Editorial

Aunque se vaya Bonomi

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

El asesinato de un hombre de 56 años en Montevideo el fin de semana a manos de un delincuente que le pegó un tiro en la cabeza, podría haber sido uno más que engrosara una penosa estadística. Sin embargo, este triste episodio tuvo derivaciones particulares, en una sociedad que viene acumulando bronca por el aumento de la violencia.

¿Por qué la muerte de Heriberto Prati desembocó en protestas callejeras y en un estallido de furia canalizado por las redes sociales, herramientas ya indisociables de la expresión ciudadana?

En primer lugar porque el hombre fue asesinado cuando defendía a una amiga que estaba siendo asaltada. La empatía que genera ese gesto no se puede negar. En segundo lugar, porque sus seres queridos no se quedaron callados a la espera del resultado de la investigación policial, que tal vez permita hacer justicia pero poco les devolverá de lo que irremediablemente perdieron.

El contexto de indignación por la violencia, que se observa como un mal creciente, es el telón de fondo de las protestas que se hicieron oír en Montevideo. Y el hecho policial terminó convirtiéndose, además, en un hecho político en el que el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, terminó como blanco de la mayoría de las acusaciones.

Sabido es que vivimos en un país en el que los funcionarios políticos difícilmente renuncian a sus cargos, incluso si la moral y la ética lo impusieran en algunos casos o si los malos resultados de sus gestiones deberían determinarlo en otros.

Pero la pregunta es: ¿alcanzaría con que se vaya Bonomi? ¿De qué serviría si no se establece un plan de acción global que permita hacer más eficiente la acción policial y, sobre todo, mejorar las herramientas de las que disponen los fiscales y jueces para actuar contra el crimen y en la prevención del delito?

Es difícil pensar que un cambio de ministro pueda per se ayudar a prevenir asesinatos, en un país en el que la violencia crece por factores esencialmente sociales y educativos.

Así como para quienes entendemos el concepto de responsabilidad política es difícil imaginar que un ministro no ponga el cargo a disposición del presidente en determinadas circunstancias, es igualmente complicado –por no decir inútil– el ejercicio de imaginar cómo otro funcionario podría cambiar las cosas si no tiene las herramientas para ello.

Por crudo que parezca, el problema se reduce a una carencia de ideas. En algunos países, cuando las ideas propias no funcionan, se apela a experiencias ajenas.

En este programa, el ministro Bonomi llamó a no resistirse a un asalto. Un error declarativo sin dudas, de un funcionario que no midió las consecuencias de sus palabras en un estado de conmoción colectiva. Aunque lo que dijo es aconsejado por muchos especialistas, hubiera ganado si se hubiese limitado a señalar que la Policía estaba investigando. Para terminar de desarreglar el asunto, Bonomi admitió que hay “robos chicos” que “terminan con un tiro en la cabeza”. Las redes sociales volvieron a estallar ante lo que para muchos de quienes lo escucharon fue una admisión de derrota proveniente de uno de los ministros más cuestionados del gobierno.

En mi opinión, es más bien el reconocimiento de que la violencia va inexorablemente en aumento y estas palabras deberían convertirse en un llamado a que las autoridades responsables de la seguridad pública reaccionen de forma diferente a como lo están haciendo para ponerle coto. ¿Cómo? Claramente no será con la famosa “mano dura” que se pide al grito en medio de la frustración que todos lógicamente tenemos, sino más bien en base a pedir ayuda a quienes ya lograron resultados positivos en el combate a la violencia.

¿Por qué si Nueva York o Río de Janeiro lograron abatir sus tremendos índices de delito, Uruguay no podría hacerlo? ¿Por qué no pensar en asesorías externas que permitan la elaboración de un plan integral de seguridad, que ciertamente contaría con el aval de todos los partidos políticos?

No será criticando a quienes protestan porque son de Carrasco o de Pocitos, ni tampoco pidiendo “ficheros” para identificar a quienes viven en asentamientos que vamos a encontrar soluciones. Esas ideas retrógradas, fútiles, solo estigmatizan y dividen cuando lo que se necesita es unidad en la gente y estrategia –algo de estrategia– en los gobernantes.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 05.10.2016

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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