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Héroes olvidados (II): Tabaré Etcheverry

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Por Eduardo Rivero ///

Dos elementos de peso hicieron fuerza para que Tabaré Etcheverry no ocupase un merecido sitial entre los héroes principales de la música popular uruguaya: su prematura muerte, ocurrida en 1978, y una infamia, de la que hablaremos más adelante.

Etcheverry fue una voz portentosa, que manejaba con una amplitud de recursos técnicos tal vez única entre sus colegas del canto de raíz foklorística; lo tenía todo: un hermoso timbre, amplitud de registro, poderosa emisión, un vibrato “cortito” de enorme perfección y ese plus de emotividad y poder de seducción que distingue a los más grandes intérpretes. Por lo demás, era un sensible autor, habiendo escrito el grueso de su repertorio, basado en un retrato veraz del interior profundo y de su gente más que en historias de amor o exaltación política.

Tabaré Etcheverry Tort nació en Melo, Cerro Largo, el 28 de octubre de 1945 y murió en Montevideo el 21 de abril de 1978 con apenas 33 años. Su verdadero nombre era José Francisco Etcheverry, y en principio sus apodos fueron "Pepe" y el no tan previsible “Pecho e’fierro”. Lo de “Tabaré” surgiría con el gran éxito alcanzado por la canción homónima, de su autoría.

Fue hijo de dos pobladores de la zona rural conocida como Posta del Chuy, Atenor Etcheverry y Adelaida Tort. Su vida comenzó en ese ámbito rural, para seguir, durante los años escolares, en la capital departamental. Terminada la primaria se mudó a Florida, desde donde, apenas dos después regresó a Melo.

El medio artístico de Cerro Largo, tan pródigo en figuras esenciales de la cultura uruguaya, como Amalia de la Vega, el payador Carlos Molina o la poeta Juana de Ibarbourou, presenció su debut musical como integrante del conjunto Los Pilareños, fuertemente influido por el folklore argentino que por aquel entonces gozaba entre el público de gran aceptación. Con ese grupo se presentó también en Montevideo y el sur de Brasil. Paralelamente, también integró el grupo Los Caribes dedicado al bolero y otros ritmo tropicales.

Con apenas 18 años se casa con Nilza Borba, que le daría tres hijas. Muy joven fue “descubierto” por Pepe Guerra de Los Olimareños, quien lo motiva para radicarse en Montevideo invitándolo a presentarse en la vinería De Cojinillo. Instalado en la capital, se separó de su primera esposa y se casó con Ivonne Abella, que seria madre de un hijo y una hija suyos.

No le fue fácil encarar en principio una carrera solista, y por eso su trayectoria montevideana arrancó integrando el dúo Los del Ceibal, pero de inmediato el público advirtió en él una voz excepcional, y ya su carrera solista no tendría marcha atrás. Se presentó junto a artistas de primera línea del momento como Los Olimareños, Eustaquio Sosa, José Carbajal “El Sabalero”, Héctor Numa Moraes y Los Zucará. Y en ocasión de un espectáculo a beneficio de la Asociación de Empleados de Canal 5, en 1968, conoció personalmente a Alfredo Zitarrosa.

Su carrera discográfica se inicia en 1969 con una pequeña obrita de cuatro canciones dedicadas a José Artigas editadas en dos discos simples con el título de El es uno de nosotros. Otros discos suyos fueron Tabaré, Tabaré Etcheverry interpreta a Tabaré Etcheverry, La obra bienvenida, Un chasque de amor, Los inmigrantes y Crónica de hombres libres, este último grabado en Buenos Aires en 1972 con recitados a cargo del legendario actor Alberto Candeau. Participó también en numerosos discos colectivos.

En 1971, brevemente probó suerte en Buenos Aires sin obtener la repercusión que merecía. Entre sus canciones más célebres se encuentran Ecos para un lamento, El pulguita, El mulitero, Pueblito Sequeira, Cuzco rabón y especialmente De poncho blanco en homenaje a la gesta de Aparicio Saravia y Tabaré, donde demostraba un virtuosismo vocal tan asombroso que prácticamente nadie ha intentado una versión de ese tema, en el entendido que la suya es la interpretación incomparable y definitiva.

Una tarde del verano de 1969, en la casa que enfrenta a la mía, en el balneario Marindia, en medio de una rueda de veraneantes, se encontraba en el jardincito delantero Tabaré Etcheverry en carne y hueso, guitarra en mano, cantando con su poderosísima voz. Era la casa de su representante, mi inolvidable amigo Héctor Gómez, “Pirincho”, que luego sería manager nada menos que de Los Olimareños. Mis padres y yo cruzamos a escucharlo de al lado y conocerlo, y a la noche fuimos a ver su espectáculo a las puertas de un humilde supermercadito marindiano llamado Novo Estoril que todavía existe.

Tabaré era flaco pero musculoso, lucía un enorme bigote y su pelo pulcramente peinado a la gomina “para atrás” como era clásico en la época, y no solo era tremendo cantante sino que además se reveló como un tipo divertido, antisolemne y de una desbordante simpatía. No olvidaré nunca que en ese “recital de jardín” escuché por primera vez la canción Chiquillada de Carbajal, que Etcheverry ayudó a difundir, en una deliciosa interpretación cuidada al mínimo detalle.

Cuando tenía todo para llegar a lo más alto enfermó de cáncer y fue víctima de una infamamia que comenzó a circular en los años iniciales de la dictadura. El rumor decía que “trabajaba para los servicios” o, dicho sin tanta solemnidad, que “era tira”, algo que jamás llegó a probarse con documentos de ningún tipo. Lo que sí está probado es que fue hostigado y encarcelado por el régimen. Etcheverry pagó un enorme precio anímico, de acuerdo al testimonio de muchos amigos suyos a quienes conozco personalmente.

El recitador y monologuista Carlos Cresci, por ejemplo, persona de su amistad, ha declarado que aquello era una total falsedad, definiendo con maestría que se trató de “monedas falsas que circularon de mano en mano”. Washington Carrasco, colega y amigo suyo, al punto que en su casa tiene encuadrada una gran foto junto a Etcheverry, también me ha desmentido categóricamente ese hecho en forma personal. Pero el daño estaba hecho y sin dudas fue irreparable. Todavía hoy existe quien se hace eco de todo aquello.

Aún así, Tabaré Etcheverry continúa siendo una referencia en el canto uruguayo y pese a no ostentar el sitial que merece, igualmente ha recibido numerosos reconocimientos y homenajes. Washington Carrasco y Cristina Fernández han grabado la canción A Tabaré Etcheverry; el cantautor Manuel Capella grabó por su parte Milonga del alma de Tabaré; en su honor una conocida banda de rock se denomina Pecho e’fierro, y en la ciudad de San José una calle lleva su nombre, lo mismo que en su Melo natal, donde en esa misma calle se erige un busto en su homenaje. En 1995, cuando se cumplió el bicenetenario de Melo, fue uno de los cuatro artistas a los que la ciudad rindió homenaje.

Tabaré Etcheverry no llegaría a presenciar el auge del llamado “canto popular” de los años finales de la dictadura, donde hicieron su agosto artistas muchísimo menos dotados que él. De todas formas, no es posible ir a fondo en la historia de la canción popular uruguaya sin encontrarlo, disfrutarlo y admirarlo como merece.

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