paul McCartney y Ringo Starr, la palabra de dos fans de la época llamadas Whoopi Goldberg y Sigourney Weaver y poco más.

Es interesante la entrevista con el comunicador radial Larry Kane, quien en 1964, a sus 21 añosa, viajó en el avión de los Beatles a lo largo de su primera gran gira por EEUU trabajando para la emisora de Miami Wfun, invitado por Brian Epstein y que tuvo el honor de ver, una medianoche, el filme A Hard Day’s Night junto a The Beatles, quienes lo veían por primera vez. Como anécdota diré que tengo como un tesoro un ejemplar autografiado por Kane de su libro Ticket to Ride con recuerdos de esa gira y que la dedicatoria dice: “For Eduardo, greatest Beatles fan in Uruguay”.

En otro orden de cosas, Eight Days a Week puede molestar a los puristas. Muchas tomas de shows en vivo y conferencias de prensa originalmente en blanco y negro han sido coloreadas digitalmente, lo que lejos de mejorar su impacto les da un aspecto bastante bizarro, sobre todo para quienes las hemos visto una y otra vez a lo largo de las décadas.

El film muestra dos horas de torbellino, con chicas al borde del llanto o del orgasmo -o ambas cosas- policías persiguiendo fans enloquecidos pugnando por acercarse al escenario, escapes de estadios en helicópteros o camiones blindados, y montones de escenas donde vemos a John, Paul, George y Ringo ante el público desplegando su carisma: John con su expresión cargada de ironía, Paul con todas las pilas de la seducción cargadas, George y su casi sonrisa y Ringo con su simpatía y su infalible batería. Pero sobre todo escuchamos las canciones. El muestrario más imbatible de temas pop-rock que conoce este mundo; la razón primera y última del fenómeno.

Los periodistas preguntaban una y otra vez por su peinado, las chicas gritaban y corrían todo el tiempo y el mundo parecía haberse vuelto loco, pero detrás de ese vértigo, los cuatro tipos se subían a escena y pese al estruendo que venía del público, al tedio de participar en una suerte de rito pagano donde nadie -ni siquiera ellos- escuchaba nada, se despachaban con un repetorio donde se incluían joyas de los quilates de She Loves You, Twist and Shout, All My Loving, I Saw Her Standing There, Can’t Buy Me Love, Help! o Nowhere Man, asombrosamente bien tocadas y cantadas si consideramos el caos imperante y las carencias técnicas de la época.

El itinerario de esos “años de giras” compilado y armado con mano maestra por Howard es irresistible. De la única filmación que existe en el Cavern Club de Liverpool a mediados de 1962, a estupendas tomas -estas sí en verdadero color- en el ABC Cinema de Manchester en 1963; de la histórica presentación del 9 de febrero de 1964 en el Ed Sullivan Show de la TV norteamericana, conquistando de una el mercado estadounidense, presentados por un Sullivan notoriamente ignorante de la banda y de estar haciendo historia, con su expresión casi enojada y su parecido físico con Richard Nixon, hasta el primer show en vivo en esa misma gira, en el Washington Coliseum; del Palais des Sports de París en 1965 al estadio Budokan de Tokyo en 1966; de su última actuación en vivo el 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco, hasta la memorable presentación casi improvisada en la azotea de su compañía productora Apple, el 30 de enero de 1969. Y sobre todo, las memorables actuaciones en el Hollywood Bowl de Los Angeles en 1964 y el Shea Stadium de Nueva York el 15 de agosto de 1965, ante una audiencia jamás reunida por el rock hasta entonces de 56.000 personas.

La película no muestra, claro, las amenzas de muerte, el aburrimiento, el férreo encierro en el que vivían, o las veces solían reunirse dentro de un cuarto de baño para no escuchar los gritos de la multitud a las puertas del hotel. Es que, como dice el viejo refrán, no todo lo que reluce es oro.

Eight Days a Week se recomienda ampliamente para quienes amen a los Beatles y también para quienes duden de su grandeza y su inserción en la gente -que que los hay, los hay-. Es un documental divertido, vibrante, con un ritmo que no decae y un interés que no cesa. Son The Beatles en vivo. ¿Se podría pedir algo más?

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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.

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