Concurso de Cuentos

Cuentos con Montevideo del 900: Conocé a los nominados por el jurado y votá por tu cuento favorito

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

El Concurso de Cuentos de En Perspectiva te invita una vez más a ser parte del jurado y votar para definir el “premio de los oyentes”. Aquí están publicados los “cuentos con prejuicios” nominados por el Jurado, y al final de la página el formulario para votar.

La votación para el Premio de los oyentes cerró el jueves 18.07.2019 a las 13.00 hs. Muy pronto daremos a conocer los resultados de la votación y también los premios otorgados por el jurado.

Concurso de Cuentos de En Perspectiva 2019

Edición: segundo llamado, junio de 2019
Consigna: Cuentos con Montevideo del 900
Jurado: Juan Grompone, Alcides Abella, Gonzalo Pérez del Castillo, Ana Ribeiro y el equipo del programa Oír con los ojos

Cuentos nominados

Título: Actuarse a sí mismos
Seudónimo: Josefina

Mi madre contrajo el tifus a los diez años y los médicos desaconsejaron los aires marinos de Carrasco. La familia se trasladó a la quinta de los Rubio, construida en 1895 para mis tatarabuelos. Allí convivieron unos meses como las familias de antaño: los hermanos en la casona donde crecieron, junto a su descendencia.

En los noventa, mamá hizo convertir a videos las viejas películas de 8mm que su padre había filmado. Una de las cintas ilustra la despedida de varias generaciones de habitantes de Villa Rubio, luego de que fuera expropiada para ampliar la avenida 8 de Octubre. Uno por uno dejan su hogar por el enorme portón de hierro forjado, se detienen, dicen adiós con un gesto y enjugan lágrimas imaginarias. Toda una puesta en escena para las veleidades cinematográficas de mi abuelo.

Tal vez la realidad fue diferente, pero las lágrimas seguramente fueron derramadas de veras por aquellos que aquel día jugaron a actuarse a sí mismos.

***

Título: Inaudito
Seudónimo: Alba

El calor del domingo agobiaba, los niños inquietos por llegar. Sus maridos conversaban en la parte delantera del tranvía y ellas, doña Carlota y doña María, sentadas una junto a la otra con sus hijos sobre sus piernas.
Conversaban por lo bajo, procurando no ser oídas. El asunto era grave y no querían estar en boca de todos como estaba “aquella", así le decían para no mencionar su nombre.

Era sabido que la innombrable iba a abandonar a su marido por otro, claro estaba que el nuevo tenía mucho dinero y unas cuantas tierras, pero divorciarse era inadmisible.

-Habrase visto hasta dónde hemos llegado. Desarmar una familia, ¿qué harán esos niños sin su padre en la casa?

-Culpa de este Gobierno, doña María, que está dando mucha libertad. Con decirle que mi hija se enteró de que puede estudiar Medicina. ¿A qué edad pensará casarse?

El tranvía se detuvo y con él la conversación. María tomó al más pequeño con una mano y con la otra levantó su falda para que no rozara la arena de la playa Carrasco.

Título: Las ocho horas
Seudónimo: Anarquista

Noviembre de 1915. Europa sigue en guerra. En Uruguay continúan los ecos de la gira del
presidente Viera por el interior del país. El conventillo aún estaba en penumbras. Una tenue
luz se encendió en la segunda planta. Antes de que el alcohol se consumiese, cuatro
bombazos fueron suficientes para encender el “primus”. La señora colocó la caldera
encima de él, luego intentó, nuevamente, hacer levantar a su marido.

-Viejo, se te hace tarde para tomar el tranvía- advirtió.

-Estoy molido, hoy no voy a trabajar- respondió él.

-Dale, viejo, tengo buenas noticias: conseguí el diario.- dijo ella con un brillo en sus ojos.

-¿El diario? ¿Para qué? Sabés que no sé leer- dijo el hombre, resignado.

-Por eso mismo, ahora tendrás tiempo para terminar la escuela y para descansar más- dijo ella, para darle ánimo.

El hombre no se levantó de su cama ese día. Sobre la mesa de luz quedó el diario en cuya
tapa se podía leer: "La Cámara de Senadores sancionó el proyecto de la jornada máxima
de ocho horas".

***

Título: Gatillo y corazón
Seudónimo: Bohemio vagabundo

Era el último pasajero cuando bajó. Escuchó el grito del mayoral y vio cómo se alejaba el tranvía entre ruidos de cascos y metal.

