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Urquiza esq. Abbey Road
Un año sin B.B. King

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Por Eduardo Rivero ///

 

“Dicen que tocando la guitarra soy Dios. Y yo lo único que hice fue imitar a B.B.King”
Eric Clapton

 
El 14 de mayo de 2015 se fue B.B.King, posiblemente el “rey del blues”, uno de los intérpretes claves de esa corriente y a la vez uno de los puentes más robustos y perdurables entre el mundo de la música negra y el universo pop blanco.

Se podrá argumentar que bluesero auténtico fue Robert Johnson, o que Buddy Guy –y un montón más– toca con mayor virtuosismo, pero lo cierto es que el guitarrista de blues más célebre de la historia, el que sacó al blues del gueto en que históricamente estaba encerrado y el que produjo la célebre movida del “blue eyes blues” en la Inglaterra de fines de los años 60 fue B.B. King.

La frase de Eric Clapton en el epígrafe de esta nota ya lo dice todo, pero yo agregaría las palabras del gran trompetista de jazz Miles Davis hablando del inmenso Louis Armstrong: “Louis no tocaba todas las notas sino únicamente las mejores”. Así tocaba B.B. King como lo testimonia su vastísima discografía y como podemos dar fe quienes tuvimos la inmensa dicha de estar en alguno de sus shows en vivo.

Tocaba solos maravillosos construidos con poquitas notas pero puestas donde nadie más las pondría, expresivos silencios que solo él era capaz de pilotear, y cuerdas súbitamente estiradas que chillaban y aullaban con todo el dolor de una raza. Pero atención que su lectura del blues no era únicamente dramática y plañidera; también había lugar para la alegría, el baile y los ritmos picaditos y vertiginosos. Su banda, siempre numerosa, siempre con un afiatado sector de vientos, era una locomotora en marcha incontenible y también protagonista central del espectáculo.

Recuerdo con claridad que estuvo en Uruguay cuatro veces, todas en la década de los 90, y la nitidez de mi recuerdo se debe a que de esas cuatro estuve presente en tres, todas en el Cine Plaza, a partir de la primera, en octubre de 1992. El Plaza estaba lleno de bote a bote aquella primera vez y flotaba en el aire la expectativa de las grandes ocasiones, cuando la banda arrancó con algunos standards de jazz pulcramente tocados. Un tema seguía al otro y de B.B. nada, hasta que más de media hora después de iniciado el show, apareció sobre el escenario con su legendaria Gibson 335 negra, a la que llamaba “Lucille”, y enfundado en un saco de lentejueles y solapas gruesamente ribeteadas, que era casi la caricatura del más rancio show business.

Gordísimo y torpe en sus movimientos, se acercó al borde del escenario y empezó a repartir entre el público que se aproximó a velocidad de rayo, el más preciado souvenir: púas de plástico con su nombre en tinta plateada. Regaló decenas de púas mientra la banda seguía tocando sin mayor entusiasmo y el trompetista aullaba al micrófono: “Here he is… Mr. B.B. King… King of the blues!”.

—Qué circo todo esto —pensé bastante molesto—. Qué gordo demagogo este…

Olvidaba que en mi adolescencia adoré su notable disco Completely Well. Olvidaba de quién se trataba. Cuando la última púa fue regalada, se acomodó la guitarra y se acercó al micrófono. En una movida tan súbita como un gancho al mentón de un campeón mundial de boxeo peso pesado, la banda cobró vida, el volumen de la música se disparó y el gordo enfundado en el saco ridículo pegó las primeras tres o cuatro notas en su guitarra con un sonido inmenso, ciclópeo, delicioso y que surgía de esa zona indescriptible donde las palabras son una pobrísima herramienta para describir la emoción. Su muñeca izquierda vibraba como si tuviese un resorte, dándole a esas notas largas y exquisitas un vibrato maravilloso que yo jamás había visto lograr a guitarrista alguno.

Pero había más: en ese momento el montevideanísimo Cine Plaza se transformó en un club de música negra de New Orleans o Chicago y esa metamorfosis era arrolladora. Y había aún más: tras el solo inicial y la banda estallando detrás suyo, se lanzó cantar con una voz poderosa como un huracán, hermosamente bluesera, conmovedoramente negra.

Ese sortilegio duraría unas dos horas y provocaría adicción. De allí los tres shows al hilo –en las tres giras al hilo por Sudamérica– a los que yo acudiría con la unción de quien va a misa. En esos shows tocó todos sus temas célebres: Three O’Clock Blues, Rock Me Baby, Paying the Cost to Be the Boss, Help the Poor y, por supuesto, su mayor hit y tema que unió dos razas: The Thrill Is Gone, revolucionario en su versión en disco por llevar un sorprendente arreglo de cuerdas, algo nuevo en el mundo del blues.

Riley Ben King nació el 16 de setiembre de 1925 en Itta Bena, Mississippi. Muy joven ya formó su numerosa banda con la que recorrería el mundo una y otra vez incansablemente. Nunca fue un gran vendedor de discos pero sí la figura más influyente en la historia del blues por lejos. A fines de los 60, hombre inteligente, advirtió que se estaba gestando una nueva movida en el mundo del rock, y entonces ensanchó sus horizontes y comenzó a compartir escenarios con nuevos talentos como Carlos Santana, Leon Russell o Jimi Hendrix, y del otro lado del Atlántico, guitarristas notables como Eric Clapton, Peter Green (de Fleetwood Mac) o Jeff Beck. Su contacto con esos músicos emergentes, que lo idolatraban, lo convirtió hasta su muerte en una auténtica leyenda viva.

Sería imposible comentar en detalle su enorme discografía en esta nota, pero a modo de recomendación al lector me permito mencionar discos gloriosos como Completely Well (1969) –que incluye The Thrill Is Gone–; Indianola Mississippi Seeds (1970); B.B. King In London (1971); Take It Home (1979); Deuces Wild (1997), un soberbio disco de dúos, donde entre otros toca con Joe Cocker y con los mismísimos The Rolling Stones; Blues On the Bayou (1998), uno de sus mejores trabajos; Let the Good Times Roll (1999), dedicado a la música de uno de sus ídolos, Louis Jordan; el espectacular disco a dúo con Eric Clapton, Riding With the King (2000); y los otoñales pero no por eso menos exquisitos Reflections (2003) y One Kind Favor (2008).

Ya no estará B.B. King en el escenario del Cine Plaza para tanto montevideano asombro. Pero en su caso –y en el de otros igualmente grandes– la muerte es apenas un torpe error de imprenta. Aquí y en el mundo es fácil comprobar que no se ha ido, porque no lo hemos dejado irse.

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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.

Video: BBKingVEVO

Video: BBKingVEVO

Video: Mississippi Public Broadcasting

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B.B. King, sitio oficial

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