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"Je Suis, I Am, Yo Soy": Exposición del fotógrafo Armando Sartorotti muestra los rostros de mujeres víctimas de violación en la guerra en el Congo

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EC —¿Estamos hablando de violaciones que llevan adelante tanto las fuerzas irregulares como las regulares?

AS —Totalmente.

EC —Los enfrentamientos son entre el Ejército, guerrillas, grupos paramilitares…

AS —Exacto. El este del Congo es bastante particular porque ahí se enfrentan, por lo menos, diez grupos guerrilleros diferentes que si bien tienen como enunciado ser grupos de autodefensa o con una fundamentación política, esconden la búsqueda del control de la minería de la región, de la extracción y distribución clandestina, de contrabando, de lo que se obtiene de esa minería, que es el famoso mineral coltán, dentro del cual hay tantalio, que es un metal pesado que se utiliza para la fabricación de las baterías de nuestros celulares. El motivo de los enfrentamientos es ese y lo que termina sucediendo es que en el juego de esos enfrentamientos la población civil queda como rehén. Cuando eso sucede la ONU interviene y lo que hace es extraer a esa gente del lugar donde vive, por riesgo de vida, y formar campos de refugiados

EC —¿Y qué relación tiene, a su vez, este centro con los campos de refugiados?, ¿cómo trabajan?

AS —El tema con los campos de refugiados es que cuando termina el conflicto en la zona la ONU, que no puede sostenerlos indefinidamente, le dice a esa población que el campo se va a desarmar y que los puede llevar nuevamente a sus casas. Y la gente dice: “No, me quedo en el campo de refugiados”. Cuando se quedan ahí lo hacen prácticamente sin sostén, sin soporte, y en esos campos de refugiados no hay leyes que sean respetadas. En esas condiciones muchas veces muchas mujeres son violadas. Estas mujeres son rescatadas de esos campos de refugiados en esas condiciones.

EC —O sea, otra situación más, otra posibilidad más de violación.

AS —Exactamente.

EC —Un centro como este en realidad, decías, es una gota en el océano, ¿no?

AS —Totalmente.

EC —Es la iniciativa de una monja de origen colombiano…

AS —Sí, una monja misionera, Georgette Posadas, hija de un ingeniero ferroviario de clase media en el pueblo donde vivían, con ocho hermanos, que cuando tenía cinco años la madre la vivía rezongando porque cuando veía a un niño pobre en la calle se sacaba sus zapatos y se los daba.

EC —Ya tenía clarísima su vocación.

AS —Exactamente.

EC —¿Y qué es? Este centro a las mujeres víctimas de violación que alberga, ¿qué les da?

AS —Este centro aspira a ser de tránsito, les enseña a trabajar en máquinas de coser y otros oficios, mínimos, que puedan ser aprendidos dentro del hogar -porque además hay un tema de protección de esas mujeres- para que ellas en un año o un año y medio puedan llegar a emanciparse. De hecho ahora la mitad de las mujeres que yo fotografié ya no están más en el centro, ya salieron por diferentes motivos, muchas de ellas emancipándose gracias a las habilidades aprendidas dentro del centro. Fundamentalmente el centro, además de tratar de que ellas sean independientes, trata de devolverles su autoestima, su orgullo por su condición de mujer, de ser humano, de madre.

EC —Están con sus hijos, que son frutos de esas violaciones.

AS —La parte más difícil para el hogar es hacer que esas mujeres acepten a estos niños, porque muchas veces en sus rostros ven la cara de sus violadores. No es una tarea fácil, pero es una de las más importantes que tiene el centro para hacer con ellas.

EC —Además hay huérfanos.

AS —Además había 15 huérfanos de guerra cuando yo estuve. Siempre hablo en pasado porque uno cuando va al Congo se da cuenta de que la realidad es una cosa absolutamente dinámica, ellos viven mucho el día a día y disfrutan mucho de las pequeñas cosas que puedan conquistar en ese día, por más que arrastren una carga enorme, gigantesca, monstruosa, sobre sus hombros. Estoy seguro de que dentro de esa dinámica esos niños ya han ido evolucionando hacia otras situaciones, espero que todas mejores, y lo mismo estas mujeres.