Su anarquía no le impidió persignarse al pasar frente a la iglesia, y sintió frío al sacar la mano sudorosa de su cintura con la cual aferraba el arma.

Pretendía cambiar el rumbo, el destino del país. Estaba convencido.

Cientos de horas de lectura, sórdidas reuniones en tugurios y oscuros sótanos modelaron su pensamiento y le inculcaron valor.

No esperó mucho. Allí estaba en la puerta del Cabildo esperando su carruaje. Su víctima, el protagonista de su desdicha anárquica.

Entre la bruma invernal de la plaza sacó el arma y apuntó.

Pero allí estaba, tieso, inmóvil, sin coraje.

El Presidente partió, ignorante de su suerte.

Floreal dio vuelta la cabeza y comprendió que su odio adquirido, sus ideas leídas y discutidas perdían su valor.

Las campanas sonaron puntualmente a medianoche y con tranquilidad de espíritu caminó por Sarandí, de sabedor que ya pasó el último tranvía.

***

Título: En el bajo
Seudónimo: Cafetín

Al cruzar la esquina de Washington y Pérez Castellano, se frotó las manos y lanzó sobre ellas el aliento tibio. El cuerpo estaba templado gracias al rojo semillón de “Las Telitas”, compartido con algunos coterráneos.

Sonrió al recordar que, a partir del día siguiente, reemplazaría a un mozo en la Confitería y Café del Telégrafo y calculó que las propinas le alcanzarían para ver la opereta que anunciaba el Politeama II.

Al pasar por Reconquista, trató de esquivar a los borrachos que salían del Poméry. Subió por Alzáibar para dirigirse a la pensión y, a una cuadra del lupanar de Juana, escuchó un grito y vio que tres sujetos revisaban las prendas de un hombre caído. Se oyó el silbato de la policía y la exclamación: “¡Araca, la cana!”, seguida de la huida de los malvivientes. Él se arrodilló junto a la víctima y reconoció a uno de los asiduos concurrentes a los baños turcos del Telégrafo. Cuando el agente llegó, lo encontró ensangrentado y sosteniendo en la mano un puñal.

***

Título: Sin título
Seudónimo: Chingolo

La cadencia del trino de un chingolo macho zurcía la tarde con el batir del oleaje contra el muelle viejo. Un intenso aroma a jazmín le golpeó la cara como un baldazo de jalea. Dobló el pañuelo con la yema de los dedos cuidadosamente, sintiendo el placer del control. Paladeó la amargura como un trago de aguardiente. Chasqueó la lengua entornando los ojos, mientras a lo lejos, en el horizonte, se alejaba el barco sepia cargado de esperanzas.

***

Título: El evento
Seudónimo: Jubileta 14

Hoy era el día. Desde la mañana la casa estaba revolucionada. Sobrevolaba preocupación y alegría. Debían preparar la sala con elegancia, como se merecían los distinguidos invitados. Estaba volviendo la empleada del mercado de flores, con los ramos que habían sido elegidos anteriormente. La abuela se encargaría de los arreglos, en los finos jarrones traídos de Europa tantísimos años antes. Comenzaba a sentirse el aroma que venía desde la cocina. Ramona se encargaba de las perdices al chocolate y Ana de la omelette quemada al rum. No faltaría el antipasto y un Chianti que el abuelo guardaba como un tesoro. La mesa vestida con mantel bordado, copas de cristal y cubiertos de plata. El chofer volvió con la niña de la peluquería y la modista. Tenía que estar resplandeciente para el evento. Puntualmente al medio día, la mano de bronce de la puerta de calle resonó en la casona del Prado. Don Pedro recibe a Jorge y sus padres, con una amplia sonrisa. Venían a pedir la mano de la joven Clarita.

***

Título: El músico de los vientos
Seudónimo: El músico

Bien avanzada la noche, un tranvía que bajaba por la calle Convención quejaba su herrumbre por las huellas de acero rumbo a la curva de Durazno, con destino al Parque Urbano. Parecía viajar sin guarda ni mótorman ni pasajeros. Fantasma nacido de la oscuridad brumosa, se desvanecía en ella.

Manuel cruzó la esquina de los vientos con la espalda agobiada y el estuche vibrando en los últimos acordes de su música. Había trabajado duro porque un grupo de mareados pagaron por una vuelta más; volvía con más dinero para su gente.

