Editorial

Intrusos y retenes

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Por José Rilla ///

Aunque muchos uruguayos no lo saben, o no lo creen, nuestros partidos políticos son construcciones institucionales muy antiguas, de las más antiguas del país y de América. Cuando son más nuevos como los de las izquierdas, o los de base marxista, socialdemócrata o socialcristiana, ya pasaron cien años de existencia. Tratar a los partidos como instituciones tiene grandes ventajas para entenderlos: hablamos entonces de principios, reglas, tradiciones y aprendizajes.

Cada vez que los partidos entraron en crisis o perdieron su rol central en el complejo proceso de toma de decisiones, el sistema político uruguayo en su conjunto vivió dificultades y rupturas dramáticas de la vida constitucional. Otras veces, sus falencias y debilidades fueron desafiadas y compensadas por otras organizaciones de la sociedad civil.

No fueron, los nuestros, partidos de clase, sino líneas verticales que cruzaban toda la sociedad, con énfasis y alcances diferentes. Aspiraron a comunicarse con la diversidad social y cultural y lo hicieron con tal éxito que merecieron la denominación internacional de partidos catch all, es decir, actores complejos “agarra todo”.

Muchos académicos critican esta centralidad y a quienes la estudian o la valorizan como un rasgo positivo de nuestra convivencia cívica.

Cabe decir que para bien y para mal, como ocurre en el mundo de las virtudes, los partidos políticos han sido muy importantes en la formación de la voluntad ciudadana y en la elaboración de sus decisiones legítimas. No me animaría a sostener que esto es así en el presente o que está asegurado en el futuro: los partidos parecen haber perdido credibilidad, el sistema se ha desprestigiado, la corrupción en el gobierno ha hecho daño al conjunto, la comunicación política está cambiando dramáticamente (lo que se dice, lo que no se dice, cómo se lo dice, lo que hacemos con lo que nos dicen…). Son demasiados desafíos. Sin embargo, el peso de los partidos, aun menguado sigue siendo un buen marco para entender algunas cosas que van pasando.

Una, el intruso la tiene muy difícil. Alguien puede acumular prestigio, poder, dinero en un campo laboral, profesional, empresarial, sindical… pero ello no le asegura una entrada fluida a un partido político, ni mucho menos le asegura votos. Al menos en el corto plazo. No es imposible, desde luego, pero es muy arduo y con plata no se arregla… Esta es una buena defensa que tiene nuestro sistema de partidos.

Dos, el que está en el borde de adentro de un partido, el que por razones ideológicas o estratégicas ha tomado distancia de su centro le cuesta mucho irse, dar un salto hacia fuera de ese borde. Si se va, más allá del coraje, lo hará suponiendo nuevas adhesiones y viejos repudios; si se queda puede ser una valla para contener la fuga de muchos adherentes. Un retén para los que van huyendo.

Vamos a los ejemplos.

No escuché ni leí explicación alguna de Juan Sartori sobre las razones específicas de su vínculo con el Partido Nacional. ¿por qué no se insertó en otro partido, si los del Uruguay son tan catch all? Muchos blancos no lo quieren, por ajeno, por desconocido, por adinerado. Pero él, recién llegado no ha dado una sola razón por la cual se cobija en la tradición blanca. Llevemos el razonamiento por el camino del absurdo: si Juan Sartori fuera electo presidente sería la demostración más cabal del hundimiento de la política clásica del Uruguay.

Las candidaturas de Julio M. Sanguinetti y de Mario Bergara tienen, desde luego, una notoria desproporción por sus trayectorias y aspiraciones, pero se parecen en algo: ambas parecen decir a los prosélitos y a los decepcionados, “no se vayan, no todo está perdido, quedo yo para salvar una herencia amenazada.” La de Batlle y la de Seregni, respectivamente. Son retenes.

El intruso la tiene difícil, el retén la tiene fácil. Son dos señas conservadoras de nuestro viejo sistema de partidos.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 14.12.2018

Sobre el autor
José Rilla es profesor de Historia egresado del IPA, doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires. Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Decano de la Facultad de la Cultura de la Universidad CLAEH. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores, ANII.

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