Esos niños también han sido rescatados de los campos de refugiados. Son huérfanos de guerra, niños que al morir sus  padres quedaban abandonados dentro de los campos de refugiados y prácticamente eran lo que son para nosotros los perros acá, las mascotas de los campos. Con suerte, de noche alguien los cubría o los metía en alguna carpa, pero estaban viviendo en las calles de los campos, y hablamos de niños de uno, dos, tres, cuatro años. Algunas niñas… incluso, hay una niña en particular que está en mis fotos sin leyenda ni nada, pero que uno puede intuir cuando ve la foto, que tiene seis años, fue violada cuanto tenía tres y tuvieron que reconstruirle los órganos. Es una de las niñas que está alojada allí en el hogar.

EC —En ese centro, además, una vez por semana, los sábados, reciben a otras mujeres. ¿De qué se trata esa otra actividad?

AS —Reciben a unas 100 mujeres -en promedio porque no se pasa lista en ese lugar, es una convocatoria abierta- que vienen de esos campos de refugiados. Ellas tienen una estructura familiar mínima, porque otra cosa a la que el centro propende es a reunificar a las familias, tratar de buscar a las familias en diáspora para juntarlas con estas mujeres. Si bien ellas tienen un respaldo familiar en esos campos de refugiados, son mujeres que tienen HIV o sida directamente y que vienen al centro a tomar retrovirales -que esta monja, como una titán femenina logra conseguir-, a comer una comida proteica muy, muy fuerte, y a llevarse algunos kilos de harina para el resto de la semana…

EC —Y a divertirse, también.

AS —Transforman esa instancia en un encuentro ecuménico increíble en el que cambian y bailan durante horas, se ríen, y uno cuando está ahí termina relativizando sus propios problemas, porque a veces nos preocupamos por cosas que no merecerían nuestra preocupación o nuestro tiempo.

EC —Hablemos concretamente de la muestra que está instalada desde comienzos de diciembre en la sala de exposiciones del Ministerio de Transporte y Obras Públicas, en la planta baja, frente a la Plaza Matriz. Yo la recorrí el año pasado, cuando se inauguró, realmente me estremeció, ayer la visitó Ángela Reyes, del equipo de En Perspectiva. Ángela, contanos tus impresiones. En primer lugar, ¿qué viste?

ÁNGELA REYES (AR) —Lo más impactante, lo que uno ve enseguida de entrar en la muestra, es una serie de retratos de cada una de las mujeres del centro con sus hijos. Son retratos donde están ellas sentadas, todas con el mismo encuadre y cada una con su hijo en brazos. De esas imágenes destaco sobre todo las miradas de las mujeres: una cuestión que enseguida me llamó la atención es que todas están mirando hacia la cámara, entonces uno se siente muy interpelado. Por otra parte llaman la atención el contraste con la piel de los colores llamativos que estamos acostumbrados a ver en la vestimenta de las mujeres africanas.

Un detalle que ayer surgió mientras mostraba las fotos a algunas amigas es que uno cuando se imagina a los niños de lugares de extrema pobreza o en situación de guerra lo hace pensando en niños a los que se les nota la mala nutrición, que están como al borde de la muerte o con enfermedades graves, y aquí en realidad las fotos de los bebés son lo que más esperanza da por el estado en el que se encuentran, arropados, muchos de ellos como regordetes.

Esas son algunas de las cosas que se ven en las imágenes de las mujeres, que están acompañadas por pequeños textos en los que cada una, en primera persona, cuenta su historia: “Yo me llamo tanto, tengo tal edad, y esto fue lo que me sucedió”.

El hecho de que estén puestas en serie creo que al espectador le da la sensación de que esta es una historia que se repite hasta el infinito: una atrás de otra violada, repudiada y buscando ayuda.

Después la misma muestra tiene otra serie de fotografías que es de las actividades del día a día en el centro, se puede ver a las mujeres con las máquinas de coser, en esos momentos de baile, lavando la ropa o subiendo un cerro. Son distintas postales de lo que debe ser la vida cotidiana en el centro.

Esto es lo que se puede ver en la muestra, que además es muy accesible, está apenas uno entra al ministerio hacia la derecha, es espaciosa y está abierta hasta las 18.30, o sea que también desde ese punto de vista es muy accesible.

EC —Armando, ¿por qué tomaste la decisión de fotografiar a estas mujeres mirando a la cámara y a todas más o menos en la misma posición?, ¿qué era lo que buscabas?

AS —A mí me llevó un día de convivencia tratar de entender cuál era la situación del hogar y qué era lo que éste aspiraba y pretendía. Lo que me pareció es justamente lo que yo te decía, que lo que está en el fondo de la violación es la cosificación del otro, decir: vos no sos una persona, sos una cosa que está a mi servicio, de la misma forma que está ese tenedor, ese cuchillo o esa olla, sos parte del mobiliario de mi vida. A mí me parecía que era importante la individualidad, rescatar las historias, ellas siempre estaban dispuestas a contar su historia, por muy dolorosa que fuera…

EC —¿Y estuvieron dispuestas tan fácilmente a esto otro, a lo de la foto, a posar de esa forma y que después sus rostros recorrieran el mundo?