Carmen iba y venía con su taconeo corto por el trillo de la esquina a la casita. Iba acompañada. Volvía sola.
Con cansancio de cuerpo y de vida creyó ver otro cliente y soltó el “¿Vamos, che?”. Al reconocer al vecino, el pudor la llevó a disculparse con: “¡Perdón, señor Manuel!”.

-No se preocupe, Carmencita. Los que trabajamos de noche sabemos qué difícil es distinguir con este tiempo.

-Por suerte nuestras familias descansan. Ellas viven el día; nosotros, la noche.

***

Título: El sobretodo
Seudónimo: Pripachok

Soy Jánele, tengo siete años y vivo en el Centro en una casa de ocho piezas, al lado de un tambo. Todas las tardes mamá me lleva allá a tomar un vaso de leche lleno de espuma y dos plantillas. Me gusta escuchar el mugido de las vacas.

En casa viven otras familias.

-Todos somos inmigrantes- dice mamá-. La única uruguaya eres tú.

El otro día fuimos juntas a pasear por 18.

-¡Una avenida tan ancha…y tranvías!-. Yo miraba embelesada.

Me llamó la atención un señor gordo y alto, con un sobretodo largo. Parecía importante. La gente lo miraba. Una elegante señora caminaba a su lado.

-Jánele, ¡ese señor es nuestro Presidente!

-¡No entiendo! Usted me dijo, mamá, que en su país los gobernantes iban en carruaje rodeados por soldados a caballo.

-Hija. Este es un país maravilloso. Acá nadie va a dañar a un Presidente. Él tiene el poder, pero todos somos iguales. Tú eres uruguaya. Gracias a él nosotros también lo seremos.

Me acerqué al presidente y lo miré a los ojos.

Nunca lo olvidaré.

Título: Elvira
Seudónimo: Anónimo

Emeterio se enamoró de Elvira el día que la vio en El Telégrafo. Averiguó que vivía en un palacete sobre la calle Zabala y desde ese instante caminaba por la vereda de enfrente, de esquina a esquina con la esperanza de verla.

Elvira lo descubrió, pero el dragoneo no estaba en sus planes. Ella quería estudiar, viajar y salir de aquella ciudad pacata y estereotipada. Amanda, en cambio, soñaba con casarse y esperar cada noche al hombre que la haría feliz. Pero estaba frustrada porque Elvira era la mayor, con edad más que suficiente para casarse, pero sin intenciones de hacerlo.

Una tarde, perdidas casi sus esperanzas, Emeterio vio a la joven sentada en el balcón, mirando sonriente su ir y venir.

Aquel domingo, el novio esperaba ansioso en el altar. Miró hacia los primeros bancos y vio a Elvira. Emeterio sintió que un calor intenso subía desde sus entrañas y lo último que recuerda fue a Don Manuel llevando del brazo a Amanda desbordante de alegría, vistiendo su traje de novia.

***

Título: Esquina
Seudónimo: Lactato

Pálido y sudoroso bajó del barco, también las náuseas que se empecinaban en acompañarlo. Había llegado, tan solo como cuando partió. Un agente uniformado entre amable y apurado lo acompañó hasta la salida, despidiéndose con un gesto mínimo. Un puerto más, parecido a tantos, pero el último esta vez. La ciudad lo abrazó con su bullicio, sus olores y colores diferentes. Hasta la luz del sol le resultaba extraña. La gente iba de un lado a otro siguiendo un orden que no comprendía como tampoco la lengua en que hablaban. Sintió miedo pero la ciudad, amablemente, parecía invitarlo a caminar. Aceptó, y deambuló hasta sentarse exhausto en el cordón de la vereda de aquella esquina. En silencio, sus ojos se humedecieron, no más. Había aprendido a llorar así sus recuerdos.

-¿Querés jugar? Nos falta uno.

-Mi chiamo Guido e ho sette anni- contestó.

-Dale, Tano, sos con nosotros pero toca ir al arco.

Ya no sentía náuseas.

***

Título: Informe Negativo
Seudónimo: James Bond

Este poblado (me resisto a llamarlo ciudad) es como una pequeña babel en que se mezclan idiomas: italiano, francés, algo de alemán, muy poco ruso, casi nada de inglés. Y diversos acentos del español.

Están abocados a construir un país muy por fuera de sus posibilidades: un puerto nuevo, carreteras, grandes edificios públicos, e incluso un proyecto de paseo marítimo contra la costa que llevará varias décadas.

