Editorial

Puro cuento

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Por Daniel Supervielle ///

El jueves 1º de octubre me topé en el Parque de los Aliados con una banda virtuosa que desgranaba canciones muy bien compuestas. La Intendencia de Montevideo celebraba el Día de la Música con toques en todas las plazas de la capital. Una centena de curiosos se había acercado a escuchar. Había paseadores de perros, gente con túnicas de enfermeros, familias, cuidacoches marihuaneros, un par de policías, algún despistado de traje y corbata y grupos de amigos.

Casi al final del show el líder de la banda, Sebastián Casafúa, preguntó al público que lo escuchaba si sabían quién era Pete Best. Como acto reflejo inmediatamente pensé en George Best: Un mítico futbolista de Irlanda del Norte que brilló en la delantera del Manchester United en la década del 60. Best fue un vivo ejemplo del espíritu contestatario y rebelde de esa época. Su arte sublime se expresó en una cancha de fútbol. Obviamente Casafúa no se refería a George Best; se refería a Pete Best, el baterista que los Beatles llevaron de gira a la picante ciudad portuaria de Hamburgo entre 1960 y 1962. Sin embargo, no siguió con la banda que cambió la sensibilidad musical de la humanidad. En 1963, John Lennon y Paul McCartney lo sustituyeron sin mucha explicación. Su lugar lo ocupó Ringo Starr y los Beatles fueron quienes fueron. Es redundante decir que Pete Best no quedó en la historia.

Entonces Casafúa contó algo. Narró que Best aún vive y está dispuesto a vengarse por el lugar en la historia que nunca ocupó, pese a haber estado allí, al comienzo, en el origen de todo. Según Casafúa, era hora de apoyar a Pete Best. Su reivindicación era una cuestión de honor, una causa de la humanidad. Convocó a respaldar una cruzada reivindicativa por este hombre y para ello le compuso una canción que se llama Gospel de los que no creen en nada. Luego de esta introducción sorprendente empezaron los acordes del tema en cuestión. Hasta ahí los hechos. La simple anécdota.

Tirado en el pasto imaginé los comienzos de los Beatles. Recorrí mentalmente sus toques en los garajes de Liverpool y bares de Hamburgo y me detuve en Pete Best: un hombre que el mundo decidió dejar por el camino. Conozco de memoria las caras de Paul, John, George y Ringo, tarareo sus canciones, igual que mis padres y que mis hijos… pero no tengo idea cómo es el rostro de Pete Best; mucho menos cómo fue su vida y cómo llevó el resto de su existencia con la enorme cruz de no haber sido lo que pudo ser.

De pronto me invadió una enorme solidaridad por Best: Simboliza a la enorme mayoría de los hombres; perdedores que no supieron subirse a tiempo a ese tren que pasa contadas veces por la estación. La humanidad está constituida por miles de millones de Pete Best que tienen sueños gloriosos de vidas plenas pero que el azar, las malas decisiones y el paso del tiempo van comiendo de a poco y sin clemencia.

Casafúa y la banda continuaban tocando esta preciosa canción y mi cabeza seguía girando en torno a los Best. Volví al futbolista George, que en su apogeo fue bautizado "el beatle" del fútbol y que según el ranking de la revista World Soccer fue elegido el octavo mejor jugador del siglo XX. Además de ser un fuera de serie fue un personaje popular y admirado también afuera de la cancha. Es el autor de la célebre frase que lo pinta entero: "Gasté un montón de dinero en alcohol, mujeres y coches rápidos – el resto lo desperdicié". Pese a conocer las mieles de la gloria, George Best terminó sus días alcohólico y con problemas terribles de salud y depresión. Murió a los 59 años. No tengo idea cómo terminó su vida el otro Best, el primer baterista de los Beatles.

Cuando estaba por terminar la canción de pronto se materializaron a mi lado, en el Parque de los Aliados, Pete y George Best. Jugaban divertidos el juego de la mosqueta. Ambos riendo se alternaban los movimientos rápidos de manos, mostrándome uno y otro sus destrezas con las tasas y la pelotita esquiva. Seguir la pelota resultaba imposible. Encontrarla significaba el cielo, y a veces el infierno, y de vez en cuando ambas cosas. De pronto los dos me piden que elija la taza de metal donde yo creía debía estar la pelotita. Dudando señalé la taza del medio. Cuando la levantaron, la pelotita no estaba. Se rieron a carcajadas. Me había timado como a ellos la fama, que a fin de cuentas, es puro cuento.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, martes 6.10.2015, hora 08.05

Sobre el autor
Daniel Supervielle es periodista, analista político y profesor universitario. En sus tiempos libres escribe novelas de ficción.

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