Editorial

La calidad del debate también depende de usted

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Por Emiliano Cotelo ///

Opinar a la ligera sobre temas de actualidad… ese hábito no es nuevo. Sin duda ya existía antes de que llegaran las Redes Sociales. Pero ahora, gracias a ellas, ocurre de manera más extensa e intensa. Y además, también gracias a las redes, podemos observar con claridad el fenómeno y hasta medirlo, si queremos.

Muchos evangelizan y hasta dan cátedra habiendo leído solamente titulares. Basta atender un tweet, ver a la pasada la portada de un diario, oír diez segundos la radio o pasar enfrente de una pantalla para darse por informados, opinar enseguida y… esparcir la mala nueva a diestra y siniestra. Y digo “mala” nueva porque una mirada fugaz no alcanza ni para enterarse y, menos todavía, para formarse una opinión y salir a volantearla.

Nuestra web / nuestras redes

En el sitio web de Radiomundo/En Perspectiva los comentarios al pie de las notas son siempre interesantes, se coincida con ellos o no; no suman miles, ni siquiera centenas, pero corresponden a personas que se tomaron el trabajo de escuchar el audio o ver el video correspondiente. Otro es el cantar en nuestras cuentas en Redes Sociales. Con frecuencia me encuentro allí con que el tweet que promociona una entrevista o un informe muestra también aportes de personas que apenas consumieron los 260 caracteres que tienen ahí a la vista. Es clarísimo que no hicieron click en el enlance; por ejemplo, plantean preguntas que yo sé que fueron aclaradas en el reportaje. Francamente, esa forma de “participación” me deja muy frustrado. Hasta me pregunto si vale la pena el trabajo de difundir en esas redes lo que hacemos.

¿Cuál es mi incomodidad con este hábito malsano? Que afecta el valor del oficio al que dedico mi vida. Y, sobre todo, que nos hace daño a todos, a la sociedad uruguaya.

No hay tiempo

Para explicar y justificar esa costumbre que cunde, se suele alegar que vivimos épocas frenéticas, que no hay tiempo que perder, que cualquier texto de más de 200 caracteres es demasiado, que escuchar durante dos minutos con atención es para viejos o minorías iluminadas. Para mí esas no son razones válidas ni suficientes.

Las redes terminan siendo un escenario en que los internautas pretenden conseguir el aprecio ajeno tirando “cualquier fruta”, como esos que gritan una brutalidad en la tribuna y miran alrededor buscando aprobación o pelea.

Lecciones

La responsabilidad de opinar con fundamento nos la enseñaban desde chiquitos la familia, el docente y el buen amigo, y se consolidaba en la vida social. “No se puede dar clase sin tener la menor idea”, advertía una madre. “No digas cualquier cosa, informate y recién después hablá”, decía el padre ante un exabrupto adolescente, y sentenciaba: “Así no se puede conversar”. Y sí, era y es muy difícil conversar “así”; el intercambio de “bolazos” termina siendo cháchara.

Desde siempre, pero ahora con particular insistencia, gente educada y que sabe historia nos advierte sobre los riesgos de un debate público pobre. Un debate así, chato, trae, a la corta o a la larga, peores condiciones de vida. Un debate público cada vez más desteñido empieza en Cambalache y termina en Titanic, la película.

Para peor, llama la atención que esos opinantes que solamente consumen y reenvían titulares son, en muchísimos casos, las mismas personas que le reclaman a los políticos y a los medios de comunicación un debate público más rico, sin facilismos engañosos.

Rocas sumergidas

Ya hace cuatro años, el estudio Digital News Report de la agencia Reuters revelaba que “…los internautas solo leen los titulares de las noticias en medios de comunicación…” y reafirmaba que “…la lectura de titulares por ejemplo, en las páginas principales de los sitios web–, que permite conocer la actualidad del momento de forma superficial” era la manera más común de acceso a las noticias.

No leer los textos completos ni escuchar antes de opinar es negativo porque informarse es mucho más que entretenerse: leer y escuchar con atención son gimnasias en las que nuestro cerebro está en acción y relaciona conceptos, ordena datos, absorbe cuestionamientos. Aprendemos así a analizar. Y eso nos convierte en personas algo menos prejuiciosas y seguramente menos manipulables.  

Esas opiniones que se lanzan sin razones ciertas, como cachetadas o gritos, como rezongos pretenciosos muchas veces, no aportan nada. Son arrecifes, rocas sumergidas que provocan naufragios. Después se hace difícil llegar a la orilla de los hechos tal cual son.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 23.11.2018

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