Editorial

Hechos y palabras

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Este sábado ocurrió algo importante, qué duda cabe. El vicepresidente de la República anunció que presentaría su renuncia. Se llegó así al acmé de una peripecia que fue estirándose durante meses y que tendrá, por supuesto, secuelas diversas en los próximos días y semanas. El episodio no deja de ser histórico, al menos en una acepción limitada, por carecer de antecedentes. Se trata quizá, admitámoslo, de la “noticia del año”, como ha sentenciado con trémula exultación cierto periodismo enfático, feliz de ofrecer breaking news gracias a los móviles apostados en la calle Colonia.

Sí, la renuncia de un vicepresidente es un acontecimiento de considerable envergadura, un sismo de magnitud inusual, más aún en la penillanura uruguaya, cuyo paisaje, según nos obstinamos en creer, es levemente ondulado. Después de haberse curvado todo lo posible merced a un largo temporal, Raúl Sendic se rompió al fin. Pocos lo extrañarán. El 48 según la smorfia napolitana, “il morto che parla”, anuncia que renuncia. Momento singular, hecho importante, cómo no.

Sin embargo, puesto a elegir, me quedo, en materia de importancia, con lo que ocurrió hace siete días, cuando tomó estado público el dictamen del Tribunal de conducta política del Frente Amplio sobre el uso que Sendic hizo de la tarjeta corporativa de ANCAP. Recuérdese: el texto llamó la atención por su severidad, desconcertó a quienes habían especulado sobre su contenido en base a trascendidos que a la postre resultaron inexactos, y produjo en muchos una petrificación parecida a la que provocaba, en la mitología griega, la mirada de Medusa. Su publicación fue, en un primer momento, como el haz de luz que en la noche encandila a una liebre y la deja paralizada, a merced de las escopetas. Tras la sideración inicial, se produjo luego un recalentamiento de los teléfonos en el partido de gobierno: entre zafarrancho de combate y zafarrancho de limpieza, el Frente Amplio de antes volvía por sus fueros, diciendo “no éramos esto” e invitándose, por interpósito tribunal, al Plenario que anteayer asistió, sin previo aviso, a la dimisión vicepresidencial.

Y todo por un texto: seis páginas que corresponde agradecer, más allá de Sendic y de su desenvoltura al desenfundar una tarjeta que chupó dineros públicos en una mueblería, un supermercado o un aeropuerto. Un agradecimiento semejante no deja de ser agridulce, por cierto, porque implica reconocer que nos hemos desacostumbrado a leer párrafos bien redactados, precisos, contundentes y finos a la vez, que dicen lo suyo con destreza y en los que no chorrea la grasa consuetudinaria de la prosa con que suele gratificarnos la expresión pública en Uruguay.

El dictamen del Tribunal de Conducta Política es, lamentablemente, una rareza por los tiempos que corren. Por eso debe ser motivo de alborozo: sigue habiendo personas capaces de demostrar, aunque debiera ser obvio, que en una República no es admisible ahorrarse el trabajo de encontrar las palabras apropiadas y de organizar con ellas un pensamiento hecho texto, respetando al destinatario e instituyéndolo como ciudadano, precisamente por medio de ese respeto.

Supongamos por un momento que se tuviera a bien actuar con el mismo cuidado en todo acto legislativo, en toda declaración y en toda expresión periodística – la misma que ya el sábado llegó a decir, por ejemplo, que la institucionalidad se había “resquebrajado”. Imaginemos que no se menospreciara ni se desatendiese el valor del lenguaje, que se tratase con esmero la materia prima con que se fabrica una comunidad política. Figurémonos que nos rodea un paisaje verbal cuya calidad nos diera ganas de argumentar y no de escupir pobres ladridos.

Si algo así se nos antojara sustancial, si se saliese a pelear por la dignidad semántica y se cultivara la exigencia en el decir, seríamos mejores. En esa materia, el Tribunal de Conducta Política del Frente Amplio nos ha hecho un bien enorme, al recordarnos, entre otras cosas, la tontería profunda de la máxima que exige “hechos y no palabras”. Las palabras son hechos, qué caramba. Ahí está, por si hiciere falta demostrarlo, la última semana.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 11.09.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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