Editorial

Pasado para futuro

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Por José Rilla ///

La campaña electoral uruguaya está a punto de comenzar. No así la decisión de los electores, que en su mayoría vienen elaborando sus preferencias desde hace mucho tiempo, cuando arrancó el gobierno. Es difícil saber cuánto depende el resultado final de una elección, de lo que los partidos y candidatos hagan en el último año, y en especial durante la campaña. Mientras tanto, antes de esos fragores y fervores conviene meditar en un asunto que habrá de atravesar tibiamente a todos: el pasado en el presente.

La política uruguaya es todavía una política de partidos y de tradiciones y esto parece conservar vigencia aun en estos tiempos en los que la política, en el mundo, rompe a la manera posmoderna con el pasado y pretende ser toda invención. Tal vez vayamos en esa dirección: cada vez menos memoria, cada vez más la política pensada solo como gestión y estrategia, que agota allí su significación.

De todas formas, cuesta mucho, en Uruguay, plantarse ante la ciudadanía como una novedad total. Esa es una razón por la que todo aquel que aspira a obtener apoyos y confianza, procura ofrecer antecedentes, linajes y próceres, y se presenta así como parte de una tradición. Si fuera posible fabricar un candidato uruguayo promedio con fragmentos del pasado este contaría en la maleta con un poco de artiguismo, de saravismo, de batllismo, de frugonismo, de herrerismo…y vaya a saber qué más.

Más allá de esta ficción, hay que reconocer que aunque en el Uruguay las tradiciones políticas están bastante entreveradas por el olvido y la ignorancia, hay una modesta disputa por las herencias valiosas. No me refiero ahora a las lejanas de Oribe y Rivera, o Saravia y Batlle, sino a las más recientes del siglo XX, aquellas de las que una parte del electorado tiene memoria. Para ponerlo en términos individuales vayan dos ejemplos: Wilson y Seregni.

Hagamos la pregunta con un poco de brutalidad: ¿Quién se queda con Wilson? Más de uno puede reclamarse como su continuidad, entre los blancos y afuera del Partido Nacional. Están, desde luego, los que no lo recuerdan o ni siquiera lo tienen como referente central. ¿Quién se queda con Seregni? Buena parte de los frentistas pueden hacerlo con naturalidad, otros por conveniencia; los menos son los indiferentes. Pero pronto veremos, si no lo estamos viendo ahora, reclamar ese legado más allá del Frente Amplio.

El uso que hacemos del pasado para la política es a menudo simbólico: abreviamos la biografía de las personas, limamos sus asperezas, las acomodamos a nuestra conveniencia y sobre todo, al mensaje que queremos compartir con la gente para lograr su adhesión. Así, Wilson es sintetizado en el espíritu democrático que pagó con su exilio y exclusión una lucha intransigente por la libertad de la república; Seregni pasó a simbolizar la cárcel en dictadura, la serenidad estratégica en la salida y una forma de la coherencia entre lo dicho y lo hecho. No se recuerdan los momentos incómodos, las inconsistencias, declinaciones y contradicciones. Es un uso simbólico porque nos sirve para poner en aquellos seres humanos lo que tenían y lo que no tenían pero necesitamos asignarles.

Pero todo esto puede ser pasado pisado, un vidrio opaco entre ayer y hoy.

Si así fuera cabe finalmente una nueva pregunta: por más esfuerzo que pongan los partidos en actualizar a sus héroes recientes ¿cuánto importan esas historias para las nuevas generaciones? Cada elección incorpora nuevos votantes, esa franja que ha sido definida por los expertos como la formada por quienes tienen entre 18 y 22 años. Allí el Frente Amplio ha mostrado una evidente aunque algo decreciente ventaja. Por su número no parecen decisivos en esta población envejecida, pero aumentan su importancia si la elección es ajustada.

¿Qué pasado moviliza a los que nacieron entre 1997 y 2001?

¿Cuál es el pasado útil para el futuro?

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 26.10.2018

Sobre el autor
José Rilla es profesor de Historia egresado del IPA, doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires. Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Decano de la Facultad de la Cultura de la Universidad CLAEH. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores, ANII.

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