Pero el colmo es el grado de experimentación social que están ensayando. Han legalizado el divorcio, reconocen a los hijos naturales, ¡tienen leyes laborales de inspiración socialista!

Hacen todo esto, mientras colocan al Estado en el rol de empresario, en vez de fortalecer a la poca burguesía local existente.

Y como se creen la Suiza de América, quieren instalar el gobierno colegiado…

Por ello recomiendo que dejemos de mirar a este país de locos, y nos concentremos en la más estable y previsible Argentina.

Suyo,

W.C

P.D: tienen cierto talento para la práctica del football.

***

Título: Sin título
Seudónimo: Joto

“Guardó meticulosamente la banda y el mandil en el maletín marrón apoyado sobre su escritorio y se dispuso a salir, de impecable traje negro y bombín, rumbo a la logia. Atravesó la sala principal y saludó sin detenerse a su esposa, que de reojo y con fastidio le devolvió un ‘hasta luego’. Ella siguió imperturbable con la siguiente cuenta del rosario. Antonio y Adelina, nuestros padres, recreaban las contiendas entre liberales y clericales. Los balcones de nuestra casa se asomaban atónitos a una Montevideo transmutada por el hechizo moderno. La habitaba una familia del 900, microcosmos donde el racionalismo moderno y el clericalismo combatían a diario. Recuerdo las polémicas infinitas en torno al divorcio y la laicidad. Ellos no están pero en esta casa sigue latente aquella controvertida Montevideo”. Hoy buscando historias montevideanas del 900 encontré dentro del maletín marrón ese breve texto, firmado por mi tío Miguel. He resuelto presentar la reliquia a un concurso de cuentos.

***

Título: Nostalgia
Seudónimo: Mintencito

Compró el matutino y como cada mañana tomó el tranvía hacia La Aduana. Saludó al guardia armado sentado en el pescante, junto al Mayoral, tomando asiento en un vagón de segunda categoría mientras encendía su cigarro de cada viaje. El ruido de las pisadas de los caballos se mezclaba con los diálogos de los demás pasajeros, en esa mañana gris y triste, en la que faltaban las fuerzas para trabajar en aquel puerto tan ajetreado y frío. De repente la vio, sentada frente a él. Dudó si era ella, después de tantos años, parecía que lo fuera, capaz que más bonita aún, esos ojos… ¿era ella?  El sol brillaba ahora a raudales, Montevideo era más verde, el aire tan puro, la gente más amistosa. Tomó coraje, se acercó:

-Cómo está, Teresa, ¿se acuerda de mí?- dijo entre esperanza y temor.
-Creo que me confunde caballero- contestó fríamente.
-Disculpe usted, señorita- agregó derrotado, más viejo, más cansado. El sonido del cornetín le indicaba el fin del camino, la lluvia comenzó a arreciar.

***

Título: El conventillo
Seudónimo: Pituca

El conventillo está alborotado esta noche, ensayan para el carnaval. La cercanía al puerto hace que el viento agite la ropa colgada como banderines. Los perros ladran alarmados por el bullicio, pero el que no participa es Edmundo, el cafiolo que no podía descuidar su negocio, no sea cosa que con tanto jolgorio se le escape algún cliente sin pagar, aunque lo que más le duele es que la Milonguita, su percanta, lo ha amurado por un gringo pintún.

Agazapado en un rincón del portal, manos en los bolsillos, pañuelo blanco al cuello y un gacho que le cubría casi el rostro está Edmundo, nerviosamente moviendo de un lado a otro un faso sin encender.

Se oyen risas por el callejón, el traicionado sale de las sombras y de un puntazo el gringo cae al piso, Milonguita grita desesperada. Él la arrastra rápidamente hasta su pieza. En el patio del conventillo redoblan los tambores. En la vereda sobre un charco de sangra yace el desgraciado.

***

Título: Una historia real
Seudónimo: René

“A ti vengo en mis horas de sed como a una fuente”, me dice ella cada vez que vuelve a pesar del divorcio. Miro el revólver, será mi liberación y la de ella.

La vi en una fiesta y me fascinó. A los días, caminando por la calle Sarandí, nuestras miradas se encontraron a espaldas de su madre. Las señoritas, luciendo sombreros y vestidos importantes, se cruzaban con los varones que competían en la elegancia de sus trajes. Eran invisibles para mí, prendado en esos ojos claros que me sonreían. Comencé el cortejo en su balcón; siguió el noviazgo, el matrimonio. Hasta que…

Los nudillos en la puerta de la pieza me anuncian su presencia. Angustiado, tomo el revólver y espero.

