Tiene La Palabra

Nosotros y los miedos

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por Rafael Mandressi

A veces el azar pega fuerte. Como seguramente se recordará, el 7 de enero pasado las ametralladoras de dos asesinos decididos a vengar al profeta Mahoma diezmaron la redacción parisina del semanario satírico Charlie Hebdo. Ese mismo día estaba previsto el lanzamiento en librerías de Sumisión, la última novela del escritor Michel Houellebecq.

Houellebecq, que no es precisamente políticamente correcto y gusta de presentarse como un escritor maldito, está acostumbrado a que sus obras generen polémica. Seguramente no le disgusta. Tampoco a su editor, por cierto, ya que la controversia ayuda a vender. En este caso, sin embargo, las cosas fueron más lejos que de costumbre.

“Sumisión” es una de las traducciones posibles de “Islam”, y la historia que narra Houellebecq en su novela tiene una materia prima muy simple y a la vez muy venenosa: el miedo. El miedo al Islam, el miedo a los musulmanes, el miedo a la irracionalidad violenta, el miedo a la decadencia de Occidente, el miedo a perder los rasgos principales de una identidad presuntamente amenazada, el miedo a la sumisión.

Houellebecq imagina Francia en el año 2022, año de elecciones presidenciales. El país está al borde de la guerra civil, los enfrentamientos armados entre hordas de extrema derecha y grupos musulmanes extremistas se multiplican en las calles, y un nuevo partido político, La Fraternidad musulmana, presenta un candidato que logra pasar a la segunda vuelta. Su rival en el intento de alcanzar la presidencia no es imaginaria: se trata de Marine Le Pen, es decir de la candidata del Frente Nacional. Un partido islámico versus la ultraderecha. La pesadilla a la vuelta de la esquina.

El ganador de la elección es Mohammed Ben Abbes, líder carismático del partido musulmán, que se convierte así en presidente de la República francesa. Bajo su mandato, las cosas parecen mejorar: la sociedad se pacifica, el desempleo disminuye, el partido de la Fraternidad musulmana preconiza un islam político moderado. Tanto que el nuevo presidente designa como primer ministro a un conocido dirigente de raíz democristiana. Aun así, se legaliza la poligamia, las mujeres pierden el derecho a trabajar, y las universidades, privatizadas, sólo pueden reclutar profesores de confesión musulmana. En síntesis, en 2022 Francia se convierte en algo bastante parecido a Turquía.

Es sólo una novela, se dirá con razón. Ese futuro cercano descrito por Houellebecq es una ficción, y su realización es más que improbable. Sorprende, por lo tanto, que muchos en Francia le atribuyan un carácter premonitorio. Sorprende también que cause horror pensar en un país gobernado por una fuerza política confesional; después de todo, las democracias cristianas han gobernado en Europa durante décadas.

Sería un error, sin embargo, sorprenderse demasiado. Después de todo, aunque la novela de Houellebecq sea una ficción, los miedos que azuza son reales. No se trata de Francia en 2022, sino de Francia hoy. El editor puede dormir tranquilo: como siempre, Houellebecq va a vender mucho.

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