EnPerspectiva.uy

Entrevista central, jueves 11 de noviembre: Maricruz MaGowan

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

EC —También se ha insistido en estas horas en cómo permeó el discurso de Donald Trump en un sector importante de la población de Estados Unidos, los “blancos olvidados”. Por ejemplo, Thomas Frank, de The Guardian, decía hace ya algunos meses, buscando las claves del éxito de Trump cuando aún estaba compitiendo en la interna republicana, que en sus discursos –más allá de términos y temas que llamaron mucho la atención por lo chocantes– siempre había un tiempo importante dedicado a la crítica de los tratados de comercio firmados por Estados Unidos que han derivado en la pérdida de millones de puestos de trabajo porque algunas empresas norteamericanas relocalizan sus fábricas y oficinas en otros lugares, al cuestionamiento a las compañías estadounidenses que toman esas decisiones. Frank decía que esa parte del discurso de Trump podría calificarse como “de izquierda” y que debió haber sido sostenida por el Partido Demócrata, pero no estaba en la agenda de Hillary Clinton, los demócratas abandonaron a esos trabajadores. ¿Usted tiene esa misma lectura?

MM —En muchos sentidos. Yo he vivido acá, en un tiempo hace bastantes años incluso trabajaba con la industria del acero, en Pensilvania, y vi cómo esa industria literalmente desapareció frente a mis ojos. Con tanta regulación y con impuestos tan caros, tuvieron que cerrar sus plantas y todos esos trabajadores se quedaron desempleados. Y se empezó a importar acero de China, porque de alguna manera uno tiene que seguir usando el acero para construir y de algún lugar había que importarlo. Pero eso no fue solamente en la industria del acero, fue en casi todas las industrias.

No se puede tener unos impuestos –los más altos ahora de los países desarrollados– de 39 % y competir con otros países como Irlanda, como Singapur, que o no tienen impuestos o tienen impuestos bajísimos, de 5 %, 10 %, no más de 15 %. Lógicamente, si uno es un empresario, va a preferir pagar nada a pagar 39 %. Y eso unido a que los salarios en otros países son más bajos. Pero creo que aun con los salarios se quedarían acá porque aquí hay estabilidad económica, y un empresario sabe que pone una empresa y nadie se la va a quitar, como pasa en algunos países con tendencia socialista, que los empresarios van, ponen su empresa y luego el Estado se apodera de ella, la nacionaliza. Eso no se ve en Estados Unidos y es muy bueno, pero con unos impuestos de 39 % es como para salir corriendo. El señor Trump dijo que los va a bajar a 15 %.

EC —Si por allí estuvieron las claves de un resultado exitoso como este que Donald Trump acaba de obtener, cabe también preguntarse por qué su discurso estaba tan marcado por otro tipo de planteos. Por ejemplo, los insultos, su cuestionamiento a los diferentes grupos étnicos de Estados Unidos, a los cuales fue ofendiendo uno por uno; su anuncio de que iba a deportar a millones de inmigrantes indocumentados; su anuncio de que prohibiría a los musulmanes visitar Estados Unidos; su admiración a dirigentes de otros países, incluso dictadores o muy cuestionados por su poco apego a la democracia. ¿Por qué el discurso de Trump iba también por allí?

MM —Por un lado hay que reconocer que no es un hombre perfecto, aquí no hay perfectos. No era un hombre que estaba en la política, el político siempre cuida lo que va a decir, si el micrófono está prendido o no. Él no, especialmente hace 11 años cuando hizo esos comentarios, cuando tuvo esas conversaciones que hombres tienen con otros hombres en todas partes del mundo, porque no seamos hipócritas, los hombres hablan así. A mí me pasó un par de veces, escuché sin querer y es como para traumar a cualquier mujer. Aparte de eso, no es un hombre perfecto pero es un hombre bastante franco y que dice las cosas en la cara de uno. Eso a mucha gente [no le gusta], por supuesto, especialmente a la gente acostumbrada a lidiar con políticos, que le endulzan el oído a una, y aquí viene un hombre que le dice en la cara a uno “esta mujer es muy fea”, algo que tal vez muchos hombres pensarían pero no dirían, y él sí lo decía. Pero él cambió bastante, no sé si se dan cuenta de que entre la primera vez y el discurso de aceptación es otro hombre, un hombre que muy rápidamente ha empezado a adaptarse y a aprender que un político no dice todo lo que piensa.

EC —Justamente, a propósito de uno de los momentos críticos de la campaña, que tuvo lugar hace poco, al que usted aludía recién –los comentarios despectivos hacia las mujeres y sobre todo esa grabación en la que se jactaba de cómo gracias a su fama muchas mujeres permitían incluso que las manoseara–, usted como mujer, ¿qué importancia le adjudicó, cómo se sintió, cómo colocó eso en su análisis a propósito de voto o no voto a Trump, que ya tenía decidido?

MM —La verdad, yo nunca voto ni actúo ni tomo decisiones ni como mujer ni como hispana ni nada de eso. Generalmente tengo como base la economía, que dicen que es la ciencia del sentido común, entonces uso racionalidad y veo qué es importante, qué no es importante, qué es relevante, qué no lo es. Y para mí lo más relevante en mi voto era que era lo mejor para todos los estadounidenses de origen hispano. Pero yo no separo, mucha gente separa los hispanos como si fueran un país dentro de Estados Unidos y no es así, lo que es bueno para el país es bueno para todos. Y como economista, el 25 % de los economistas son mujeres y el resto son hombres, o sea que estoy acostumbrada a lidiar en un mundo de hombres, con todo lo bueno y todo lo malo. Voy a ser honesta, no me hizo mella, escuché cosas peores, lo ignoré completamente. Estaba un poco sorprendida, no de que los demócratas usaran eso para atacarlo, pero de que muchas personas se sintieron ofendidas, personas que yo conozco y sé que sus vidas privadas son mucho, mucho peores que lo que estaban criticando. Como decimos acá, cuando vives en una casa de vidrio no es buena idea tirar piedras a los vecinos.

EC —¿Usted no tiene la impresión, como han tenido tantos analistas y ciudadanos estadounidenses, de que el próximo presidente de Estados Unidos es un racista?

MM —Nunca ha sido racista, nunca. Si uno ve la historia del señor Trump –que me gustaba desde mucho antes de que dijera que iba a correr para presidente, incluso compré sus libros y se los di a mis hijos porque me parecían excelentes–, no es racista. Cuando empezó el negocio de los bienes raíces, que lo hizo rico, dijo “quiero hacer este negocio”; el padre estaba con bienes raíces en Queens, él quería entrar en la isla de Manhattan, en Nueva York, y le preguntaron “¿qué sabes tú?”, y él dijo “yo no sé nada, pero voy a trabajar con gente que sabe”. Se unió con tres mujeres, así empezó su negocio. O sea, el éxito fue aliarse con tres mujeres, dijo “ellas sí conocen el mercado de bienes raíces de Manhattan”. Y si usted ve a quién contrató en su negocio, contrató a muchas mujeres para puestos muy altos. Y su hija ha dicho: “mi padre nunca me trató como algo diferente, si no yo estaría o no trabajando o estaría trabajando para mis hermanos, pero no es así, él siempre me trató independientemente de mi raza”. Y eso es verdad, yo conozco gente que ha trabajado con él, él contrata de cualquier raza, de cualquier género, pero sí trata siempre de contratar a la gente más calificada. Yo espero que haga eso con el gobierno también, y él dijo que lo va a hacer.

Comentarios