”Muda como una lágrima he mirado hacia atrás.

Y tu voz de muy lejos, con un olor de muerte,

Vino a aullarme al oído un triste: “¡Nunca más!”.

***

Título: La primera vez
Seudónimo: Rosa Luxemburgo

Jacinta Ambrosoni nació y se crio en el barrio de la Aguada. No tuvo una infancia feliz. Su madre falleció en el parto; su padre la abandonó y se fue a Buenos Aires en el Vapor de la Carrera. La criaron sus abuelos por un breve lapso hasta que fue acogida por una familia en las afueras de la ciudad. Allí transcurrieron los años mozos de esa gurisa de pelo oscuro y ojos vivaces. Y ahí nació su rebeldía. No se casó ni se le conocieron novios por esa época. El domingo 27 de marzo decidió volver a su barrio de la infancia. Tenía una cita importante. Estaba feliz, ansiosa. Iba a ser su primera vez. Se vistió con sus mejores galas, se perfumó. Un lento y colmado tranvía la transportó por la ciudad. Había un gran movimiento de gente cuando llegó. No se intimidó. Entró al local con la cabeza erguida. Miró por un instante a los hombres que integraban la mesa. Luego, ya más calma, depositó el voto en la urna.

***

Título: Si yo fuera
Seudónimo: Negro

Sentados en el escalón del zaguán, esperando la noche, abrazados a nuestro gran tesoro. El frasco de vidrio que utilizamos para atrapar las luciérnagas que desafían la oscuridad del pueblo imitando a las estrellas en el cielo.

La hora la marcaba el Farolero que, custodiado por un grupo de polillas, recorría la plaza encendiendo cada uno de los faroles, mientras otras polillas se empeñaban en controlar su trabajo.

Una noche todo cambio, todo el pueblo reunido en la plaza, se prendieron todos los faroles al mismo tiempo, la gente aplaudió, se llenó de discursos de políticos y las polillas la hicieron su reino.

Mientras se hablaba del cambio, veíamos a los nobles caballeros, que habían luchado desde el principio del mundo contra la oscuridad replegar su brillo. Nada sería igual.

***

Título: La luz de tus ojos
Seudónimo: Solitario

Te detuviste en el muelle y tu sombrilla con finos bordados tapaba tu cara cuando querías…De todas maneras la mantilla no permitía que te viera en todo tu esplendor. Mirabas hacia lo lejos como esperando una buque, un recuerdo perdido o dejado muy lejos. Los niños no dejaban de correr y la tarde te fue llevando al mismo lugar donde el tranvía te había dejado. La campanita del barquillero tampoco paraba de sonar. Triunfaste en aquella postal que hoy vive en el escritorio de mi abuelo.

***

Título: Febrero feroz
Seudónimo: Temporal

El tren se detenía. La gran estación lo abrazaba en un bullicio de despedidas y reencuentros ajenos. Los rostros, las voces, los gestos preocupados. Con su valija de cartón en una mano y unos cobres en la otra, el joven corrió hasta el canillita. Tomó el diario y corroboró el desastre…Ya en la calle adoquinada lo inundó el mormazo de aquel febrero feroz.

Cruzó Andes y se dolió del látigo del conductor del tranvía sobre el lomo de los caballos. Sorteó las escobas de chilcas indecisas de las mulatas. Los carruajes iban oscurecidos sin rumbo. Siguió avanzando, al abrir la puerta vidriada la campanita anunció estridente y el aire del Tupí Nambá lo sosegó. Del otro lado del vidrio el Sol del gran teatro parecía deslucido. Sobre el círculo de mármol depositó trémulo el impreso. “…Se declara la guerra al autodenominado Ejército Nacional dirigido por Aparicio Saravia…”. Apuró el último sorbo. Pagó. Pidió el teléfono y pidió que avisaran a su madre que no regresaría.

***

La votación para el Premio de los oyentes cerró el jueves 18.07.2019 a las 13.00 hs. El viernes 25.07.2019, durante La Mesa de los Viernes de En Perspectiva, daremos a conocer los resultados de la votación y también los premios otorgados por el jurado.

***

Enlace relacionado
Concurso de Cuentos de En Perspectiva, llamados anteriores

Foto: Concurso de figuras de arena en la playa de Capurro, 1920. Centro de Fotografía de Montevideo / Wikimedia Commons

Comentarios