Días de coronavirus

España: fase 0,5

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Por Helena Corbellini ///

Hola, amigos En Perspectiva. Soy Helena Corbellini y les cuento que en España vamos por el descenso de la curva de la pandemia, un motivo de alegría que suena macabro: “Qué suerte, en vez de 1.083 muertos, hoy hubo 964”, y así día tras día.

Esto no es lineal, hoy la preocupación resurge porque otra vez pasamos los 200. Cabría reflexionar sobre esta desescalada que empezó cuando el gobierno nacional permitió salir a los niños bajo severas restricciones y de la mano de un único progenitor. Temo que acá desconocen teorías como las de Freud, pero es seguro que los padres teniendo encerrados en casa a sus chicos las 24 horas, darían indicios de locura; los atarían a las sillas frente a los televisores, con las bocas llenas de chocolate, para ellos correr frenéticamente sobre las cintas de caminar compradas online.

La propia alcaldesa de Barcelona encabezó el ruego: es madre de dos. Yo veía desde mi balcón las hamacas, toboganes, calesitas vacías y qué sensación triste me daba: era como un mar sin peces ni moluscos. El ministro de Salud se apiadó en el noticiero. Y de inmediato, la piedad aumentó también en forma exponencial: nos permitieron salir a los adultos, aunque sometidos a una cuidadosa franja horaria para evitar contactos y aglomeraciones.

Tengo a Lei, los perros siempre estuvieron autorizados por sus necesidades fisiológicas. Me costó, pero al fin armé el rompecabezas de los nuevos horarios. ¡Y podíamos alejarnos hasta un kilómetro! Qué avance en materia de libertad de piernas. Los mayores de 14 a 69 años podemos salir de 6 de la mañana a 10 o
de 20 a 23. Soy matutina, pero sin sacrificios. Apunté: de 8 a 10. También podría salir acompañada por mi cohabitante y no sola. Pero el horario para mayores de 70, es de 10 a 12 o de 19 a 20. “No podés salir conmigo, pero puedo ser tu cuidadora al atardecer, porque los ancianos tienen otro horario”, le dije a mi marido. “Yo no soy un anciano”, se indignó.

Para los niños quedó la franja de 12 a 19, para que tomaran bastante sol. Cuando me dispuse a hacer uso de tanta feliz movilidad, pasamos a la fase 0 en todo el país. Esta incluyó la apertura de peluquerías y comercios, donde los clientes entrasen de a uno, y de restaurantes que funcionaran como deliveyrs. Comenzaba la fase 0 y las autonomías reclamaban la 1, por qué no la 2 y rápido a la 3, hala, que vengan los turistas.

En esta última semana, solamente he bajado a la calle dos veces. Una para ir a Cal Angel por galletas sin gluten y un cava. Tuve que circular de perfil entre las góndolas estrechas, mientras la gente tocaba un producto, lo dejaba, tocaba otro. En la caja, quise mantener la distancia social de dos metros, pero entonces los clientes me pasaban por delante. “Hey”, protesté, “le toca a la señora”, se resignó el patrón.

La segunda vez que probé salir, me calcé en la escalera los championes que solo uso en la calle, me puse guantes y mascarilla reutilizables, cargué la mochila con alcohol en gel y bolsitas para las heces. Bajo la plena luz de primavera por el Jardín Juli Garreta me cruzó una manada de adolescentes en bici, frenaron para secarse el sudor, palmearse amistosamente, y compartir sus caramañolas. Excusé una insensatez propia de la juventud, pero tras ellos trotaban tres señoras suculentas, vestidas con calzas pero sin tapabocas y conversando al volumen natural de aquí: “Pero qué dices, cariño”. Podía ver los gérmenes volar. Se acercaban a mísin desplazar ni sus nalgas ni sus voces. Me aseguré la mascarilla sobre la nariz y además aguanté la respiración. “Por aquí no, Lei”, y rauda, crucé la avenida Colombo.

Estaba metida en un juego de playstation saltando de un mortífago a otro: delante de mí dos hombres fumaban y escupían en el Paseo Marítimo.

Corrí para llegar a casa, pero entre los canteros de rosas brotó una docena de futboleros pegajosos, una madre les alcanzaba la misma botella de agua a cada boca jadeante.

Retrocedí de un salto y me apabulló un bocinazo, “estoy en la cebra” grité, pero el sujeto que sí llevaba mascarilla aunque iba solo dentro del coche, gritó “qué haces, coño” me esquivó y siguió la marcha a una velocidad de fórmula uno.

Cerré la puerta de casa y me lancé vestida a la ducha: “Querido, mejor seguimos confinados”, y mi marido, que es médico, está de acuerdo.

***
Para el espacio
Voces en la cuarentena de En Perspectiva

Foto: Un hombre camina frente a la catedral de Barcelona durante el proceso de desconfinamiento. Crédito: Luis Gene / AFP

Podés seguirnos en las redes sociales de Radiomundo, en Facebook, en Twitter y en Instagram.

Comentarios