Editorial

Trabajo que te quiero nuevo

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

Hace algunos días, en una nueva muestra de la compulsión reguladora tradicional en Uruguay, el Gobierno presentó ante la OIT la idea de regular el trabajo por internet. Regular en internet. La combinación de palabras es incluso improbable pues, internet es por definición, para bien y para mal de personas, gobiernos y Estados, un mundo en el que la única ley es la libertad. Las únicas restricciones se imponen a quienes utilizan la red de redes para cometer delitos, que pueden ser perseguidos con más o menos éxito, al igual que en la vida diaria fuera del mundo digital.

Lo cierto es que a partir de una mirada anacrónica que parece ignorar los cambios que se procesan en el mercado laboral en todo el mundo, Uruguay llevó su propuesta de regular el trabajo por internet a la Organización Internacional del Trabajo. El argumento principal para sostener tal idea es que se necesita una regulación internacional pues el trabajo online parece ser “un gran portal de escape a la formalización”. Las expresiones, tomadas del diario El Observador, pertenecen al subsecretario de Trabajo Nelson Loustaunau, encargado de presentar la iniciativa uruguaya al mundo.

En Uruguay, todo debe regularse. Parece que nada puede funcionar si no hay una norma que establezca los cómos y por qués. Y el Estado al que todo se le pide, de todo pretende ocuparse, una verdadera quimera que deriva en grandes ineficiencias. En Uruguay, existen corralitos mutuales que limitan nuestra libertad de opción en el cuidado de nuestra salud en beneficio de empresas privadas. En Uruguay también existe un corralito bancario similar para las cuentas de sueldo por la ley de inclusión financiera. En Uruguay, los legisladores quieren regular la publicidad de bebidas alcohólicas. Y la Junta Departamental de Montevideo hasta llegó a prohibir que haya saleros en las mesas de los restaurantes.

Para cualquiera que lo vea desde afuera, es tragicómico. Es la vieja idea del Estado tutelando al ciudadano como si no fuera capaz de decidir por sí mismo. Ahora, el blanco es el trabajo online al que pretende llegar la mano salvadora –y recaudadora– del Estado paternalista que hemos creado, el mismo que, entre otros, no sabe cómo regular a una empresa que ofrece un servicio tangible como Uber, que se le escapa como arena entre los dedos.

Es verdad que el trabajo online no fiscalizado implica per se una diferencia entre trabajadores: unos aportan y otros aportan si quieren. Pero tal vez llegó la hora de entender que el mundo está cambiando rápido, que el mercado de trabajo muta porque la tecnología lo permite, crea demandas y necesidades específicas, y que de ahora en más habrá que tener una mirada abierta, que acepte que no todo es pasible de ser enmarcado en normas generales. Con la realidad no se puede e internet lo demuestra cada día.

La propuesta uruguaya es en vano. No prosperará. Ni deberíamos pretender que prospere ante el riesgo de que quienes desde Uruguay trabajan via internet para el mundo, sean reemplazados por trabajadores de otros mercados menos regulados, con leyes más flexibles y adaptables, con un perjuicio evidente para el país pues estos uruguayos gastan lo que ganan aquí.

Lejos de defender la informalidad, estas líneas son apenas un llamado a la reflexión: no se puede mirar el siglo XXI con estructuras mentales y un enfoque normativo del siglo pasado. En un análisis publicado recientemente, el estudio especializado Vargas Abogados, que asesora a la Cámara Uruguaya de Tecnologías de Información, se preguntaba “si resulta conveniente y positivo legislar expresamente los nuevos modelos de negocios que se sustentan en desarrollos tecnológicos, o no”.

El año pasado Vincent Cerf, uno de los creadores de internet, en una entrevista con el diario El País sostuvo que los gobiernos ganarían dándole a los ciudadanos más educación y más información para que esos ciudadanos tengan más libertad a la hora de tomar decisiones, en lugar de empeñarse en regular la red de redes.

Y es que en internet, regular no es un camino realista pues no es posible hacerlo caso por caso, y la velocidad del cambio supera a la capacidad del legislador. Tampoco es positivo. Más bien es ir a contramano del mundo y autolimitarnos. Es reducir el alcance de una herramienta de expansión cultural y económica formidable, que ha agrandado el pequeño mercado de trabajo de Uruguay hacia afuera, y ha permitido que muchos uruguayos vivan hoy aquí, haciendo lo que les gusta, sin los límites que impone la dimensión del país.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 15.06.2016

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Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.

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