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Urquiza esq. Abbey Road
La escuela nocturna

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Por Eduardo Rivero ///

El principio fueron los discos en mi dormitorio. Luego, los discos en los bailes del club de Marindia. Poco después, me llegó la posibilidad de ser discjockey en lugares célebres de la década del 70 como Lancelot y Zum Zum. Luego, la radio. La siempre soñada radio, que me cautivó desde que a fines de los 60 entré por primera vez a un estudio a recoger un disco que había ganado por responder bien una pregunta vía telefónica.

Curiosamente la primera radio que visité fue la misma en la que trabajaría por primera vez: CX8 Sarandí, todavía en la vieja casa que ocupó casi hasta los comienzos de los 80.

Sarandí, una de las radios históricas, se encontraba en una casa enorme y decadente, que olía a viejo y que tenía, en el lobby, una caseta de vidrio en cuyo interior estaban traqueteando todo el día las máquinas de teletipo para el departamento de prensa. Hoy, en tiempos de globalización e inmediatez, auténticas piezas de museo propias de un tiempo pre-Internet largamente ido.

Pero lo que realmente me fascinó de aquella primera visita fue el estudio, lisa y llanamente, pese a que entonces era igualmente decadente, con su mesa redonda de fieltro verde y su enorme micrófono RCA revestido con una chapa “de agujeritos” característica de esa era. Allí nacía la magia. Allí las voces y la música pegaban un descomunal y casi impensable salto por el aire que las llevaba hasta lugares inimaginables de nuestra geografía.

La Sarandí de mi primera adolescencia, en los 60, tenía una memorable programación en la tarde que yo no me perdía ni un día: Discódromo, conducido por el gran Rubén Castillo a primera hora; Desfile de popularidad, una suerte de ranking de las canciones más exitosas conducido por el locutor Roberto Juncal, a las 17; Club de las 5, espacio de música joven con la voz del luego abogado Reynal Alberto Pacífico; Beatlemanía, una auténtica misa conducida por Elías Turubich; Constelación, un excelente programa de pop y rock co-conducido por Carlos Martins y Oscar de León de 18.30 a 19.30.

El haber sido ferviente fan de esos programas -más la visita al estudio a buscar mi disco de premio- me hizo soñar con trabajar allí algún día eligiendo música. Ese sueño se cumplió, y con creces.
A lo largo de mi vida he comprobado una y otra vez que soñar con fervor, sin pausas y hasta agotar stock, es la vía más directa para que los sueños se hagan realidad.

Llegué a Sarandí en 1978 para trabajar de discotecario y programador musical. Era casi un adolescente todavía.

Me integré a una radio que ya no tenía aquella tarde gloriosa pero que se encontraba en un gran momento, con dos monstruos de la radio uruguaya liderando la mañana y la tarde. Néber Araújo conducía su En vivo y en directo durante toda la mañana. La tarde estaba ocupada por una versión larga y memorable del Discódromo de Rubén Castillo. La radio también contaba con un excelente plantel de informativistas, entre quienes estaban Julio Villegas, Otto Cisneros, Juan Francisco Fontoura, Cecilia Prieto y María del Carmen Camacho, maestros en el difícil arte de “decir sin decir” típico de aquellos años de dictadura.

En principio no lo sabía, pero había un tercer monstruo en la programación: Nocturno Sarandí, el programa que de 0 a 5 conducía con su maravillosa voz María del Carmen Núñez.

Además de ordenar y apilar discos en una discoteca, con miles y miles de ejemplares, ubicada en un altillo aislado del resto de la emisora y, dicho sea de paso, lejos del estudio donde se cocinaba la magia, mi tarea era seleccionar música para tres programas: En vivo y en directo -Néber me pedía discos de “los grandes nombres” como Sinatra, Tom Jones o Edith Piaf-, Butaca 8 -un programa de música de cine de media hora- y Nocturno Sarandí.

Empecé a programar las largas horas de la noche ocupadas por el programa de María del Carmen y, como era obvio, a escuchar ese programa, descubriendo la magia de la radio en las horas de la noche y la madrugada y, por cierto, el carisma arrollador de la voz de la conductora, que levantaba una enorme audiencia. En general la música era los temas en inglés que monopolizaban entonces los programas radiales y las discotecas de moda.

María del Carmen anunciaba las canciones sobriamente, aunque con simpatía, leía cada tanto alguna noticia más bien de tipo cultural e intercalaba algunos poemas. Todo lo hacía bien pero con absoluta mesura. El secreto en realidad estaba en su voz y en el marco que la madrugada con la ciudad silenciada le daba a esa voz. Esa era una combinación letal, en especial para el público masculino que se echaba a soñar al ritmo de esa voz de exquisito timbre y controlada pero irresistible sensualidad.

María del Carmen, conductora de programas, locutora comercial y fonoudióloga, es una de las más grandes voces de la radio uruguaya de todos los tiempos. Una voz aterciopelada pero con un pequeño tinte metálico a la vez, vivaz y de una dicción perfecta.

Tuve la enorme suerte de que, a poco de ser programador musical, Néber me invitara a comentar discos al micrófono en un espacio de unos diez minutos que iba tres veces por semana, lo cual era un privilegio, y que María del Cármen me pidiera que cubriera al micrófono los días en que ella no podía ir a la radio por la causa que fuera.

Estaba debutando al micrófono en los breves minutos con Néber y de golpe, cada tanto, me encontraba durante horas en la madrugada en la misma mesa redonda revestida de fieltro verde que conocí de pibe, descubriendo unas cuantas cosas. En primer lugar, la idolatría que María del Carmen provocaba en su audiencia, la que al escucharme llamaba por teléfono reclamando airadamente la presencia de la conductora habitual, aunque al rato me perdonaba la vida y me felicitaba por la selección musical. También la existencia de una Montevideo “que nunca duerme”, ávida de la compañía que sólo la radio puede ofrecer. Por último, el hecho de que, pese a mi inexperiencia, amaba la conducción radial y no sólo la selección de música.

Los oyentes, al preguntarme la causa de la ausencia de la conductora agregaban siempre una pregunta adicional bastante lógica, en aquellas épocas de radio sin cámaras web: “¿Cómo es ella físicamente?”. La imaginaban alta y rubia, baja y morocha, de pelo lacio o enrulado, de ojos azules y negros. Las opciones eran las más variadas.

Nocturno Sarandí comenzaba cada noche con una cortina inolvidable: Gonna make you an offer you can’t refuse, cantada con su agudo falsete por Jimmy Helms. Sonaban las primeras líneas de la letra de ese tema, entraba la voz de María del Carmen y se acababa el partido.

Y yo le ponía música a esas cinco horas que eran un arma de seducción letal. La nostalgia es un arma cargada de pasado, mis recuerdos de aquel período y aquel programa están teñidos por la tenue nostalgia que provoca el agregar a la evocación del programa, el recuerdo de padres, tíos y hasta primos que hoy ya no están, amigos que perdí de vista y, por cierto, las claves de cierta edad que no volverá.

Me he cruzado con María del Carmen a lo largo de las décadas muchas veces, en general grabando menciones publicitarias debido a mi trabajo en las agencias del medio, y siempre recordamos aquel período de oro de Nocturno Sarandí con enorme alegría.

Estuvimos allí. Mantuvimos despierta a una buena cantidad de uruguayos con una voz única y una selección musical que respetaba la inteligencia del oyente.

No fue poco. En lo personal fue, además, una enorme escuela y la semilla de esto que germina cada semana en Urquiza esquina Abbey Road.

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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.

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