Días de coronavirus

La piedra verde

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Por Helena Corbellini ///

Soy Helena Corbellini, escritora, autora de la novela histórica El sublevado. Garibaldi en el Río de la Plata, dedicada a mis hijos Joaquín y Julia en la edición debolsillo. Hoy es el cumpleaños de mi hija, Julia. Treinta y dos. Ella vive en Berna, Suiza y yo aquí, en Sant Feliú de Guíxols, España. Hoy me despertó el sonido de la lluvia. Me gusta que llueva así, como una música que las nubes ejecutan. Invita a quedarme en casa, a sentirme naturalmente confinada.

Trece días atrás de este lunes 13 de lluvia, fue el primer cumpleaños de mi nieta, también en Berna. En todos los casos, nos saludamos y celebramos por videocámara. Ellas resplandecen con la belleza de la alegría y la salud. Ya pasaron por la covid los tres componentes de esa familia. Qué suerte; están inumunizados. También la Nobleza, científica en Philadelphia y madrina de Nina, está enferma en la versión leve, pero con pérdida de sabor y olfato. Casi estoy deseando que en Uruguay se pesque ese covid leve Joaquín, y que salga indemne de esta funesta historia. El día que abran las fronteras, podrán venir a esta casa guixolense y estaremos juntos. Sueño con esos días futuros que se parecen a las botellas de los siete colores que mi amigo Albernaz me dice que debo juntar, llenar de agua y ponerlas en el balcón como un conjuro. En términos generales, detesto las supersticiones, pero las inocentes me hacen gracia. En una época en que estuve enferma, en aguas del mar Egeo en Creta, encontré una piedra verde, preciosa. La guardé. La tengo en la cabecera de mi cama, pero en Montevideo. Un día mi amigo me aseguró que el color verde es el símbolo de la salud. ¿Ah sí? La piedra verde cristalina, sigue en su sitio y le pido a mi hijo que de cuando en cuando, la acaricie. Él no me hace caso, por supuesto.

Sé que todos estamos pasando por lo mismo, aislados de nuestros afectos. Mal de muchos, consuelo de tontos, pero eso no lo digo por tonta, sino para aclarar que sé muy bien que solamente soy una más en este colapso humanitario, para el cual ya no hay palabras trágicas ni chistes que agregar aquí. Ya ni siquiera soporto que canten "Resistiré" en los balcones, aunque admiro la persistencia de esos desafinadores eventuales.

Antes de saludar a mi hija llamé al seguro médico para saber si habría camas en la UCI (el CTI de aquí) en caso de que nos enfermásemos. Me aseguraron que ahora no nos faltaría atención médica y la mujer que me atendió, se le emocionó la voz cuando yo empecé diciendo: “No estamos enfermos, es solo para informarme”. Ella respondió rápida: “Cuánto me alegro, es la mejor noticia que recibo hoy, me deja contenta para todo el día”. Entonces me pareció que ya estábamos festejando el cumpleaños de Julia, como si soltáramos globos por los balcones y los viéramos alejarse por las azoteas de los edificios, como hacíamos en la calle Andes. Luego la llamé a ella y cantamos cumpleaños feliz por WhatsApp, aplaudimos viva viva con la nena, le aseguré que sí tendríamos camas en cuidados intensivos en caso de enfermarnos, y esos fueron regalos para ella, tenía el rostro iluminado, mientras su compañero sujetaba a la nena que mordisqueaba a su castor Kakun, una palabra inventada en su lengua de sonidos que se balancean inseguros, como sus primeros pasos. Este año hubiese querido estar allí y cocinar pizzas para quince, como ocurrió otra vez, y que la visitasen sus amigos científicos, que el violinista de Zúrich tocara para ella, que le llenáramos la casa de flores y soplara velas mientras le cantábamos feliz cumpleaños.

Los recuerdos felices son grandes compañeros del confinamiento.

De todos modos, los jóvenes aprenden rápidamente a crear momentos maravillosos con una cámara, con una grabación. Mi hija me anunció: “Ahora voy a abrir tu regalo” y sacó de un envoltorio un piyama que le compré online en zalando.ch. “Siempre hace falta un piyama”, asegura ella, algo que comparto plenamente. Es una gran tentación vivir de piyama en estos tiempos.

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Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva

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Foto: Helena Corebillini. Crédito: Auditorio Nacional del Sodre.

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