Días de coronavirus

Pensar, razonar, remedio inefable

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Por Rafael Courtoisie ///

Poder y pensamiento son contiguos por oposición, son vectores contrarios, encontrados en su vértice. Desde siempre, el poder regula y disciplina el pensamiento para controlar el discurso.

Pero no hay poder sin discurso, no hay poder ayuno de algún tipo de articulación discursiva, pero para eso el ejercicio del poder debe vigilar el pensamiento, debe articular un discurso que limite esa indefinición peligrosa y ese espacio incontrolable de libertad que conlleva pensar.

La peste es, también, un discurso.

El discurso de la peste logra disminuir, controlar, encauzar, dirigir, modificar, alterar, diluir, contaminar, limitar el campo de acción, el cauce y el torrente del pensamiento.

El discurso de la peste es articulado por el poder y pensar conlleva el riesgo de descalabro de esa articulación. La producción de un otro discurso de la peste fuera del dominante proveniente del poder es riesgosa para el poder.

El poder se dice, no se desdice.

En cambio el pensar fuera del poder implica el planteo de una contradicción, de un decir y desdecir, de la cadena de conocimiento resultante de afirmar y de superar lo afirmado en una locución posterior, de modo que la cadena de afirmaciones despliegue una cadena de interpretaciones abierta, libre, creadora.

El poder requiere hechos. Los hechos son estáticos, se fijan en el discurso del poder.

El pensar articula interpretaciones que se suceden, que no se fijan en el discurso. La cadena cognitiva de interpretaciones se aleja de la cadena axiomática de hechos formulados en el discurso del poder.

Pensar la peste fuera del discurso que articula el poder es comenzar a sanar.

El virus puede curarse por acción del sistema inmunológico. La peste, como fenómeno cultural social, comienza a disiparse con la interpretación.

La cura del virus es biológica.

La vacuna de la peste es pensar.

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Para el espacio Voces en la cuarentena de En Perspectiva

 

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