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Foto: "Uruguay, la Suiza de America". Crédito: Montevideoantiguo.net

Por Marcelo Estefanell ///

Hoy voy a referirme a los clichés, a esas frases reiteradas que pretenden describir una realidad con pocas palabras: “Uruguay, Suiza de América” es un ejemplo de tantos. “El siglo de oro español” es otro ejemplo que si bien refiere a un tiempo lejano, igual lleva a distorsiones y a engaños. Si nos detenemos en los orígenes de estas expresiones e indagamos un poco, la realidad se muestra compleja, contradictoria e incierta.

Ese período de la historia española que abarca desde el descubrimiento de América (1492) hasta la muerte de Calderón de la Barca (1681), estuvo, sin duda, signado por grandes poetas, por dramaturgos geniales y novelistas pioneros, por pintores extraordinarios y navegantes señeros, pero fue un habitante del siglo XVIII a quien se le ocurrió llamarlo “Siglo de Oro” casi 100 años después de terminado el período. Y este “ocurrente” señor se llamó Luis José Velázquez, Marqués de Valdeflores (1722/1772).

Ahora bien, basta repasar el testimonio de Miguel de Cervantes para comprobar que en toda su obra define a su tiempo como la “Edad de Hierro”, y a la “Edad Dorada” la ubica en un pasado muy remoto, “cuando no existía lo tuyo y lo mío”, según le hace decir al Quijote, mientras comparte una frugal cena con humildes cabreros. Por otra parte, si con razón los Austrias se jactaban de que en su imperio nunca se ocultaba el sol, pocas veces se mencionan las crisis económicas de sus reinados causadas por las enormes deudas que contrajo Carlos V; y menos se habla de la quiebra de la Corona y la cesación de pagos decretada por su hijo Felipe II, en 1576. Crisis que produjeron inflación, miseria y hambre como todas. Tampoco se menciona la expulsión del los judíos por parte de los reyes católicos y, menos aun, la de los últimos moros —más de 350 mil— en los años que Lopez de Vega estrenaba sus famosos dramas y Cervantes estaba escribiendo sus novelas ejemplares. Para peor, la epidemia de cólera que asoló a España a fines del siglo XVII, acentuó los padecimientos de un pueblo que perdió la tercera parte de sus habitantes en pocos años.

En la década del 20 del siglo pasado, José Batlle y Ordoñez y algunos de sus seguidores, se encargaron de difundir el concepto de “Uruguay, Suiza de América”, frase extraída del artículo de un periodista norteamericano de cuyo nombre no tengo registro. Es más, desde las páginas del diario El Día se usaron otras comparaciones similares, como “Montevideo, la Atenas del Plata” e, incluso, nuestro país llegó a ser denominado “La Francia latinoamericana”.

Décadas más tarde, bajo la presidencia de Luis Batlle, en el marco del Maracanazo y la bonanza económica como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, primero, y la guerra de Corea, después, el concepto de “Suiza de América” se replicó hasta el cansancio. En parte, no deja de ser una verdad, dado que en el concierto latinoamericano nuestro país se destacaba por su políticas sociales y laborales desde tiempo atrás, por el sufragio universal y por la ley de divorcio por la sola voluntad de la mujer.

Aquél Montevideo de rambla de granito, amplias avenidas y aspecto de capital europea, lograba disimular otras realidades inhumanas, resabios de un feudalismo fuera de tiempo, pero eficaz a la hora de concretar grados de explotación que en nada se parecían a la Suiza tan mentada. Aquel Uruguay campesino con sus bolsones de pobreza aguda, donde para un trabajador arrocero —o para un “Peludo” de Bella Unión— era normal realizar sus duras tareas de sol a sol, vivir en aripucas, en ranchos precarios y, encima, cobrar su salario con un cartón sellado con el cual solo podía adquirir sus alimentos, la yerba y el tabaco, en el almacén del patrón, no existía para los grandes medios de comunicación de la época. Aquel Uruguay primitivo y retrógrado, lejano de la capital, olvidado por la mayoría de los intelectuales y los políticos  de entonces, se escondía en la “Suiza de América”.

Por eso es necesario desconfiar de los clichés, de las frases hechas. Las realidades suelen ser más complejas de los que pensamos y mucho más simples de lo que imaginamos. Y profundizar en ellas se vuelve imprescindible siempre y cuando se quiera avanzar en el conocimiento y comprender el mundo que nos rodea.

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Marcelo Estefanell es escritor, apasionado de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Fue encargado de informática del semanario Búsqueda durante varios años, ha sido columnista de EnPerspectiva.net y ha participado como invitado en las Tertulias.
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