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Entrevista central, lunes 7 de noviembre: Austen Ivereigh

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EC —“Ha logrado llevar a la Iglesia al centro de la diplomacia mundial.” Esa es otra de tus aseveraciones. ¿En qué asuntos específicamente estás pensando?

AI —Por ejemplo en el deshielo entre Cuba y EEUU, en el que el Vaticano jugó un papel muy importante. En este momento en Venezuela hay crisis, están pidiendo la mediación. En Oriente Medio también, en su momento invitó al líder palestino y al expresidente de Israel a rezar en el Vaticano, a encontrarse, fue un paso extraordinario.

EC —Pero no es el único papa que ha jugado un papel de ese estilo. Juan Pablo II, por mencionar otro, también lo hacía. ¿Dónde está la diferencia?

AI —No pretendo que en eso sea diferente, el Vaticano siempre ha sido muy activo en el plano internacional. Pero por su prestigio, porque es ahora la figura moral central del escenario mundial y precisamente por la relación muy cercana que tiene con muchos estadistas, muchos vienen al Vaticano a estar con él, es un poco como los primeros años de Juan Pablo II, la Iglesia había perdido esa centralidad y ahora ha vuelto a tenerla. Uno piensa en el proceso especialmente en América Latina. Yo he dicho varias veces que el estrecho de Florida y la frontera mexicano-estadounidense son para este pontificado lo que era el Muro de Berlín para el pontificado de Juan Pablo II, en el sentido de que son fuente de injusticia, de mala comprensión, que está buscando reemplazar con puentes. Hace un par de días hizo unas afirmaciones muy fuertes sobre los que construyen muros, que pueden ser leídas a la luz de Trump.

EC —También ha estado muy activo en la cuestión de los refugiados, los migrantes africanos que desbordan Europa. Son distintos campos en los que probablemente la primera reacción y la de mucha gente en el mundo sea “qué bien, qué interesante que el Vaticano tome la iniciativa, intervenga, promueva el diálogo”. Pero hay otra lectura, quizás más desconfiada, más crítica, que lo que ve es una pulseada por el poder, para que la Iglesia católica recupere en el mundo una cuota de poder que supo tener, pero que ya no le corresponde en un mundo que ha ido girando hacia la laicidad. ¿Cómo ve esta otra discusión?

AI —Esa lectura sería difícil de compartir, porque el Vaticano, la Iglesia no tiene ejército, no tiene intereses comerciales, cuando interviene en un conflicto internacional normalmente es porque es invitada a mediar, y luego el Vaticano establece las bases de esa participación diciendo “los dos tienen que pedir”. Es genuinamente al servicio de todos. Y no veo cómo la Iglesia se beneficia en términos de poder o de número de fieles, lo hace simplemente porque es parte de lo que es, refleja sus valores y es aquello para lo cual existe. La Iglesia existe para hacer real la presencia de Jesucristo en nuestro mundo, Jesucristo rompía esas barreras y construía esos puentes para crear nuevas formas de coexistencia de mutuo amor y mutuo respeto. Entonces forma parte de la identidad de la Iglesia hacer ese tipo de diplomacia.

EC —Desde ese punto de vista, ¿por qué es la Iglesia católica la que tiene que jugar este papel? Hay otras iglesias en el mundo.

AI —Sí, y no hay duda de que otras iglesias a su vez juegan sus propios papeles, pero no hay otra institución en el mundo como la Iglesia católica. Primero, es la institución más antigua del mundo; segundo, tiene una presencia global extraordinaria, más de un billón de fieles, y tiene relaciones diplomáticas con casi todos los países. Hay representación no solo del Vaticano, sino también de esos países en Roma, en el Vaticano. Todos los países quieren que el Vaticano esté ahí, simplemente porque saben que la Iglesia es un gran soft power, ‘poder suave’, en su capacidad de mover corazones y mentes. Y precisamente porque está presente en los pueblos más remotos y en las periferias del mundo tiene una capacidad, tiene una inteligencia, un conocimiento, un entendimiento. Y porque es experta en humanidad tiene una capacidad de cambiar las cosas, pero no lo hace a través del poder, no tiene ejército, no tiene dinero, el presupuesto del Vaticano es menor que el de una universidad norteamericana.

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EC —Han llegado mensajes de los oyentes. Un mensaje que llega ahora dice: “Por favor, pregúntenle sobre Hebe de Bonafini”, por la relación particular que el papa tiene con Hebe de Bonafini.

AI —Hebe de Bonafini es la jefa de las Madres de Plaza de Mayo. Fue una crítica feroz de Bergoglio cuando era cardenal, siempre se negó a encontrarse con él, organizaba protestas en la catedral, pero después de la elección de Bergoglio, cuando salieron esas historias reales y de las personas que había ayudado, Hebe de Bonafini le escribió una carta bastante conmovedora pidiéndole perdón por haber interpretado mal quién era. Tienen ahora una relación, Hebe de Bonafini fue a verlo hace poco. Una cosa interesante nueva es que el papa ha pedido la apertura de los archivos relacionados con la guerra sucia en Argentina para que haya total transparencia sobre el papel de la Iglesia en ese sentido. Es otro ejemplo, como el de Cristina Kirchner, en que la ceguera ideológica impedía un encuentro que desde que fue elegido papa es real.

EC —En la previa del aquel cónclave de marzo de 2013 varios analistas esperaban que los cardenales eligieran un papa joven que por su edad pudiera implementar las reformas que la Iglesia estaba necesitando, las que Benedicto XVI no había podido terminar de llevar a cabo. Sin embargo, optaron por un hombre de 76 años de edad. ¿Cómo va a jugar ese factor?

AI —Fue muy interesante el cónclave de 2013, porque no querían un pontificado muy largo pero sabían que necesitaban un hombre de energía, con capacidad de gobernar, para reformar la Curia. Creo que por eso al principio de las deliberaciones de los cardenales se excluyó a Bergoglio por su edad, pero después empezaron a reflexionar sobre el efecto de la renuncia de Benedicto: si ahora es normal que renuncie un papa, el factor edad no es tan importante.

EC —Benedicto sentó un precedente.

AI —Exacto, y Francisco se ha referido varias veces a que fue un acto profético que ha cambiado cómo vemos. Eso significa que un hombre de 76 años puede ser elegido y al llegar a un momento en que se sienta sin la capacidad de continuar por razones de edad pueda renunciar. Eso permitió la elección de Bergoglio.

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