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Urquiza esq. Abbey Road
Héroes olvidados (III): Urbano Moraes

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Urbano Moraes es el último hippie de la primera hora que queda en Montevideo. A sus 67 años todavía usa el pelo largo y un bigote fino que le da ese aspecto de híbrido entre Bruno Mauricio de Zabala y D’Artagnan, aunque el pelo y el bigote estén casi totalmente blancos y su rostro muestre la tenacidad con la que el tiempo deja sus huellas. Pero su sonrisa, su ánimo festivo y lo que es mejor, su inmenso talento musical, siguen iguales.

Por Eduardo Rivero ///

Muy pocos de entre las nuevas generaciones saben quién es ese modesto profesor de bajo de barrio, chiquito, flaco y peludo, que se desplaza por una ciudad a la que ayudó a definir musicalmente junto a leyendas como Eduardo Mateo y Rubén Rada, con quienes creció y compartió proyectos musicales fundamentales de la música popular uruguaya.

Urbano Moraes. Foto: Javier Calvelo / adhocfotos

Urbano Moraes. Crédito: Javier Calvelo/adhoc Fotos. Ampliar (+)

Voy a ser muy directo: Urbano Moraes es uno de los más grandes bajistas uruguayos de todos los tiempos, un bajista melódico, a lo Paul McCartney, y sobre todo uno de nuestros más asombrosos cantantes. Asombroso de verdad, con un timbre potentísimo, metálico, y una expresividad increíble que abarca todos los matices imaginables. El swing rítmico de su voz es únicamente equiparable al del gran Rubén Rada.

Hace muchos años, en una recordada entrevista, Jaime Roos –en pleno dominio de sus facultados y sin temor al ridículo– dijo sencillamente: “Urbano es el mejor cantante del mundo”. Es que Jaime integra la generación de quienes crecimos adorando a Mateo, Rada y toda la barra de El Kinto, donde Urbano fue un componente esencial.

Urbano Moraes nació en Montevideo 27 de febrero de 1949. Cuenta la leyenda que aún adolescente fue a Palacio de la Música a comprar un teclado, que era el instrumento donde se defendía “de oído”, pero no encontró ninguno que estuviese al alcance de su bolsillo y por eso optó por el bajo, que era el instrumento más barato. Se compró un humilde "Black Diamond", que era la marca del Palacio dedicada a los pibes que arrancaban en el estudio musical.

En 1966 se estrenó en Montevideo la pieza teatral The Knack, de Ann Jellicoe, que tuvo una exitosa versión fílmica titulada The Knack …and How To Get It dirigida por Richard Lester, responsable de los filmes de The Beatles A Hard Day’s Night y Help!. La puesta en escena montevideana pedía una banda de rock a un costado del escenario y esa banda, como no podía ser de otra forma, se llamó The Knacks y estuvo integrada por los guitarristas Giuseppe “Pippo” Spera y Gonzalo Vigil, el baterista Quico Ciccone y Urbano en bajo y voz.

La banda tuvo tanto éxito que tocó por aquí y por allá durante aquel 1966 y el año siguiente, convirtiéndose en la primera banda local réplica de los Beatles. Quienes la vieron en vivo –entre otros mi amigo Jorge Galemire– dicen que era asombroso el modo en que tocaban el repertorio beatle copiando hasta el último detalle vocal e instrumental. The Knacks fue además la primera banda de rock en presentarse en el entonces inexpugnbale reducto de la música culta que era el Teatro Solís.

El paso siguiente en la carrera de Urbano fue integrase a ese milagro musical llamado El Kinto Conjunto, más conocido como El Kinto, a secas. Analizar en esta nota la majestad de El Kinto y su influencia monumental en el desarrollo posterior de la música popular uruguaya sería imposible. Diré, a modo de adelanto de alguna nota especialmente dedicada a este tema, que fue la banda de Mateo y Rada, la que por primera vez fusionó la música de raíz afrouruguaya con el pop y el rock, y la primera banda de rock en componer y cantar en español (sí, claro que ya estaban Los Iracundos, pero no podrían definirse exactamente como una banda de rock).

