Tiene La Palabra

Los fachos las prefieren rubias

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por Rafael Mandressi ///

La hija acaba de matar al padre. No es una noticia policial. La muerte del padre no es física sino metafórica. El parricidio en cuestión, simbólico, ocurrió en Francia hace algunos días. Fue tapa de diarios y revistas, fue ampliamente cubierto por los noticieros de televisión y radio, fue incluso objeto de análisis de muchos comentaristas públicos de la vida política francesa. Política, sí, porque se trató de un ajusticiamiento partidario, dentro de un partido que tiene la característica de ser una empresa familiar o una dinastía, como se prefiera. Ese partido es el Frente Nacional, la hija es Marine Le Pen, y el padre es el viejo líder de la ultraderecha francesa, Jean-Marie Le Pen.

No vale mucho la pena entrar en detalles sobre la organización interna del Frente Nacional. Alcanza con decir que Jean-Marie fue su fundador en los años setenta y su presidente hasta 2011, cuando le traspasó el poder a su hija Marine y pasó a ser presidente de honor del partido, un cargo creado para él en esa oportunidad. Desde que Marine asumió el mando, el Frente Nacional ha crecido electoralmente, por lo menos en porcentaje de los votos emitidos, ya que al mismo tiempo también ha crecido la abstención. En otras palabras, en Francia cada vez vota menos gente, y una parte cada vez más grande de los que votan lo hace por el Frente Nacional. La cantidad de votos a la ultraderecha no es mucho mayor que antes, pero pesa más.

Una de las explicaciones comúnmente aceptadas de ese crecimiento es que la estrategia de Marine Le Pen, consistente en limpiar la fachada del partido y eliminar la escoria antisemita y racista más visible tuvo éxito. Admitamos que esa estrategia puede explicar en parte el 25% de los votos que el Frente Nacional obtuvo, por ejemplo, en las elecciones al Parlamento Europeo de hace un año. Personalmente, tengo mis dudas. Lo que sí parece claro es que al viejo Le Pen esa estrategia no le sienta, y que decidió bombardearla con declaraciones en su clásico estilo: las cámaras de gas son un “detalle” de la segunda guerra mundial, la ocupación nazi de Francia “no fue tan inhumana” como se dice, o habría que “hornear” al cantante Patrick Bruel, judío para más datos, y otras bellezas por el estilo.

Resultado: la hija y sus lugartenientes decidieron eliminar al viejo Jean-Marie, suspendiéndolo del partido y proponiendo que se lo destituya de su cargo de presidente de honor. Drama político-familiar que la indecencia y la incultura de los medios no dudó en asimilar a una tragedia shakesperiana. El asunto es más tristemente banal: se comenta el sainete como si se tratara de un episodio de profundo contenido ideológico cuando lo que está en juego es una mera disputa por el poder partidario. Mientras tanto, las tesis de la ultraderecha siguen siendo las mismas de siempre, a pesar del maquillaje: rechazo a los extranjeros, restablecimiento de la pena de muerte, combate contra la presunta “islamización” de la sociedad, cierre de fronteras y salida de la Unión Europea, ultra-liberalismo económico hacia adentro y proteccionismo cerril hacia afuera.

No son tesis que promueva solamente el Frente Nacional francés. Cada país europeo tiene sus Le Pen, y a todos les va mejor que antes, y si no que lo diga el señor Nigel Farage, cabeza visible del “partido de la independencia” (UKIP) en el Reino Unido. Algunos han llegado incluso al gobierno, solos como en Hungría o en coaliciones con la derecha que los ingenuos llaman “clásica”, como en Austria o en la Italia de Berlusconi. Desde hace algún tiempo un eufemismo se ha puesto de moda para designar a estos buenos muchachos: son “populistas”. Trágico lapsus de la ciencia política de salón, que les regala la referencia al pueblo. Trágica también la complicidad de la derecha europea que endurece su discurso para retener a sus electores tentados por las sirenas del odio. Trágica, por último, la imbecilidad de la izquierda, que en Europa parece haber decidido que el pueblo huele mal. A este paso, el “detalle” de la historia terminará siendo, al fin y al cabo, Jean-Marie Le Pen. Su hija, y su nieta, que ya está en las gateras, completarán el trabajo.

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