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Entrevista central, martes 11 de octubre: Alfredo Antía

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EC —Ustedes entonces en vez de centrarse en los perjuicios que esto implicaría para la industria farmacéutica nacional, prefieren observar lo que implicaría para el usuario, para las instituciones, incluso para el Estado.

AA —Nos corresponden las generales de la ley y debemos defender el interés de nuestro sector de actividad, que, como decíamos, tiene un peso en la economía del país, en el empleo, en la inversión, en el aporte mediante los impuestos que contribuye al funcionamiento de la comunidad. Pero es obvio, nosotros producimos bienes primarios que van a la vida del hombre, y en nuestro caso estamos asegurando la independencia y la soberanía de abastecimiento. Por eso estamos alertando a las autoridades de que esta fotografía que tenemos hoy de que el 90 % de lo que consumimos surge de las plantas productoras en Uruguay es una ventaja enorme que debemos potenciar hacia el futuro y perfeccionar.

EC —De la audiencia llegan visiones críticas. Por ejemplo, Daniel dice: “Más les vale que sean baratos en la producción de estos medicamentos acá. Lo que pasa es que como sociedad estamos plagiando. Imaginen que a Luis Suárez una empresa china lo utilizara para su imagen sin su permiso; seguro pondríamos el grito en el cielo, tenemos que reconocerlo”.

AA —La batalla por las patentes es una batalla mundial. Durante la ocupación de Berlín en la Segunda Guerra Mundial la oficina de patentes germana era un botín de guerra para los países aliados, el que llegara primero se llevaba las investigaciones, particularmente en el ámbito de la química. Llegaron los rusos primero. Nuestro asesor en el área de propiedad intelectual, el doctor Agustín Prat, que fue director de la oficina de patentes en el año 86, me contaba una anécdota de su participación en una reunión de la OMPI en Pekín en el año 1990, pos-Tiananmén. Me decía que en esa ciudad había dos edificios enormes que resaltaban, uno era el hotel Sheraton y el otro era el edificio de patentes. Y recordaba la frase de una delegada de un país del sureste asiático, de Filipinas, que decía: “Quisiéramos, como países en desarrollo, tener en el siglo XXI los edificios de oficina de propiedad intelectual que tienen los países desarrollados ahora en el siglo XX”. Los países que se plantean un desarrollo y un crecimiento invierten muchísimo en esto, porque les va el futuro. De lo contrario terminamos produciendo carne, granos, productos primarios, y renunciamos a las posibilidades de desarrollar otros aspectos de la vida industrial que nos permitan trascender, ya no solo en el mercado local, sino también en el mercado internacional.

EC —¿Cómo sigue para ustedes este tema?

AA —Tenemos que hablar con las autoridades, tenemos que alertarlas. El hecho de que se ponga el tema sobre la mesa nos permite justamente esto, ver qué es lo que tenemos, valorar lo que tenemos y ver qué es lo que nos falta para tratar de hacer entender que tenemos un futuro promisorio en la medida en que convengamos en que esto ya es no un activo para los dueños de estas empresas o un puesto de trabajo para sus trabajadores, sino que es un activo para el país. Porque ahí hay una fuente de abastecimiento, hay una fuente de crecimiento y de financiamiento del propio sistema de salud, que puede acceder a productos a los que de otro modo no podría acceder.

Video de la entrevista

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Transcripción: María Lila Ltaif

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