Editorial

Diplomacia bipolar

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

Una de las grandes dificultades que se presentan en el campo diplomático es establecer relaciones equilibradas con países que tienen un peso y una influencia demasiado importante en la política exterior del vecino. Le pasa a México con EEUU, a los pequeños Estados europeos con sus socios mayores de la Unión, y le pasa a Uruguay con Brasil, nuestro segundo socio comercial.

Durante el Gobierno pasado, la tónica fue “subirse al estribo de Brasil”, pensando que por afinidad ideológica todo iría sobre ruedas. Pero no fue tan así.

Cuando Tabaré Vázquez llegó al poder, dejó claro que buscaría manejar la relación con Brasil, y con los demás vecinos, haciendo a un lado la ideología.

Así, los uruguayos empezamos a escuchar a un canciller que en sus primeras palabras en público recuperó aquella frase de “lo político por encima de lo jurídico” para decir que eso era historia, y que no volvería a ocurrir que el Uruguay confundiera prioridades. También escuchamos a Rodolfo Nin Novoa hablar de un Uruguay que se abriría al mundo, porque el trabajo de los uruguayos depende también de que lleguen inversiones extranjeras, que difícilmente lo harán para obtener ganancias en el pequeño mercado local, sino para aprovechar nuestra ahora confesa vocación de proyectarnos.

Sin embargo, aquel canciller que aparecía resuelto comenzó a tener problemas con su propio partido. El Frente Amplio le ordenó al presidente Vázquez que no participara del TISA; ya no del acuerdo, sino de las negociaciones, dejando a Uruguay afuera de la discusión y sin poder enterarse de para dónde va la mano en un rubro como el de servicios, del que dependen miles de empleos en este país.

Apareció el problema del traspaso de la presidencia del Mercosur. Era claro que un gobierno como el venezolano, ocupado como debería estar en una crisis económica y humanitaria con falta de alimentos y medicinas para su gente, pero sobre todo, cuestionado por su desempeño en materia de derechos humanos, no podía ser la cara que representara al Mercosur. Pero Uruguay, que considera a Venezuela una “democracia autoritaria” según Nin Novoa, entendió que respetar lo “jurídico” era en este caso seguir el orden que marcan los tratados del Mercosur y reconocer a Venezuela en la presidencia.

Así, nuestros diplomáticos van a reuniones convocadas por Venezuela, en Montevideo no en Caracas, en las que se muestran propuestas como la de crear un “Mercosur musical” y no se habla de comercio. Y Uruguay va también a las reuniones convocadas por Brasil, Argentina y Paraguay en Montevideo, en las que se habla de comercio y se da la espalda a Venezuela.

Es lo que podría llamarse una diplomacia bipolar.

El canciller fue al Parlamento y habló de un intento de Brasil de “comprar” la posición de Uruguay en el Mercosur, y tuvo que disculparse con la cancillería brasileña y atribuir, con habilidad vale decir, el desacierto a un “malentendido”.

La semana pasada, el Gobierno emitió un comunicado por la destitución de Rousseff tras un juicio parlamentario habilitado por la Constitución brasileña. Podría no haberse pronunciado. Pero eligió calificar un proceso político en un tercer país.

Otra vez el canciller tuvo que dar explicaciones en el Parlamento. Terminó y se fue por la puerta trasera. Y no fue el canciller, ni la cancillería, ni la Presidencia, sino participantes de un encuentro con el ministro quienes le explicaron a la opinión pública que en efecto habría un reconocimiento del nuevo gobierno brasileño. Recién el lunes, Nin Novoa habló y anunció una reunión entre Vázquez y el nuevo presidente de Brasil.

El canciller luce políticamente debilitado. Busca la apertura comercial pero tiene a buena parte del Frente Amplio en contra por doctrina. Tiene que salir, una y otra vez a explicar sus dichos, los comunicados que emite su ministerio, y a esgrimir malos entendidos para evitar el deterioro de relaciones clave para el Uruguay.

En el medio del camino, la diplomacia uruguaya, esa que durante mucho tiempo fue ejemplo en la región por su coherencia, pierde credibilidad adentro y afuera, y expone al país a represalias comerciales que poco ayudarán a nuestra economía.

El año pasado, el diario español ABC publicó un interesante artículo recopilando pensamientos de Winston Churchill, un gran estratega político de nuestra historia, quien dijo alguna vez: “A menudo he tenido que comerme mis palabras, y he descubierto que eran una dieta equilibrada”. Da para reflexionar.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 07.09.2016

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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