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Héroes olvidados (V): Vera Sienra

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Por Eduardo Rivero ///

Allá por 1970, el gran Joan Manuel Serrat editó una extraña y adorable canción llamada De cartón piedra, que cuenta la historia de un hombre que se enamoró de un maniquí que veía a diario detrás del escaparate de una tienda.

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Porta de Nuestra soledad, de Vera Sienra

Los que allá por 1969 teníamos 17 años nos enamoramos, con la misma insólita pasión, de la carátula de un disco uruguayo. Un disco llamado Nuestra soledad donde una joven rubia de extraordinaria belleza, retratada con maestría, lucía un misterioso encanto. Digo “misterioso” porque combinaba a la vez un inmenso sex appeal con la belleza casi virginal de aquel rostro de hermosas líneas cuyos ojos no miraban a la cámara sino hacia abajo, mientras mechones de pelo rubio, sacudidos por el viento, pugnaban por ocultar esa cara inolvidable.

El título Nuestra soledad también agregaba misterio y seducción, ya que hablaba no de una cierta soledad individual, sino –al utilizar el plural– de una soledad compartida, lo que de por sí es una idea algo inquietante y, por cierto, decididamente poética. No era “mi soledad” o “la soledad” sino “nuestra”, la de los dos, la de muchos, tal vez la de todos.

Gracias a esa tapa nos enteramos de la existencia de Vera Sienra, a quien empezamos a ver, dicho sea de paso, los domingos al mediodía en el inolvidable Discodromo Show que el Rubén Castillo conducía en Canal 12. La tapa de aquel disco no mentía: la joven era realmente bellísima y como si no bastara, también un talento de la canción de autor.

Diversos vaivenes en la carrera y en la vida de Vera, incluyendo un largo retiro de la escena y los estudios de grabación hicieron que de pronto no haya tenido nunca el sitial preponderante que merecía, por más que ya tiene su lugar genuinamente ganado en la historia de la música popular de este país.

Vera Sienra siempre cantó sus canciones, de letras engañosamente sencillas -hay mucho río poético corriendo por las venas de esos temas- y estructuras melódicas sin mayores complejidades. Un caso parecido, ese de usar acordes de guitarra bien sencillos, al de dos gigantes de la canción uruguaya como Eduardo Darnauchans y Gastón Ciarlo “Dino”, quienes a partir de diseños armónicos casi elementales generaron canciones grandiosas.

Vera nunca puso un ojo en el mercado. Nunca escribió canciones intentando seguir modas. No hizo rock, ni pop, ni folklore, ni “canto popular”. No tuvo influencias de tango, jazz o música de Brasil. Siempre fue, lisa y llanamente, ella misma, escribiendo letras de gran belleza con su personalísimo enfoque de temas universales y eternos como el amor y el desamor, la soledad, las dichas efímeras, la siempre esquiva felicidad.

Y esos pequeños mundos de tres minutos, que son las canciones, los cantó con una voz bien suya que tampoco se parece a ninguna otra, con inflexiones inconfundiblemente personales y el sonido de las “eses” bien marcado, lo cual es uno de sus sellos más propios.

Nunca cantó “como una estrella de la canción”, sino como alguien que te está cantando su nueva canción, guitarra en mano, en el sillón de su living, y en el espíritu de una charla café por medio, entre dos amigos. Su arte tiene la grandeza de la sencillez.

Vera Sienra nació en Montevideo el 11 de noviembre de 1947 y se crió en el hermosísimo entorno del barrio de Punta Carretas. Al saberlo, quienes sucumbimos ante la tapa de su primer disco, nos imaginamos que el viento que mueve su rubio pelo es el de la rambla de Punta Carretas. Habría que preguntárselo a ella, a quien, curiosamente, nunca conocí personalmente, pese a mi medio siglo como testigo presencial de cuanta cosa ha sucedido en la música uruguaya.

Cabe señalarse que además de cantante y compositora, es una poeta reconocida, con dos poemarios editados, Raza de abismo (1975) y Crónica de cornisas (1982), además de una prestigiosa artista plástica con numerosas exposiciones en su haber.

Es importante no olvidar que en aquel disco inicial de 1969 editado por RCA, Nuestra soledad, fue acompañada por el gran Eduardo Mateo en guitarra en varias de las canciones, que también fueron arregladas por él, como en Aquel, el hermoso valsecito Si tiene final y la entonces muy difundida Junto al cristal.

Su carrera de cantante tuvo una sorprendente y larga interrupción cuando en 1987 decidió retirarse de escenarios y estudios de grabación, para reaparecer recién en el 2002. En ese lapso, simplemente siguió escribiendo poesía y trabajando como bibliotecaria en el Museo Nacional de Artes Visuales, además de dar a luz a su hija Antonia en 1990.

Tanto en vivo, como en estudios, siempre disfrutó especialmente de las colaboraciones, habiendo participado en innumerables proyectos colectivos.

Además de sus discos solistas Vera o Reino breve, editó discos como En recital junto al dúo Larbanois-Carrero, Gardel posta posta con Pepe Guerra y Pablo Estramín u Homenaje a mi ciudad junto a Dino.

Participó de espectáculos como Reencuentro junto a Erika Büsch, Homenaje a Juana de Ibarbourou junto a Estela Magnone y Gabriela Posada y Homenaje a Amalia de la Vega y Osiris Rodríguez Castillo con Héctor Numa Moraes y Eduardo Yur.

Renglón aparte merece el espectáculo Desde el alma, una suerte de fenómeno de permanencia en cartel al mejor estilo de la obra teatral Barro Negro, ya que se ha venido presentando desde hace más de una década prácticamente sin interrupciones. En él, Vera comparte escenario con Luciano Álvarez, Colomba Biasco, Carlos da Silveira, Guzmán Escardó y Gustavo di Landro.

Pese a su carrera intermitente y a que nunca gozó de una popularidad masiva –que podría decirse tampoco buscó– ha recibido el merecido reconocimiento de ser elegida en 2015 entre los 12 artistas uruguayos en ser homenajeados por Agadu y el Sodre.

Del mismo modo en que quedé prendado de la tapa de su primer disco, llevo tatuados en la memoria los versos de Y porqué nos conocimos, una de sus canciones más emblemáticas y difundidas. Un pequeño fragmento de esa letra ya lo dice todo sobre el aliento poético de esta amiga que todos tenemos y que siempre ha sabido cantarnos mano a mano sus cosas, aún sin conocerla, aún a la distancia.

“Que sos vos

que soy yo

de creer y amar lo mismo

que sos vos

que soy yo

y porque nos conocimos

compañero que llegaste

triste como yo

de llamar donde no hay nadie

donde a nadie le importó…”

***

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