Editorial

Cuando pasan las cosas

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

La trágica muerte de siete ancianos en un hogar de Montevideo nos conmovió a todos. Los registros indican que se trata del peor balance de víctimas en un incendio desde el año 2005.

Somos una sociedad que envejece por razones naturales. Eso hace que unos cuantos problemas serios ligados al envejecimiento poblacional tiendan a agravarse. La capacidad de los ciudadanos activos de sostener a un cuerpo de pasivos cada vez más importante; una mayor demanda de servicios de salud destinados a esta franja de población; y por supuesto, el cuidado de aquellos ancianos que no pueden valerse por sí mismos, son problemas previsibles a mediano y largo plazo a los que deberemos encontrar solución. La planificación a futuro es, sin embargo, una de nuestras mayores debilidades.

La tragedia ocurrida el lunes da pie a muchas reflexiones, además de a una natural congoja. En las últimas horas se puso el acento sobre la habilitación de bomberos del hogar en el que residían las víctimas, algo que sin ser garantía para evitar fatalidades, es un requerimiento que debería cumplirse a rajatabla.

Sin embargo, nuestra realidad nacional es la falta de previsión y lo sabemos. ¿Cuántas oficinas públicas no cuentan con habilitación de bomberos en este país; cuántas otras, con seguridad deberían modernizarse?

El director general de Salud, Jorge Quian, reconoció que los controles sobre las antiguamente llamadas “casas de salud” comienzan a hacerse, en muchos casos, una vez instalada la vivienda que alberga a los ancianos. Con frecuencia, ese hogar, según la terminología que consta en la ley 17.066 que regula esta actividad, termina constituyéndose de forma más o menos espontánea, con un funcionamiento casi cooperativo en el que las familias aportan algo de dinero para sustentar el lugar y los sueldos de quienes allí trabajan.

Es una de esas cosas que todos sabemos que pasa. La pregunta, en este punto, es si algún familiar requiere al momento de resolver la internación de un ser querido la constatación de las habilitaciones. Seamos realistas: eso no ocurre. Se da por sentado que su funcionamiento está autorizado, o se admite que no lo está y se procede según el leal saber y entender de cada uno.

Esta situación que se da de hecho, no exime de responsabilidad a quienes manejan este tipo de centros tales como hogares, residencias o refugios diurnos y nocturnos; tampoco exime de responsabilidad a los organismos de fiscalización competentes. Es de esperar que la Justicia requiera información a esos organismos para saber por qué éste y otros centros funcionan sin la totalidad de los permisos necesarios. Y sería deseable –aunque seamos sinceros, es poco realista en nuestro país– que poco a poco se fueran regularizando situaciones anómalas, sea cual sea su tenor.

Digo poco a poco porque, al fin y al cabo, no vamos a pretender que en un país con las trabas burocráticas, dificultades económicas y realidades sociales que tenemos, pasemos a regularizar todo de la noche a la mañana. ¿O vamos a cerrar a todos los hogares de ancianos que no cumplan con la ley? Sería una alternativa algo tajante, poco probable e impracticable pues ¿a quién van a recurrir las familias de los ancianos? ¿A los servicios públicos?

En este mismo espacio hablamos del trato inhumano que infligieron algunos funcionarios hace algunas semanas, por una medida gremial, a viejitos del Pyñeiro del Campo. Mientras tanto, en muchos hogares o residenciales, sin fines de lucro o con fines de lucro poco importa, el trato es humano, y quienes allí trabajan se desviven por hacer lo que otros no pueden: cuidar a las personas para que vivan dignamente sus últimos años.

La única conclusión posible hoy es que, como suele ocurrir en Uruguay, tienen que pasar las desgracias para que tomemos conciencia colectiva de los problemas que todos sabemos que existen. Ojalá en este caso, el impacto de estas muertes ayude para que, poco a poco y con criterio, razonabilidad y sin caer en extremos imposibles, se emprenda un camino que permita que nuestra sociedad dignifique a los ancianos, en lugar de tenerlos como una cuestión secundaria tal como ocurre en estos días.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 18.05.2016

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Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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