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Entrevista central, lunes 10 de octubre: Laura Gil

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EC —El presidente Santos no tenía ninguna obligación legal de organizar esta consulta a la ciudadanía sobre sus negociaciones de paz. ¿Por qué, entonces, dio ese paso?, ¿por qué se metió en este lío, por qué corrió ese riesgo?

LG —Te doy mi lectura, porque él nunca lo ha explicado, dice que quería dar un acuerdo y que se lo refrendara la ciudadanía. Por qué se metió en esa locura no está muy claro.

Mi lectura. Cuando el presidente negoció, la oposición, en manos de una derecha muy conservadora, la de Álvaro Uribe, fue muy vocal en contra de los acuerdos y le ponía palos en la rueda constantemente. Entonces creo que el presidente quiso ganar un poco de espacio político para la negociación diciendo “de todas formas, cuando tengamos el texto final, la aprobación está en manos de ustedes”. Pero se quedó en el peor de los mundos, porque la oposición nunca le dio el espacio político para negociar tranquilo, siempre estuvo presionando a ambas partes muchísimo, y finamente perdió el plebiscito. Entonces ni lo uno ni lo otro.

EC —Otra cosa que desconcertó, por lo menos visto de afuera, fue que, habiendo convocado a un plebiscito, muy pocos días antes, el 26 de setiembre, en Cartagena, el gobierno organizara la firma del acuerdo de paz con las FARC en una ceremonia en la que no solo estuvieron las dos partes, sino que además se convocó a una amplia presencia de la comunidad internacional. Estuvo el secretario general de la ONU, estuvieron 15 jefes de Estado, 30 cancilleres, personalidades de distintos países. ¿Por qué se dio ese otro paso unos días antes, nada más, del plebiscito?

LG —Porque el acuerdo decía que tenían que tener el texto antes de llevarlo a plebiscito.

EC —Está bien, pero una cosa era firmarlo y otra cosa era hacerlo con toda esta pompa.

LG —Justamente, era una estrategia –pienso yo– de campaña, era una forma de decir “esto tiene respaldo internacional”. Es muy difícil explicar al mundo por qué aquí no se apoya un acuerdo tan tan razonable. Porque no hay acuerdo de paz en el mundo que tenga capítulos de justicia transicional tan tan fuertes como este, este es el primer acuerdo de paz que no da amnistía para crímenes internacionales. Uno se dice: pero si se logró eso, ¿por qué aquí la gente está en contra, cuando afuera la gente está tan tan mayoritariamente a favor? Casi no se oyen voces en contra de este acuerdo. Más allá del Wall Street Journal, no veo quién más está en contra de este acuerdo por fuera.

EC —Para quienes no vivimos en Colombia, un dato muy sorpresivo de la votación en el referendo fue el alto nivel de abstención: el 62 % de los habilitados no concurrieron a las urnas. ¿Cómo se explica que, después de 50 años de conflicto, tanta gente haya resuelto quedar al margen de una decisión a priori tan trascendente? ¿Hay una respuesta?

LG —No, no se explica. Intento darte algunas luces. Hay altos niveles de abstención en las presidenciales, y en elecciones especiales como estas en general tiende a bajar el nivel de participación. Un adicional: creo que Santos fue víctima de su propio éxito. Durante los cuatro años de negociación con las FARC todos los indicadores de violencia fueron bajando paulatinamente, y desde que se firmó el cese bilateral y “definitivo”, bajaron más drásticamente, básicamente la guerra con las FARC se había acabado antes de firmar el acuerdo de paz. Lo que uno siente es una gran indiferencia frente al problema de las FARC, porque la gente ya no lo vive como lo vivíamos hace diez años, siete años, cuando estábamos en plena guerra. De hecho estoy convencida de que Santos es víctima de su propio éxito.

EC —Esa puede ser una interpretación de la abstención. Pero vayamos al resultado: entre quienes sí votaron, el no tuvo 50,21 % y el sí 49,78 %, se impuso el rechazo a los acuerdos. ¿Cómo se entiende esa otra parte de la consulta? ¿Qué interpretación tienen ustedes?

LG —Creo que ganó el odio a las FARC y ganó claramente Uribe. Pero antes de entrar en la interpretación, quiero decirles a los oyentes que la diferencia es más chiquita que el (Estadio) Centenario, son alrededor de 50.000 votos.

EC —Es un dato impactante.

LG —Son 6,5 millones de un lado y 6,5 millones del otro y el país está partido a la mitad. Es una derrota claramente numérica en las urnas, pero el empate en la democracia pone las cosas muy complicadas, porque es derrota numérica pero es prácticamente un empate político. Entonces ni el no puede imponer el acuerdo que ellos quieren, ni el sí les puede dar el otro acuerdo, estamos en una especie de impasse.

EC —Justamente, teniendo en cuenta el resultado y esta división que ahora se nota y queda palmariamente reflejada junto con el condimento de la enorme abstención, ¿no habría sido mejor que durante el proceso de negociaciones se convocara a la oposición para que diera su opinión sobre el contenido de los acuerdos? ¿No habría sido mejor asegurarse un apoyo más amplio antes de llegar a las urnas?

LG —Eso es como los técnicos de fútbol después de jugado el partido. Obvio que se podían haber hecho cosas muy diferentes, pero muchas cosas sí se intentaron. ¿Qué haces tú cuando tienes una oposición cuya propuesta de negociación es básicamente boicotearte el proceso en sí? Porque las propuestas de la oposición no son de corte menor ante el acuerdo. Ahora están suavizando un poco, pero durante toda la negociación, durante todo el proceso, la propuesta de la oposición, la propuesta de Álvaro Uribe era básicamente que todos los comandantes de las FARC se tenían que ir a la cárcel directamente. No hay guerrilla de paz en el mundo que negocie para ir todos a la cárcel bajo la justicia ordinaria, porque ni siquiera aceptaban que hubiera mecanismos de justicia transicional. Entonces las propuestas que llevaba la oposición durante el proceso no iban dirigidas a ser incluidas, sino a ponerle un petardo al proceso para que terminara acabando. Finalmente, es importante resaltar que la oposición tiene un discurso que apunta a que lo que le molesta es que haya grados de impunidad en el acuerdo de paz.

EC —Ese es el punto más crítico, aunque no el único.

LG —Eso es moneda de cambio. En todo proceso de transición hay elites que no quieren perder privilegios, y en este proceso de paz con las FARC el primer capítulo del acuerdo es el acuerdo de tierras. Este es todavía un país casi feudal, es el cuarto país con el Gini más alto del mundo, en un país tan rico como Colombia la desigualdad es tremenda. Por eso el acuerdo de tierras tiene medidas de choque, y lo que tenemos aquí es el pataleo de las elites que no quieren ceder privilegios. Mi lectura es que sí un punto crítico es el tema de justicia, pero que finalmente justicia es moneda de cambio por el tema tierras. Aquí hay una elite rural –que Álvaro Uribe representa muy bien– que no quiere ceder en temas de tierras, quiere legalizar un despojo de tierras que se dio a lo largo de 50 años, y encima no pagar impuestos sobre ellas. Finalmente ahora que estamos en este enfrentamiento del sí y el no, esta oposición está mostrando el color, está revelando que realmente lo que quiere es modificar el acuerdo de tierras.

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