Editorial

Monumentos

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

Desde hace ya mucho tiempo los uruguayos tenemos un problema que no termina de resolverse en nuestra relación con los espacios públicos. Si bien está claro que una mayoría de la sociedad pretende vivir en paz y armonía compartiendo aquellos lugares que nos pertenecen a todos, por alguna razón que, intuyo, tiene su raíz en un precario o resquebrajado sentido de pertenencia, los espacios públicos suelen arruinarse por obra de algunos pocos y descuidarse por parte de muchos. Esto ocurre principalmente en Montevideo, donde el anonimato es más sencillo y por aquello de que como es de todos, y todos son muchos, termina no siendo de nadie.

Existen pocas ciudades en América Latina tan generalizadamente pintadas, pegatineadas, de muros arruinados y belleza opacada como Montevideo. Supongo que muchos de ustedes habrán visto brigadas apropiándose de muros de la ciudad; grupos de hinchas de equipos de fútbol pintando columnas, veredas y puentes; y se habrán indignado más de una vez con algún lindo edificio de la ciudad estropeado con mensajes sin sentido que, a diferencia del grafiti artístico que aporta en lugares que poco tienen que ofrecer, solo contribuye a afear la ciudad.

Esta reflexión, sin embargo, comenzó con algo mucho más grave que un daño a un espacio público, cuando hace algunos días, en dos ocasiones, el Monumento al Holocausto judío fue objeto del vandalismo y más que eso, utilizado como vehículo para herir en su fibra más sensible a una colectividad en particular, y a los uruguayos en general.

Comencé a buscar ejemplos anteriores de ataques a monumentos que, por su importancia, su carga simbólica, su trascendencia para muchos ciudadanos de este país, pudieran entrar en una triste lista de antecedentes. Y encontré bastantes en los últimos años. Por citar algunos, en el Monumento a los Detenidos Desaparecidos en América Latina, se registraron pintadas y daños. El Memorial de los Desaparecidos en Paysandú tuvo que ser reparado y reinaugurado en 2013 porque lo destruyeron. Incluso encontré un titular bastante fuerte que señalaba que a la niña del Monumento a la Maestra de la Plaza Lafone, “le cortaron la cabeza” este año. La foto no dejaba lugar a dudas: utilizaron herramientas pesadas para dañar algo tan simbólico como una escultura que homenajea a educadores.

La lista podría seguir con otras muestras de bienes públicos dañados.

Pero quiero detenerme específicamente en el hecho que me llevó a escribir esta columna, porque reviste una particular gravedad. Siempre es difícil de digerir que un lugar o un objeto que tiene especial significación para una comunidad se vea dañado. Más aún cuando ese daño es provocado. Peor aún es presenciar un intento deliberado de ofender, herir y denostar. Porque eso es lo que buscaron quienes instalaron leyendas negando el Holocausto, precisamente en un monumento que apunta a una muy necesaria recordación de esta tragedia humana.

Con seguridad, los autores de estos actos de vandalismo, buscaron con sus mensajes ofender a la colectividad judía uruguaya. En su ignorancia, no vieron que la ofensa abarcó a toda la sociedad que colectivamente decidió que un espacio público, un espacio común, fuera destinado a este monumento porque como sociedad los uruguayos entendemos, como con otros episodios de la Historia, que es necesario expresarnos sobre lo que ocurrió.

Esos mensajes fueron borrados por la Intendencia de Montevideo. Las fotografías de las pintadas y su contenido existen. Están registradas, como registradas quedaron las imágenes de otros actos que buscaron arruinar modestos símbolos de gran trascendencia para quienes, como en este caso, podemos ver en esos símbolos una forma de entender, concientizar, tal vez homenajear, o denunciar y decir nunca más. Y digo bien buscaron porque, que no quepa duda, no lo consiguieron.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 25.10.2017

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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