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Entrevista central, martes 2 de febrero: Julio María Sanguinetti

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EC —En este repaso de los retratos desde la memoria que incluye su libro, en esta entrevista en particular resulta difícil saltearse dos grandes personalidades de la política uruguaya con quienes usted tuvo un trato muy intenso y muy directo. Me refiero a Wilson Ferreira Aldunate y a Líber Seregni. Por ejemplo, me resultó muy interesante, disfrutable, el análisis que hizo cuando se estaba gestando Por la Patria, en el año 1969, y los dirigentes blancos que promovían ese movimiento le hacen una consulta a usted en el Parlamento.

JMS —Alembert Vaz, en lo personal. Ellos habían votado con el doctor Gallinal, que era la UBD, frente al herrerismo, y Wilson había sido ministro en el Gobierno de la UBD, en el segundo colegiado blanco. Un día estábamos en la Cámara, cruza la bancada, se sienta conmigo –éramos muy amigos, un político de Cerro Largo– y me dice: “Don Alberto ya no está, no es un conductor político para este tiempo, tenemos que salir adelante con algo nuevo, algo distinto. ¿Qué te parece si arrancamos con Wilson?”. Y le digo: “Wilson es un tipo brillante; ahora, caudillo político, para una organización política, no”. Porque uno lo veía como un francotirador, algo más bien diletante, más intelectual que el caudillo popular. Su propio origen fue la lista 400, una lista de gran calidad personal pero de elite, por oposición al herrerismo, que era más de masas. Y le digo: “Wilson es muy brillante y tiene esa personalidad tan peculiar, lo que está claro es que con Wilson no va a haber término medio, o se van para arriba o se van al diablo”. Y así fue, se largaron con Wilson y terminó siendo un caudillo, algo que en los años en que lo conocimos, en la juventud, nunca habríamos pensado; escribía de cine, tenía otras características. Pero la vida, las circunstancias –las circunstancias, que son tan importantes, todos somos hijos de las circunstancias– lo llevaron a un liderazgo político y luego a un caudillismo. Es esa variante del liderazgo que va más allá, el caudillismo tiene algo de emocional que está más allá de lo racional. Y Wilson lo logró, especialmente en los años de la dictadura.

EC —En cuanto a Seregni, elijo esta frase, tomada también del libro y del retrato que usted realiza: “Hizo a la política un gran aporte de concordia y racionalidad, vertebrando extremos que, de chocar, podrían haber generado inestabilidades y tormentas”. ¿A qué alude concretamente?

JMS —Es verdad. Aludo al hecho de que había una guerrilla de izquierda que había sido desgraciadamente precipitante en el golpe de Estado, en el desencadenamiento de la violencia que termina en el golpe de Estado. Por supuesto, no excusa la responsabilidad de los militares que lo dieron después de haber tenido éxito en ese combate, pero la desestabilización nace en que por primera vez aparecía un grupo político ideológico inspirado en la Revolución cubana de la época, con ese sentido de revolución. La palabra era revolución, la palabra que recorría todos los movimientos de izquierda de América Latina, la magia era la revolución, el abandono de la política electoral para ir a la revolucionaria.

Cuando salíamos de la dictadura era importante incorporar a toda esa gente, esos movimientos, la gente que había sentido eso a la vida política. Y Seregni lo hace, porque junta el comunismo, el movimiento tupamaro –no inicialmente, él mismo tuvo sus dudas–, y en la otra punta la democracia cristiana, por ejemplo. Fue una amalgama difícil, que todavía se ve o se advierte en los matices tan distintos que representan los integrantes del Frente Amplio. Pero en aquellos tiempos era distinto, había que revertebrar la política, no podía haber radicalismos, había que hacer una política que no cayera en lo que estábamos viendo en la Argentina, que eran rebrotes militares y guerrilleros.

Seregni en ese sentido fue muy importante. Cuando sale la cárcel, antes por cierto de la elección, pasa a ser un factor muy importante de paz, llama a la concordia. Podía haber incendiado la pradera con la legitimidad que le daba una injusta prisión, sin embargo no lo hizo. Su convicción democrática era fuerte, venía del batllismo, como siempre dijo, y además su condición de militar, su formación profesional, que es uy importante también. Seregni era un individuo con el análisis típicamente militar, siempre hablaba de la estrategia –los objetivos de largo plazo– y de la táctica –los movimientos a corto plazo–, todo lo iba reduciendo a esos términos. Era un militar, creo que es bueno entenderlo.

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