El público joven uruguayo descubrió al Kinto en los mediodías de domingo de Canal 12, cuando el gran Rubén Castillo los presentaba haciendo “playbacks” grabados previamente en una toma en el viejo estudio Sondor. Las históricas grabaciones supervivientes de El Kinto que son motivo de estudio, de disfrute y hasta de culto fuera de fronteras no son otra cosa que esos playbacks hechos para la televisión.

El Kinto arrancó allá por 1966, 1967, y en 1968 Urbano sustituyó al bajista inicial Antonio Lagarde. También le tocó la titánica tarea de ser el cantante que ocupara el lugar de Rada, que se había marchado a Perú con un buen contrato. Un solo músico uruguayo era capaz de enfrentar semejante desafío y allí nació la leyenda del bajo y la voz de Urbano, que realmente logró disimular la ausencia de Rada.

Urbano fue el bajista en los clásicos temas de El Kinto Qué me importa, Muy lejos te vas, Esa tristeza, Suena blanca espuma y Príncipe Azul, y fue voz principal en la maravillosa Yo volveré por ti y en la rockerísima Pippo. La integración 1969 de la banda, que también incluía a Mateo y a Walter Cambón en guitarras, Mario “Chichito” Cabral en tumbadoras y el notable baterista Luis Sosa, participó en las inolvidables Musicasiones creadas y producidas por Mateo y Horacio Buscaglia en el Teatro El Galpón. Eventos asombrosos e irrepetibles, monumentos al absurdo y el eclecticismo, donde la música barroca se unía con el tango, el bolero y, por supuesto, el rock.

Yo estuve allí, la noche en que se realizó Musicasión III,cuando un desperfecto en el equipo de sonido hizo que Buscaglia le pidiese a Urbano que se sentase el piano y, bajo un foco cenital rojo sangre, improvisase una canción. Puedo verlo aún, con su largo pelo y su cara ladeada cantando:

Si en la oscura noche sientes mi dolor
dile al viento que se lleve mi color
vuelve
a esperar que salga el sol…

Uno de los más raros momentos de comunión emocional entre artista y público que he presenciado en mi vida. Algo sublime. Urbano grabaría luego en Sondor esa “improvisación” y el tema estaría incluido en el memorable disco del sello De la Planta Musicasión 4 y 1/2, de 1971. Urbano pintaba para gran estrella. Pero vino el quiebre institucional, sobrevino la dictadura y marchó al exilio, primero en Buenos Aires en 1973 y desde 1975 y hasta 1982 en España, donde integró la importante banda Imán. Aún así, en 1974 grabó en estudios Sondor un puñado de temas que serían parte de su disco Caminar detrás I y II que recién sería editado como CD en 2002.

Cuando ya no había dictadura en Argentina y la de Uruguay se despedía, regresó al Río de la Plata para integrar la más notable banda que Rada haya tenido, junto al guitarrista argentino Ricardo Lew, el tecladista uruguayo Ricardo Nolé y el fenomenal Osvaldo Fattoruso en batería. Rada estaba en la cúspide del otro lado del Plata y Urbano trabajó mucho y bien.

Con los años vendrían otros intentos solistas, entre los que se destaca el prolijo disco editado por Ayuí en 1998, Desde todos los sueños. La memoria me lleva a la que fue su canción más emblemática, a comienzos de los años 70, Vamos a mirarnos más de frente, que tenía pasta de hit, que es hasta hoy su canción más conocida y que Urbano cantaba como nadie más podría hacerlo:

Porque ya el verde de los campos no es tan verde
porque ya el brillo de tus ojos no se luce
porque ya el sudor nos ha tapado la vergüenza
vamos a mirarnos más de frente…

Una noche del verano del 72, tras una actuación de la banda Totem en el Club Albatros del balneario Salinas, Urbano me enseñó a tocar su canción ya entrada la madrugada, en los asientos delanteros de la camioneta Simca de mi viejo. Así pasen cien años no voy a olvidar la emoción del momento y la increíble voz de Urbano, estallando en colores nunca adivinados.

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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.

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