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Entrevista central, lunes 7 de noviembre: Austen Ivereigh

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EC —Has contado que en esa trasmisión en la que estabas participando el día en que se esperaba el nombre del papa fuiste de los periodistas mejor preparados para salir diciendo algo sólido una vez que se abrieron los postigos del balcón y apareció Bergoglio.

AI —Por lo menos sabía quién era y podía decir que era jesuita, algo de su fama. A otros comentaristas esa noche les fue bastante mal porque el objetivo era explicar al mundo a quién había sido elegido, para eso estábamos los comentaristas. Y la única forma de preparar un cónclave es tratar de adivinar quiénes son los más papables, normalmente hay unos 20 nombres que suenan, entonces tú preparas esa lista. Pero él no estaba en esa lista de los papables.

EC —No estaba, curiosamente, pese a que en la anterior había sido uno de los “finalistas”.

AI —Esa fue la razón por la cual no fue considerado, porque ya era bastante viejo en el 2005 y se suponía que en ese sentido ya era una figura del pasado. Y el más sorprendido esa noche fue él.

EC —De todos modos, tú tenías alguna pista.

AI —Sí, por lo menos, y ahí se me despertó la curiosidad por él. Recuerdo muy bien que esa noche, en el momento de hacer los comentarios para los dos millones de televidentes, en mi mente pensaba: “Yo lo conozco, no lo conozco de cerca, pero lo entiendo, sé de dónde viene, es un argentino”. Hasta su forma de hablar, el papa porteño, la forma en que hablaba.

Entonces en las semanas después de su elección se me despertó una curiosidad enorme por saber más de él. En parte porque me parecía que los que hablaban del papa no entendían su argentinidad, entonces yo insistía siempre: no se lo puede encasillar dentro de las categorías europeas o latinoamericanas, liberal o conservador, está fuera de eso, es un argentino. En el fondo es un jesuita peronista, por eso es difícil de entender.

EC —¡Cuántos conceptos juntos! Vamos de a poco. ¿Qué utilidad terminó teniendo para ti aquella investigación que habías hecho para el doctorado sobre la Iglesia católica argentina cuando te pusiste luego a escribir este libro, El gran reformador, sobre Francisco específicamente?

AI —Mi tesis, que se publicó hace muchos años como Catolicismo y política en Argentina, era un estudio del movimiento nacionalista católico social en la Argentina de los años 30, 40, que fue precisamente el telón de fondo del movimiento peronista. Perón canalizaba todo un despertar, un movimiento nacionalista católico en Argentina, que era muy social, muy obrerista, muy progresista en ese sentido, pero al mismo tiempo nacionalista. Ese es el telón de fondo de Bergoglio, él también viene de esa Argentina. Por eso me sirvió de base, los primeros dos capítulos del libro de hecho dan una visión muy larga de un panorama muy profundo sobre los grandes movimientos sociales en Argentina, e intenta entender ese fenómeno, porque, como muchas veces he bromeado, la gran tarea del libro no era tanto comprender al papa Francisco, sino comprender el peronismo.

EC —¿Esa era la tarea del libro?

AI —Lo digo en broma, pero en parte solo entendiendo ese telón de fondo de la Argentina peronista se puede entender a ese papa. Como no se podía comprender bien a Juan Pablo II sin saber algo del telón de fondo de la nación polaca, entre las guerras. Ese fue el objetivo de El gran reformador, ubicarlo en ese contexto.

Y hay una conexión muy fuerte con Uruguay, porque uno de los nortes y guías para el papa fue Alberto Methol Ferré, el gran pensador visionario uruguayo. Eso es ya en los años 70, y sería la continuación de ese movimiento, también son nacionalistas populares católicos de esa época, que fueron los que más lo influenciaron.

EC —A propósito de la evolución de Bergoglio, tú mismo has planteado una de las tantas preguntas que hubo en los primeros días, en las primeras semanas posteriores a su nombramiento como papa: ¿quién es, qué hay detrás? ¿“Un jesuita retrógrado que se convirtió en un obispo progresista”? Desarmemos ese cuadro.

AI —Yo nunca acepté esa tesis.

EC —Pero había esa interpretación.

AI —Exactamente. De hecho hay biografías que básicamente tienen esa narrativa. Cuando fui a investigar su vida, una de las primeras cosas que hice fue leer todo lo que había escrito de jesuita a lo largo de 20 años, algo que ningún otro biógrafo había hecho. Dicho sea de paso, eso fue unos meses después de su elección, pero sus escritos todavía no se habían publicado; los jesuitas los sacaron de los estantes, les sacaron el polvo y me los prestaron para fotocopiar. Y a través de esos escritos descubrí a un hombre que se parece mucho al papa de ahora, entonces no creo en eso del jesuita retrógrado que después se hace progresista, sino más bien veo un jesuita muy resistente a las ideologías, pero que buscaba una cercanía con el pueblo, con la gente sencilla de Argentina, quería que sus jesuitas también tuvieran esa cercanía en los barrios populares de la Argentina. Hay una consistencia, no digo que no haya cambiado, ha cambiado, ha evolucionado en muchas cosas, pero creo que el perfil del papa Francisco se parece mucho al perfil del provincial jesuita de los años 70, 80.

EC —Por ejemplo, en esa historia de Bergoglio está su enfrentamiento con la teología de la liberación…

AI —Sí, exacto.

EC —… casualmente muchos lo ven cercano a la teología de la liberación.

AI —Esa es la pregunta clásica: si el papa es un seguidor de la teología de la liberación. Yo siempre respondo: depende de lo que signifique la teología de la liberación, porque había varias corrientes. Pero sí, él pertenece, forma parte de la corriente latinoamericana teológica pos-Medellín, pos año 68, el redescubrimiento de la historia de la cultura, de la teología latinoamericana. Pero hubo una división de aguas en los años 70 entre los que se aferraban más a una interpretación marxista y favorecían un camino más revolucionario, el camino de la política, y otro grupo que era muy de acá del Río de la Plata –Methol Ferré era uno de ellos, una serie de teólogos argentinos como Lucio Gera–, que más bien buscaba la valoración del pueblo y la cultura, la cultura latinoamericana, como el vehículo de la liberación. Eso implicaba un rechazo a los esquemas sociológicos marxistas, entonces él se resistía a esa otra teología de la liberación, pero sí formaba parte de ese grupo del Río de la Plata que tiene el nombre de teología del pueblo, para diferenciarlo. De todos modos tienen mucho en común, como la opción preferencial por los pobres, la idea de la liberación latinoamericana de las fuerzas ajenas, pero hay una división. Y uno de los puntos de división más interesantes es la cuestión de la religiosidad popular, que para los teólogos del pueblo siempre fue muy importante, mientras que los liberacionistas de repente eran vistos como una cosa un poco medieval y supersticiosa. Él se identifica claramente con esa línea del pueblo.

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