AS —Y ellas además las vieron, a medida que iba sacando las fotos las iba imprimiendo y se las iba llevando. Ellas tuvieron sus fotos al otro día de haber sido sacadas cada una.

EC —¿Y aceptaron fácil el planteo?

AS —Yo no sé si fácil o difícil, ninguna titubeó ni se negó. En todo momento traté de lograr la confianza de todo el grupo y que entendieran qué era lo que yo quería hacer. A medida que iba sacando las fotos y las llevaba creo que estaba reafirmando lo que estaba queriendo hacer, esto fue un proceso. Muchas veces en fotoperiodismo, sobre todo en zonas de guerra, los fotógrafos van, sacan sus fotos y a medida que las están sacando están pensando en el premio que pueden  llegar a ganar con esa foto. Eso los deshumaniza, pone a su cámara como un intermediario real entre la realidad y ellos. A mí no me interesaba eso sino un cierto compromiso con esta realidad, por lo menos, a pesar de que el periodismo nos dice que no me importaba eso. Creo que ellas en cierta forma lo terminaron entendiendo y el resultado es este.

EC —Hay actitudes diferentes, ¿no? Hay algunas que lucen más distendidas, otras notoriamente todavía golpeadas por el dolor, y también hasta hay algunos gestos desafiantes.

AS —Totalmente, sí. Hay una de las madres que está amamantando a su hijo cuya mirada es absolutamente desafiante. Después hay unas miradas que tienen una tristeza profunda, muy, muy profunda.

Volviendo un poquito a lo que vos decías de cómo fue que ellas terminaron aceptando. Cuando yo volví, al mes, la monja me pidió que con los videos y las fotos que tenía le hiciera al centro un video para presentar en el Vaticano. Yo armé ese video y se los envié casi un año antes de que la exposición estuviera colgada. También hubo devolución, tanta que María, esa muchacha que mira con una tristeza profunda, que pasó por unas cosas terribles que no voy a contar acá, porque lindan con lo obsceno… María no aceptaba a su hijo cuando yo me vine, dos meses después la monja me dijo que iban a bautizar al hijo ese sábado, aprovechando la fiesta de los sábados, que iba a ser una fiesta y que María había decidido ponerle Armando. Eso yo creo que un poco responde a la pregunta general de cómo ellas me aceptaron, a mí y al trabajo que yo estaba haciendo.

EC —Algunos oyentes pueden decir: Es una realidad durísima pero totalmente lejana, ocurre en la República Democrática del Congo, ¿qué sentido tiene que vaya a verla y amargarme con esas historias?

AS —Mi intención con la exposición, con esa devolución que yo hago, ese intento mínimo y lejano de devolución de la aceptación y la apreciación de sí mismas de todas estas mujeres, en general la pensé como un: “Vamo’ arriba”, honestamente.

La violación en este caso es una cosa lejana pero está a la vuelta de la esquina. El abuso físico y no físico hacia la mujer, su cosificación, si bien nosotros pensamos que somos muy civilizados, es algo que convive con nosotros, está a la vuelta de la esquina, y muchas veces nos quedamos en silencio. A veces necesitamos viajar lejos para también entender y pensar que nuestros problemas son universales y así como podemos ver los problemas de otros también deberíamos saber entender y aceptar que tenemos nuestros propios problemas al respecto, y tratar de solucionarlos.

EC —Además la exposición funciona como un llamador porque esta institución, el Centro Tulizeni, recibe donaciones…

AS —Sí, recibe donaciones. Al final del video están los datos como para poder colaborar con el centro. En la muestra, al final del recorrido, también puse esa información (N.de R: Para ponerse en contacto con el Centro Tulizeni recomendamos escribir a la casilla de correo es: [email protected]).

Fotogalería
“Je suis, I am, Yo Soy”, fotografías de Armando Sartorotti

Nota relacionada
Muestra "Más allá del deber": un retrato del "granito de arena" de los cascos azules uruguayos en las misiones de paz, En Perspectiva, 19.06.2013

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Transcripción: Andrea Martínez

Foto en Home: Fotografía de la muestra “Je suis, I  am, Yo soy”, del fotógrafo Armando Sartorotti. Crédito: Armando Sartorotti.

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