Editorial

Sanar juntos

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Por Alejandro Sciarra ///

Cuando la muerte se lleva a un ser querido, necesitamos tener la certeza de que esa persona ha dejado de existir mundanamente y que no la volveremos a ver. Solo así podremos hacer nuestro duelo y aprender a vivir con esa ausencia.

Sin la prueba fiel de nuestra pérdida, entonces no podremos siquiera cumplir el primer paso del duelo, ese de aceptar el fallecimiento.

Hoy, pasados dos días de una nueva Marcha del Silencio, casi que repetiré las palabras que hace un año expresé para otro medio.

Aunque estoy convencido de que es un hecho que merece respeto y silencio, me gustaría dejar un pequeño mensaje.

La marcha del silencio recuerda a los que murieron injustamente y a aquellos que forzosamente desaparecidos, jamás volvieron a casa. Es una marcha que mezcla recuerdo, dolor y hasta la esperanza de volver a verlos algún día.

Difícil es ponerse en los zapatos de quienes no encuentran a un amigo, un hijo, una hija, a su padre, a su madre, a un hermano o hermana.

Hay quienes reclaman que en la marcha del silencio se recuerda únicamente a los detenidos desaparecidos en manos del terrorismo de Estado. Creo que todo aquel que tenga un ser querido desaparecido o muerto en la dictadura, a manos de quien sea, cuenta con ese espacio para hacerse presente, recordarlo o reclamar que se eche luz sobre cuál fue su destino. Cada quien recuerda a quien necesita y extraña en su vida. Algunos incluso, participan solamente en solidaridad con otros. Nadie juzga a nadie.

La consigna de “ni olvido ni perdón”, es también atendible o comprensible. Nadie pide que se olvide, ni nadie debe olvidar a quienes se arrebató cobardemente la vida. Se puede perdonar sin tener identificada a una persona. Pero qué difícil es perdonar cuando no sabemos ni siquiera qué es lo que estamos perdonando, qué fue lo que ocurrió.

La dilucidación de la verdad y el juicio a los responsables es fundamental. Por un lado, para cerrar las heridas sangrantes de quienes aún buscan a sus seres queridos. Sí; sea cual sea el resultado, verán eternamente la cicatriz, pero podrán aprender a vivir con la verdad. Y segundo, porque la justicia, aún cuando no traerá de nuevo a los que no están, podrá quizá, traer el perdón y la reconciliación de algunos. Podrá quizá, unir a la sociedad uruguaya para nunca más cometer los horrores del pasado, que manchan aún nuestro presente.

Para unirnos como sociedad es importante ponernos en los pies del otro, aceptar que somos distintos, que extrañamos distinto, que esperamos distinto, que soñamos distinto. Y saber que aquel que perdió a un ser amado y aún no sabe dónde está, o qué le pasó; que no pudo volver a abrazarlo o darle sepultura, entonces jamás podrá unirse al camino de quienes quieren dejar atrás esa época negra y mirar hacia adelante.

La incertidumbre bloquea, frena, obstaculiza. Necesitamos la verdad para emprender un camino común como sociedad. Quizá no se trate ya de los desaparecidos ni de los captores, sino del derecho humano de sus familiares y amigos de poder aprender a vivir con la verdad y poder dejar de mirar hacia atrás y ver borroso. Tener la certeza de lo que ocurrió en el pasado les dará paz. ¿Acaso no es paz lo que todos queremos?

Seguramente habrá quienes vean una oportunidad político partidaria en este sentir. Siempre los habrá. Una marcha que reúnes tantos miles de personas es siempre una oportunidad para los irrespetuosos, de trazar una línea ideológica. Ignorarlos y unirnos al sentir sincero de quienes viven en la incertidumbre de no saber qué fue de la vida de su mamá, su papá, sus hermanos, es crecer. No ya crecer como sociedad, sino crecer como seres humanos que aprecian la vida.

Seguramente habrá quienes vayan a esta marcha con odio. Un odio a veces hasta impersonal, pero cimentado en el despojo de lo más querido. Si nos importa verdaderamente sanar como sociedad, es por ellos que hay que buscar la verdad. Puede que el odio demore en sanar. Pero tarde o temprano, con la verdad del pasado en la mano, podrá ver en el presente una sociedad que la acompañó, sufrió con ella y la ayudó a sanar.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 15.05.2019

Alejandro Sciarra es abogado de formación, pero a los 30 años dio un giro hacia la psicología positiva aplicada al ámbito educativo y empresarial. Desde los 18 años participa en política, integró en más de una oportunidad La Tertulia de En Perspectiva, es colaborador del Semanario Voces y en Radio Oriental. Desde hace un año está radicado en Italia con su esposa, desde donde sigue de cerca la realidad política y social uruguaya y europea.

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