Editorial

El factor Juventud: los que se van y los que se quedan

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Por Emiliano Cotelo ///

Un día sí y otro también, asistimos a discusiones sobre la reforma de la Seguridad Social en el Uruguay. Es uno de los temas más mencionados en la campaña electoral y eso tiene lógica: los mayores de 60 años son casi la quinta parte de la población, hay más de 600.000 jubilados y el déficit del Banco de Previsión Social está en el entorno de los 800 millones de dólares por año.

Por eso, los políticos y académicos, que concuerdan en que el sistema se encamina al colapso, polemizan, a veces con acidez, sobre responsabilidades pasadas y presentes y sobre los caminos que hay que seguir para devolverle solidez al sistema previsional. Quizás, ese entrecruzar anticipa que, como no hay más remedio, la reforma, mejor o peor, antes o después, va a ocurrir en el próximo quinquenio de gobierno.

En cambio, no hay un debate igualmente plural y extendido sobre la situación de los jóvenes, la otra punta de la población, que aparece como intersección de problemáticas muy variadas. La juventud es la que sufre la desorientación en la enseñanza, es también protagonista y víctima del debilitamiento de la integración social y tiene que lidiar con una economía vacilante y frenada. ¿Y cuántos son? Si consideramos el criterio más restrictivo, la franja entre 14 y 25 años, son 550.000 personas (casi tantas como los jubilados). Sin embargo, en torno a ellas no hay grandes conversatorios. ¿Ustedes no sienten que, en general e inclusive durante la campaña electoral, pensamos y discutimos poco sobre los jóvenes como colectivo o segmento con voz y voto y peso en los destinos del país?

Algunos datos

El “combo” que les toca a los jóvenes no es sencillo, afecta el presente y se proyecta sobre el futuro.
En Uruguay, según cifras oficiales, están desempleados más del 27% de los jóvenes. Y si consideramos solo a las mujeres jóvenes encontramos un desempleo más alto aún: 33%.

Es decir que tres de cada diez no consiguen trabajo y, por lo tanto, están seriamente afectados en sus posibilidades de desarrollo y realización personal. No producen bienes ni servicios, suponen costos y no aportan a la Seguridad Social.

Y los demás, los jóvenes que sí consiguen trabajo, que son mayoría, se consideran de “clase baja” y entienden que su remuneración no les basta para progresar. La lentitud con que creen que se cumplirán sus expectativas, el peso que le atribuyen a su “extracción social” como condicionante, cómo comparan sus probabilidades con las de otros, son elementos que denotan un estado de ánimo y revelan “una experiencia emocional” que pesa sobre sus acciones y sobre la economía del país.

Más allá de las percepciones, la economía uruguaya no genera una demanda de empleo suficiente y adecuada a las necesidades de la minoría de los jóvenes que culmina una formación técnica o profesional. Tampoco abre espacios amplios de trabajo correctamente remunerado para aquellos menos calificados, que quedan aún más arrinconados en esta esquina.

Irse a trabajar y vivir fuera del país es la solución para un 29% de los jóvenes. Muchos de los que se van tienen formaciones intermedias y alguna experiencia en el comercio, la industria o los servicios. Además, es significativo el número de profesionales, uruguayos con título universitario. Emigran, en particular, científicos e investigadores. Por ejemplo, hace un año, cuando la percepción del horizonte económico era mejor que la actual, el ex decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Juan Cristina declaró, refiriéndose a los egresados de esa institución: “Ya tenemos la cuarta parte que se nos van. Y no solo exportamos licenciados, también posgraduados”.

Los compatriotas que se fueron y se van tienen, en promedio, un nivel educativo algo superior a la media de los que seguimos viviendo aquí. El país pierde, también, uruguayos de formación básica en edad de trabajar, que llegan a otros mercados y ocupan puestos poco calificados, pero suelen percibir allí remuneraciones que les permiten llegar bien a fin de mes y progresar.

No news

Este bosquejo que acabo de hacer del “problema de los jóvenes” en Uruguay no es una denuncia ni sugiere soluciones: los hechos se conocen y los datos apenas indican sus rasgos.

Hoy quise enunciar un fenómeno que no es noticia, una tendencia que cobra más o menos fuerza según los avatares sociales, pero que sabemos que está ahí y, sin embargo, por lo visto, no nos moviliza demasiado.

La emigración juvenil y la frustración de los muchachos que se quedan y no pueden trabajar se deben a múltiples causas, por supuesto, pero hay algunas trabazones culturales y económicas que persisten y no se resuelven con trucos mágicos.

La creación de empleos no depende de voluntarismos ni de desembarcos milagrosos. Pero todos debemos admitir que los desembarcos de inversión directa son positivos para aumentar el trabajo en el país. Y también tenemos que asumir que la voluntad, no el voluntarismo si no la tenacidad lúcida, puede ayudar a frenar la pérdida que supone el desempleo joven.

El “factor juventud” debería estar presente en el análisis de cada iniciativa que aparece desde el Estado o desde el sector privado. Por supuesto, a la hora de examinar un proyecto no hay que soslayar otros aspectos, por ejemplo el ambiental, pero en el análisis, el discurso, el debate y la acción de los actores de la vida pública tendría que imponerse la mirada sobre cuál es el impacto en los jóvenes.

Quizás deberíamos crear algún indicador sencillo, uno comprensible para todos, que hiciera patente y evidente la relación entre las inversiones y la permanencia de más o menos jóvenes; que se percibiera cabalmente el valor social de cada iniciativa que genera empleo. Y no hablo sólo de lo gigante: todos los emprendimientos, incluso pequeños y medianos, valen en este sentido, y mucho más si quienes los ejecutan son, a su vez, jóvenes.

Experimentar

Yo creo que implementar acciones para el empleo de personas jóvenes, su capacitación y su radicación acá es tan necesario que podemos hacer una excepción y no debatir durante años cuál es la mejor táctica, la receta más adecuada o el recurso más potente: podemos admitirlos casi todos. Más allá de filosofías y pareceres, admitamos la puesta en práctica de políticas públicas muy diferentes y estrategias privadas diversas. Experimentemos. Que los métodos, las ideas y los atajos convivan y compitan, sea a través de incentivos, créditos específicos y programas de acción…pero con una obsesión convergente: el empleo, la educación y la innovación con y para los jóvenes. Para detener la hemorragia de los que se van y para aumentar las oportunidades de los que se quedan.

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En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 20.09.2019

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