Días de coronavirus

Envejecer en la cultura del descarte

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Por Miguel Pastorino ///

El 15 de junio es el día mundial contra el abuso y maltrato en la vejez. La violencia contra los ancianos que toma diversas formas, en su mayoría invisibles para la sociedad, es un drama cotidiano del que es preciso tomar conciencia.

En recientes entrevistas, la filósofa española Adela Cortina ha denunciado lo que está ocurriendo con las personas mayores en nuestras sociedades asustadas con la pandemia y marcadas por una mentalidad utilitarista que hace depender la dignidad humana de la productividad. Denuncia una especie de gerontofobia, donde los ancianos pasan a ser seres sin valor porque no son productivos. Se impone así una “cultura del descarte” olvidando que toda persona tiene dignidad como ser humano, independientemente de su edad o condición.

Vivimos en una sociedad del rendimiento y la productividad, en la que un ser humano es lo que rinde, lo que produce. Cuando el valor de la propia vida depende del tipo de trabajo que se realiza, de la productividad, de la influencia y posición social, de la apariencia y la fuerza física, de la independencia económica, de la eficiencia profesional, y estas cosas comienzan a perderse por la edad, aparecen sentimientos de una gran frustración e impotencia, al tiempo que una desorientación general sobre el sentido de la vida y el sentimiento creciente de sentirse una «carga» o un «estorbo» para los demás. Pero esto se recrudece cuando los más jóvenes ven a los ancianos como cargas y estorbos, llegando a vivir con normalidad situaciones de auténtico maltrato y vulneración de los derechos de las personas ancianas.

La expectativa de vida ha aumentado considerablemente y el envejecimiento se va haciendo cada vez más diferenciado, ya que podemos distinguir varias etapas dentro de la propia vejez. Desde los «ancianos jóvenes», recién jubilados, que todavía están muy sanos física y mentalmente, y pueden seguir muy activos, hasta los que por deterioros importantes de salud necesitan atención permanente o tienen una dependencia absoluta para sus cuidados.

La falta de valoración hacia los que se van haciendo mayores, y especialmente los más ancianos, naturaliza su olvido y consecuente maltrato. Se pierde la sensibilidad ante un dolor que pasa inadvertido, en el silencio de personas que no se quejan y demandan mejor atención y cuidado.

El abuso y el maltrato de nuestros mayores no es algo que vemos solo en la calle o en centros de salud, sino que se da especialmente en el propio hogar, de la mano de hijos y nietos. Y las formas de abuso y maltrato van desde la apropiación indebida de sus ingresos, hasta la omisión de asistencia, desde el maltrato psicológico y físico, hasta el abandono total.

En el mundo de hoy el modelo de realización personal parece ser un adolescente eternizado, y así la adultez y peor aún, la ancianidad parece una etapa a la que no se desea llegar y a la que no se quiere mirar. Y es que el contacto con personas mayores es siempre una silenciosa confrontación con nuestro propio envejecimiento y nuestros propios miedos. Quien rechaza su propio envejecimiento trasladará ese rechazo a las personas que ahora son ancianas, porque la vida del anciano es un espejo de un futuro posible y un envejecimiento inevitable de cada uno de nosotros. Quienes logran ya en su juventud aceptar al anciano con todas sus limitaciones, de alguna manera valoran las virtudes propias de la ancianidad y ven en ella también sus valores y riquezas. El amor y el respeto, el cuidado y la generosidad para con los más débiles es una forma de abrazar la propia vulnerabilidad.

Por eso es cada vez más importante formar en las empresas a las personas que están cerca de su jubilación, para vivir plenamente la nueva etapa que se avecina. Y en esa tarea hay un bien social invalorable. Es necesario ayudar a las personas desde que son jóvenes, a valorarse por quienes son y no por lo que hacen, a descubrir el sentido de sus vidas en cada nueva etapa, a descubrir sus talentos para ponerlos al servicio de las nuevas generaciones.

A su vez, educar a los niños y jóvenes sobre el valor de la vejez despertará una nueva sensibilidad y un nuevo modo de ver la propia vida y la de los otros. Cada etapa de la vida tiene sus propias tareas, su propio encanto y belleza, así como sus límites. Y cuanto más comprendemos la vida de los otros en sus diversas etapas, más nos comprendemos también a nosotros mismos, porque cuidar a nuestros mayores es cuidar nuestra humanidad.

Miguel Pastorino para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva

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